(Resumen de la conferencia del mismo título que pronuncié a los alumnos de 4º curso en la facultad de BBAA en marzo de 1991)
Duchamp afirmaba: “La deformación es una característica de nuestro tiempo y no se sabe muy bien por qué”. ¿Y tú lo preguntas?, deformación eres tú. O todos los urinarios son “fuentes” o cualquier objeto del mundo real puede desaparecer y convertirse en otra cosa, por capricho de un artista, deformando su función, confundiendo su misión y engañando al espectador. Hay personas que parecen autorizadas para convertir cualquier cosa en arte, como si de magos se tratase. El poder de tales personas se sustenta en el prestigio o reconocimiento que gozan. Mientras aquel no sea puesto en duda, seguirán ejerciendo su labor de deformación y destrucción. Porque destructiva es su tarea: destruyen un objeto cotidiano- normalmente recogido en un estercolero- y por una palabra suya, palabra de un “dios creador”, el objeto despreciado es reemplazado por otro “artístico” sin más que cambiarle el nombre.
Pero qué decir con obras más atrevidas -como las de Klein o Manzoni -que consistían en… “nada”; obras invisibles cuya existencia solo estaba garantizada por la palabra que el artista daba al espectador sobre una cosa que no tenía materialidad física o que no podía contemplarse (como la que ocultaba un bote precintado). La obra del arte ha sido, ¡por fin!, totalmente destruida. Ya no existe: Ya puede presentarse en cualquier objeto, de forma lógica o absurda, con nombre conocido o cambiado. No importa, como tampoco importa si el espectador lo ve o no; está ahí dentro de la lata ¡porque lo digo yo! genio creador-destructor, única persona autorizada a convertir en arte todo lo que toco o (sin tocarlo, para no ensuciarme las manos) así lo certifico. Y si quiero puedo certificar como arte mío, como obras mías, incluso a las personas con las que hablo, como hizo Klein firmando en la pierna de una espectadora para hacerla” arte”
La palabra destrucción ya proliferaba en las anteriores declaraciones de los pintores contemporáneos, desde Malevich a Picasso; Newman, por ejemplo, opinaba que “el impulso del arte moderno era destruir todo asomo de belleza”. La marcha del arte del siglo XX ha ido hacia la destrucción: destruida la perspectiva había que destruir el espacio, luego la composición, la estructura, el dibujo, la forma hasta negarla (abstracción) y, por fin, la belleza. Quedaba solo destruir el color, acabando con él o pintando todo el cuadro con el mismo, para imponer después el vacío absoluto; y a esto le vamos a llamar “Nuevo Realismo”.
Hay que destruir, engañar y negarlo todo. Manzoni, por ejemplo, opinaba: “La cuestión en cuanto a mí concierne radica en la trascripción de una superficie totalmente blanca (integralmente sin color y neutra), muy lejos de cualquier fenómeno pictórico o de cualquier intervención extraña al valor de la superficie de un cuadro. Un blanco que NO es un paisaje polar, NO es un material en evolución, NO es ningún material, NO es una sensación, NO es símbolo de nada: solo es una superficie blanca que solo es una superficieblanca y nada más” (Piero Manzoni, FREE DIMENSION, Azimuth 2, Milan 1960). Y su “cuadro” entró en la Historia de la Vangurdia
En los casos de Klein y Manzoni se ha hablado del Zen y del nihilismo para encontrar sus respuestas a sus publicaciones artísticas. Pero estas preocupaciones, si es que las tuvieron, habría que buscarla en unas causas más lógicas y en lo que las han originado: la cultura de la abstracción y la suspensión radical de la forma. El abismo que lleva implícito la abstracción como sistema y la destrucción como norma debía llevar inexorablemente a la contaminación del color, primero, y al vacío, después.
El artista ya no se preocupa tanto de pintar (cubrir de materia un lienzo), ya que eso lo pueden hacer sus ayudantes, como de patentar un color “especial”: el azul. ¡Gran invento del siglo!; con este color todo será embadurnado: cuadros o biombos, globos terráqueos o esculturas. El citado color ha pasado a llamarse KIB (Klein International Blue). Reinhardt hizo algo parecido con su rojo y otros muchos desgraciados siguieron la moda patentando amarillos, verdes, etc., en un ansia desordenada por llamar la atención y con ella atraer a la fama, pero los críticos no les prestaron atención; a ellos solo les importa el primero de la serie; lo que viene detrás ya es copia y no interesa.
