TU PUEDES SER FELIZ, SIEMPRE

Sé que muchos creerán que resulta utópico el título de esta aportación personal porque, en todo caso, pensarán que sólo se puede ser feliz a ratos.

Hago esa afirmación porque ser feliz, solo depende de uno mismo.

Me propongo explicar desde mi humilde experiencia cómo se puede conseguir. Al terminar, ustedes pueden estimar si lo que digo es fantasía.

Tengan en cuenta que la utilidad de esta vivencia aparece cuando uno está listo para aprovecharla y tiene el terreno preparado. ¿Y cuándo se supone que alguien está dispuesto a advertir que se le enciende la “bombilla”? Pues cuando uno ya  se ha hartado de buscar el camino adecuado, o bien sufre profundamente abrumado un estado de desesperación. Ha tocado fondo. No puede más y necesita remedio urgentemente.

La clave consiste en primer lugar, en no permitir dar poder pernicioso a nuestra mente, y tampoco dárselo a nuestras emociones.

Veamos esta situación: quién no ha comprobado en su vida como una palabra o frase ofensiva de alguien le ha provocado pensamientos de repulsa como reacción o incluso también ha podido contemplar la posibilidad de una estrategia de venganza como respuesta a la agresión recibida. 

Esos pensamientos suelen durar más tiempo de lo debido y, al final, producen inconvenientes y dolorosos estados de ánimo: reaccionamos llorando o ‘contraatacando’ verbalmente con ira. Y cuántas veces un simple dolor de cabeza o sentir la falta de cariño de nuestra pareja en un momento determinado, nos lleva a pensamientos deprimentes.

Un sentimiento-causa nos lleva a un pensamiento-efecto y viceversa: un pensamiento-causa nos lleva a una reacción-efecto. ¿Por qué nos sucede esto? Porque nos sentimos identificados con lo que nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestras emociones nos marcan; eso nos hace creer que todo ese ‘equipo’ es nuestro yo. Por consiguiente, con ese yo nos sentimos identificados, lo aceptamos como está, sin sospechar que se pueda cambiar, y damos por hecho que nos caracteriza como individuo diferenciado, el cual estamos seguros que es imposible modificar.

El problema es que el ser humano se comporta siempre condicionado por unas respuestas que no nos hemos parado a cuestionar; mantenemos activo el vicio de la costumbre, y por ello repetimos automáticamente el comportamiento provocado por el mecanismo de los actos de causa-efecto. Resumiendo, seguimos alimentando una y otra vez la producción de experiencias negativas, recordándolas o repitiéndolas recurrentemente porque ni siquiera se nos plantea la posibilidad de que se pueda romper esa dependencia de causa-efecto.

Si alguien nos maltrata, le cogemos miedo, y ese miedo hace que enfermemos; sufrimos nuestra debilidad al ser incapaces de enfrentarnos a esa persona y seguiremos enfermando cada vez que estemos con el agresor, ya que de tal manera continuaremos sintiendo ese pánico. 

Todo esto ocurre porque nos identificamos erróneamente con nuestro yo, víctimas de la respuesta que nuestra mente nos impone por ese maltrato y asimismo, quedamos sujetos a la reacción de nuestro cuerpo cuando intenta protegerse buscando una salida de emergencia, con el resultado de provocar la consiguiente descarga excesiva de cortisol que, inevitablemente, termina por desembocarnos en la crisis de ansiedad. 

Otro caso puede suceder cuando el estrés laboral se manifiesta de manera abrupta por una repentina excesiva acumulación de tareas. Es en ese momento cuando la mente nos apremia atropelladamente con su voz ‘endiablada’, susurrando: “date más prisa”. Y recurres a imaginarte un utópico ‘desdoblamiento’ para lograr hacer varios trabajos simultáneamente; al ver que eso no puede suceder, te bloqueas, se te produce un colapso por impotencia ante la incapacidad: la parálisis ha irrumpido. 

Tú mente ‘malvada’ ha conseguido castigarte con tu angustia y es cuando te das cuenta amargamente que, amordazada por el miedo a no terminar todo el trabajo en el tiempo autoimpuesto, te has quedado en blanco por el shock y, con mucha preocupación y temor, continúas el trabajo, ralentizado por desmedida atención, mientras intentas a duras penas sobreponerte. Nos hemos flagelado por enésima vez con nuestra rígida auto exigencia y de nuevo, la mente nos ha vencido.

Así funciona este circuito cerrado vicioso y es lo que nos produce lamentablemente y repetidamente el sufrimiento y la infelicidad.

¿Cómo escapar de ese círculo cerrado de obsesión permanente?: separándonos de ese yo. Alejándonos de él y de su influencia. No hay más remedio que crear otro yo; un yo diferente, un yo salvavidas. Un yo feliz. Un yo distanciado radicalmente del recuerdo de mórbidas emociones y de la repetición de perjudiciales rutinas mentales. Debemos conseguir algo así como resetearse a uno mismo, o sea, construir el yo deseado.

