En pocas cosas coincidimos todos, y me parece una buena muestra de pluralidad. Una de ellas es que huyamos de los políticos profesionales, personas que únicamente han vivido y viven para el partido, para la política: que la política sea una etapa temporal.
El político profesional se acostumbra a cuidar las apariencias, esgrimir una sonrisa permanente –a veces, ridícula y que parece congelada, tal vez en su propia superficialidad-, estar pendiente continuamente de las encuestas internas y externas, y todo ello con una admiración o servilismo bobalicón hacia el que es en ese momento el “jefe”, conscientes de que la democracia interna es un deseo, y que casi todo depende del número 1, mientras sea número 1.
El número 1 con frecuencia quiere ese tipo de políticos a su lado: que le halaguen, que no piensen salvo en sacar votos, que le rían las gracias, que cultiven su trato-amistad con algunas comidas o cenas, y que al menos sepan apretar el botón de votación que indica el partido (no pasar por el bochorno provocado por el diputado Casero).
Las personas inteligentes, trabajadoras, con criterio, lo tienen difícil en nuestra política, aunque hay excepciones: basta recordar el caso de Manuel Pizarro, ¿recuerdan?, curtido y con experiencia como ningún político cuando decidió dar el paso con el PP, hasta que se dio cuenta de que ni le querían ni podía hacer nada útil.
Si tal es el perfil de los políticos, sorprende que en la empresa privada se les contrate cuando dejan la política y no tienen apenas experiencia profesional. Quieren que sea un relaciones públicas, convincente orador, gestor de abrir puertas, y no valoran el posible choque en ese ámbito profesional.
Albert Rivera destacó pronto por su brillante oratoria. Fundó Ciudadanos. Abandonó la política, y el prestigioso despacho de abogados Martínez-Echevarría le fichó como presidente ejecutivo. ¿Qué esperaban de Rivera, cuando ahora alegan la corta experiencia jurídica de Rivera, de sólo dos años como becario en La Caixa?
En un comunicado interno el bufete expresa que “aunque sabíamos de su completa inexperiencia en nuestro sector, a todos nos ha sorprendido su inactividad, su falta de implicación, interés y su desconocimiento más elemental del funcionamiento de una organización empresarial”. Luego hablan de “discursos vacíos” y de unas “exigencias de protagonismo tan acusadas”.
Con Rivera también se incorporó José Manuel Villegas, este como vicepresidente. Ambos han comunicado que dejan el bufete, y que esperan cobrar hasta marzo de 2025, y Rivera estudia reclamar daños morales. No sé, pero suena raro que, habiendo una relación contractual hasta 2025, los dos anticipen su marcha y pidan todo eso: líos entre abogados.
Caben diversas perspectivas. Parece que Rivera tiene otras opciones profesionales. A la vez, el bufete ha dejado caer unas ‘perlas’ que, en definitiva, también se vuelven contra el propio bufete.
Si no tenía apenas experiencia jurídica, ¿por qué le contratan como presidente ejecutivo? ¿Ahora se escandalizan? Algo distinto a la experiencia buscaban con su contratación. O confiaban en que aprendería a pasos agigantados. En unas semanas o meses, se suele ver si una persona cumple las expectativas o no. Han aguantado. Ellos sabrán. Quien contrata a un político sin experiencia profesional ya sabe a lo que se arriesga.
Otra pregunta interesante es qué empresa desearía contratar, por su experiencia y/o trabajo esforzado, a políticos actuales que solo se han dedicado a la política. Se lo pregunté a uno, que ha trabajado en el sector privado, y me dijo que, de los que él conoce, estima que un 20%.
La política es una tarea noble, necesitamos buenos políticos. Políticos que no vivan por y para el pesebre, que tengan consistencia, solidez. Por eso se entiende que se “maten” por ir en la lista o pendientes de salir en la foto con ocasión y sin ella. Ganaríamos todos, hasta la conciencia y el equilibrio personal del propio político.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.