La noticia de la muerte de Rita Barberá corrió como un reguero a primera hora de la mañana de ayer. Se sucedieron reacciones y declaraciones de todo tipo, algunas de los cuales me parecen inhumanas, como el hecho de que los diputados de Podemos se ausentaran del hemiciclo para no guardar un minuto de silencio: al menos, Antonio Montiel, el líder de Podemos en la Comunidad Valenciana, sí estuvo a la altura, al igual que Compromís.
Rita ya descansa en paz, la paz que no ha tenido en estos meses. Como ha dicho el ministro de Justicia, Rafael Catalá, algunos deben valorar las declaraciones que han hecho en estos meses sobre la difunta senadora y ex-alcaldesa de Valencia. No sólo le han juzgado –que corresponde a los tribunales-, sino que la han condenado, sin deslindar lo que es crítica política de lo que es responsabilidad judicial.
Sin lugar a dudas, se abre un debate ético, jurídico, periodístico y político. En política no todo vale, ni siquiera para criticar o discrepar de adversarios políticos. Se le ha linchado. En el propio PP algunos que le alababan en público a la “alcaldesa de España” la han vilipendiado en privado, y a veces en público han caído en la trampa inhumana e injusta de ciertos adversarios políticos.
Conocí a Rita Barberá cuando llegué por motivos profesionales a Valencia, en 1994. Transmitía pasión, entusiasmo por su tarea al frente del consistorio. Todavía le traté con más asiduidad cuando fui delegado del “ABC” en la Comunidad Valenciana, pues la sede del diario estaba y está en la plaza del Ayuntamiento, enfrente del Ayuntamiento. A veces, al llamarle para comentar algún asunto, me decía: “Ven ahora, que sólo hay que cruzar la plaza”. Y manteníamos animadas conversaciones, interesantes, extrovertidas. Y luego fueron múltiples las ocasiones de escucharle y conversar.
Nadie puede negar que la ciudad de Valencia se ha transformado en los 24 años en que Barberá ha sido alcaldesa, en diversas ocasiones rechazando otros cargos en el PP –como presidenta de la Generalitat Valenciana en dos ocasiones, por ejemplo, o ministra-, y presentándose a las elecciones de 2015 siendo consciente de que podía dejar la alcaldía, como así fue. Se presentó porque quiso –alegó que no era como las ratas, que huyen si ven que el barco se está hundiendo o puede hundirse- y porque le animaron desde Madrid, con Mariano Rajoy a la cabeza, con quien siempre tuvo hilo directo, porque sólo Rita era capaz en el PP de conservar la alcaldía de Valencia.
Rita pasó de sentirse aclamada en plazas y mercados valencianos, de ser votada por quienes a nivel autonómico o nacional votaban a partidos distintos al PP, a insultada en esos mismos lugares, a veces con más que dudas fundadas sobre si eran insultos espontáneos o fomentados. Vamos a dejar esa cuestión en estos momentos, pero con ella se encarnizaron algunos, mientras silenciaban cuestiones de mayor envergadura en otros políticos.
Era muy humana y, a la vez, con un sentido cristiano, trascendente. Por eso, nada más ser elegida alcaldesa por primara vez en 1991, fue con otros concejales a la Virgen de los Desamparados, para pedirle amparo en la vida y en la muerte, y sobre ante el tribunal de Dios, que al final es lo que importa.
Ha sufrido mucho en estos meses, y su habitual buena salud se ha resentido, hasta morir por un infarto. Me uno a su familia y a todos quienes bien le han querido, en momentos dulces y en circunstancias políticas difíciles. El “shock” de su muerte debe hacer reflexionar a todos, para respetar a las personas también en vida, delimitando responsabilidades, calibrando descalificaciones, evitando insultos. Discrepar en ideas políticas o en decisiones de partido político no equivale a tener una licencia para insultar. Ahora sí, Rita descansa en paz.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.