Para Klein y Manzoni, como para todos los pintores del llamado Arte Zero, la creación absoluta solo podía ejercitarse y manifestarse a costa del Ser y mediante su eliminación, su no-presencia. Todo ello no podía desembocar más que en la desaparición progresiva, que en realidad es una aparición, de materiales en descomposición y en excrementos como partes de obra de arte. Y ahora ya no me refiero a las inmundas latas llenas de “mierda del artista”, de Manzoni, sino a ciertas obras que no se limitan a mostrar materiales mas o menos putrefactos sino que son generadas a partir de tales materiales (Spoerri) y las somete a las mismas degradantes transformaciones que afectan a los seres de la Naturaleza, anulando, de ese modo, lo que distingue en verdad las obras de arte de las naturales.
Divagaciones posteriores intentan hacernos creer (vuelta al engaño) que existen diferencias profundas entre la obra monocromática de Klein y los monocromos blancos de Malevich y posteriores del grupo Zero. Rosenberg, por ejemplo, critica con dureza a los que no perciben las diferencias y distinciones entre las intenciones de uno y otros artistas; para Rosenberg, la obra de Klein, no entronca con el informalismo gestual sino con el minimalismo místico o intelectual. ¡Palabras, palabras, palabras!… “El arte del siglo xx es un arte de fanáticos que buscan imponerlo desprestigiando el arte de los que no son fieles a la nueva religión -nos dice Michael Seuphor, en su libro - del arte moderno. Y así, en el arte de los “otros”, siempre se considera que se encuentra basura y que es un arte digno de enfermos (de “tías marías” o de barrocos trasnochados, dicen algunos). Pero mirando alrededor nuestro solo vemos estiércol, y es en el estiércol donde crece la inmundicia y donde la obscenidad y los microbios viven… Las alucinaciones histéricas son demasiado conocidas y fáciles de adquirir…Dejemos esas bromas para quien lo necesite…La meta del arte no puede ser la de exponer miserias frente al observador. Esas telas impresionantes que nos son presentadas como arte moderno en casi todas las galerías de arte son el corcho de la botella del individualismo. Pero dentro de esa botella no hay nada, ni siquiera “veneno”.
“Pintura trabajada (sigue diciendo Seuphor) a la manera del violador psicópata, solo puede interesar a detectives, criminalistas y psicólogos…Este diluvio de lodo y basura es una calamidad para el arte. Se consideran obras de arte que no pueden ser entendidas en ellas mismas pero que, para justificar su existencia, necesitan ruidosas instrucciones de uso y manuales explicativos para alcanzar finalmente el alma intimidada del espectador que consiente pacientemente a esperar una explicación que acabe con semejante sinsentido, estúpido e impertinente…Sus conceptos no son nuevos ni viejos, sino que son los balbuceos sobre el arte de los desposeídos de la “gracia” de cualquier verdadero talento artístico y a los que la naturaleza ha dotado del poder de parlotear y decepcionar” (Témoignages pour l’art abstrait).
El nuevo Realismo ha sido uno de los más conscientes intentos de destruir el Arte: Klein, con su exposición sobre el vacío, y Manzoni, con sus latas engañosas, sus figuras estelares. Los que de verdad se llamen auténticos artistas si es que desean salvar a su “amada”, no tienen más remedio que rechazar, criticar y combatir a todo lo que de él pueda derivar, pues todo lleva en su seno el veneno de la destrucción de la más noble creación del género humano. ”El arte no muere porque lo decidan los historiadores o críticos que obedecen a esquemas apriorísticos, pero puede morir si los artistas deciden componer sin pensar. Si se queda el arte en manos de los artistas y no de los teóricos; si se cambia la palabra “laboratorio” por la que siempre ha tenido, “estudio del pintor” todavía puede salvarse el Arte y podrá tener sentido” (Pedro Azara: “De la fealdad en el Arte Moderno”).
El grito de Munch es el grito de dolor por el Manzoni y el Klein que se avecinaba; el grito de pena por los derroteros que estaban tomando las artes. Para que no se inculpara a él (Munch) de haber participado en el sinsentido y en el absurdo, abandonó el expresionismo y sus secuelas y durante los últimos treinta años de su vida, como Rendir y otros muchos, volvió al realismo figurativo, despreciando a historiadores y críticos de pocas luces, que castigaron con el olvido su “deserción” y despreciaron su voluminosa obra posterior.
Imagen 1: Antoni Tapies
Imagen 2: Yves Klein
Imagen 3: Piero Manzoni
Imagen 4: Viola
Juan Villalobos García es Profesor, historiador y licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Valencia.