Los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, se han vendido al Gobierno. Si se prefiere, el Gobierno ha comprado a los sindicatos, regándoles con el doble de subvenciones en estos dos años, en plena crisis económica por la pandemia y ahora por la guerra en Ucrania. En medio de recortes en Sanidad, refuerzos que nunca llegan, precios de luz y gasolina por las nubes, quejas generalizadas y petición abrumadora de que se bajen los impuestos, Pedro Sánchez se ha ido resistiendo, y cada día que está demorándolo sigue ingresando vía impositiva muchos millones.
Hace una semana CCOO y UGt rechazaron una bajada general de impuestos. Unai Sordo y Pepe Álvarez, líderes de ambos sindicatos, han reclamado que se contenga el precio de la electricidad, se proteja el empleo y se frene el deterioro de nuestras condiciones de vida. A la vez, han dicho NO a la bajada generalizada de impuestos, alegando que “sería una trampa y no arreglaría nada”. Convocaron una manifestación en Madrid: 500 asistentes, fiel reflejo del abismo que hay entre sindicatos y trabajadores.
El desprestigio de los sindicatos viene de lejos, y tiene su origen en la vinculación con los partidos políticos: CCOO con Unidas Podemos ahora –y siempre con la formación comunista de turno– y UGT con el PSOE. No defienden los intereses de los trabajadores, sino los del Gobierno, si es de izquierdas: si es del PP, o en un futuro de PP-Vox, una actividad febril para enfrentar trabajadores, empresas y Gobierno, con un esquema anquilosado de raíz comunista. Ante el clamoroso silencio de los sindicatos, el campo y los transportistas se han lanzado a la calle y a los paros. Saben que los sindicatos están bien “regados” por el Gobierno, y nada esperan de ellos. Esta dependencia política de los sindicatos es letal, dinamita su esencia.
No critican las 4.000 botellas de Rioja en el Ministerio de Trabajo de la comunista Yolanda Díaz, o los 200 kilos de langostinos. No critican que tengamos 23 ministros. Mientras, las familias sufren, los precios se disparan, y los sindicatos repiten que hay que ir a soluciones más “complejas” que bajar impuestos.
Hay que modificar la financiación de los sindicatos. Transparencia y dígase cuántos liberados sindicales hay ¿a que no se atreve nadie a decirlo ahora, ni nunca? No se pueden revitalizar CCOO y UGT porque son cadáveres, están muertos. Asusta el comentario de algunos: “¡En el futuro me puede salvar el sindicato, me puede tocar el turno del pesebre!”. Y la pasividad puede alargar los abusos actuales.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.