Resetearse supone concentrarse en todo momento, en cada segundo, en impedir que tu mente te domine; es decir, hay que evitar a toda costa que tu mente te siga llevando a revivir esas conductas negativas.

Para poderlo conseguir,  hay que ‘salir’ de uno mismo. Dejar de identificarte con ese yo para hacerte invulnerable. Ya nada te dolerá, porque el daño ya no te lo hacen a ti, se lo hacen a tu anterior yo, al  del pasado, al que continúa atrapado en sus rutinas: pasas a ser un yo nuevo espectador del yo ya obsoleto y descartado. Ya no eres víctima de tu mente anterior. Tu voluntad ha vencido sobre tu vieja mente.

Has vuelto a nacer, con mucha ilusión, libre, diferente, positivo y nuevo. Como te reseteas constantemente actualizándote en cada instante del día gracias a la determinación de tu concentración, ya eres la persona que quieres ser realmente. 

De repente te das cuenta que debido a no sentir ya apego a tu vieja personalidad, curiosamente, te surge y aparece otra consecuencia insospechada y añadida: una gran comprensión del comportamiento de los demás. Ahora entiendes por qué se comportan las demás personas de esa manera como lo hacen, porque tú también estabas vibrando antes en la misma frecuencia en que ellos lo están haciendo y se da la paradoja que, sorprendentemente, ahora te sientes compasivo hacia ellos.

Por si no me explico suficientemente con lo del reseteo, imaginemos que nuestro cuerpo es el hardware de un ordenador, la memoria es el disco duro y la mente, el software. Resetear es cambiar el disco duro, vaciar el poso negativo de nuestra memoria y arreglar el software estropeado: despegarnos de nuestro ego. El que maneja ese conjunto de elementos es nuestra voluntad.

A partir de aquí, es bastante fácil. Te levantas por la mañana limpio de toxicidades; eres otro, actúas y vives ya con el nuevo patrón de conducta. Incluso las molestias físicas que estaban en tu cuerpo ya no molestan porque tú, ahora, ‘no tienes ya ese cuerpo’. Tu cuerpo actual y tus emociones son sanos. Al comprobar que todo esto funciona, mantienes tu atención en la concentración, constantemente, con más ahínco si cabe. 

Hay que aclarar que todo ello debe mantenerse a todas horas, en todo momento y durante todo el día, hagas lo que hagas. Este proceso, llamémosle “ejercicio permanente de meditación”, no es tan solo realizar un par de sesiones semanales o diarias; es una forma de vivir continua y constante. De igual manera que dejar de fumar, no es fumar solo un par de cigarrillos al día o a la semana, sino renunciar definitivamente a probar ni siquiera un cigarrillo en toda nuestra vida. Nunca.

Si, ya; ya sé que muchos de ustedes pensarán que es muy aventurado decir que una enfermedad la padece el cuerpo y no yo y que la realidad es otra: que soy una fantasiosa cuando hago esa afirmación porque la enfermedad sigue existiendo. Sin embargo, yo hablo en este caso concreto de la actitud. La actitud cambia el estado anímico y físico. 

Si de verdad conseguimos situarnos en nuestro yo nuevo y feliz, identificándonos totalmente con este nuevo Ser, se hace relativamente fácil conseguir cambiar nuestra actitud y convertirla en optimismo, esperanza y aceptación ante los infortunios de la vida. Esa emoción-causa puede paliar la enfermedad-efecto o, por lo menos, simplemente conseguir ver la vida con los ojos de ese yo feliz que nos hará generar y aprovechar los momentos o acontecimientos alegres cuando se produzcan. 

El aislamiento y rechazo del ego viejo nos libra de aquellos sufrimientos vinculados, porque el ego nuevo no vive en esa dimensión: observa al ego viejo como hiciese un espectador cuando mira la imagen en una pantalla. Así, cuando algún enemigo pretende dañarnos, a quien se dirige realmente es al yo viejo que es el que recibe todos los palos y ello no afecta al yo nuevo renacido, no dándonos por aludidos.

Hablo del poder y uso de la voluntad como demuestra ser capaz de hacerlo un paralímpico, por ejemplo. 

Digo que la voluntad se puede emplear para mantener la introspección en cada instante de tu vida en la cual ya eres otro: un Ser feliz a salvo de apegos y deseos insanos, libre ya de aquella personalidad abarrotada de adictas rutinas mentales negativas.

Cuando consigues llegar a ese estado, los que tienes alrededor observan un cambio extraño en ti que no aciertan a interpretar que se pueda tratar precisamente de un cambio positivo. Les chocará sin duda porque de repente comienzas a funcionar de otra manera. Pueden incluso pensar que tienes alguna chifladura pero lo que no saben es que ahora, nada y absolutamente nada de lo que piensen o digan te va a molestar porque cualquier acción indeseada ya no te penetra.

Tu yo nuevo, es feliz siempre.

 

Imagen: composición con imágenes de Freepik y de www.jrtrigo.es/eu/

  • Verónica Rosique. Técnica especialista en Administración y en Informática de Gestión.