Nuestra historia hay que situarla en el inhóspito triángulo definido por Chihuahua, el río Colorado y las llanuras de Sonora; con un protagonista que recuerda a los personajes secundarios de los westerns de Ford o Mann, lastrados por debilidades humanas y ennoblecidos con valor temerario. Así era Joseph Marqués, franciscano de Alcudia de Carlet que recorrió el territorio apache de California hablando su idioma valenciano. Parte de su vida la conocemos por el manuscrito mexicano de Garrigós (Bib. Nac. Ms. 5695, Xalisco, año 1782). En él leemos anécdotas como la del soldado valenciano Cavanilles, deseoso de enfrentarse a los indios pese a que el de Alcudia de Carlet le recomendara prudencia. Fue inútil: «pues entrando a batallar con los apaches, salió con una pierna quebrada de un balazo, y hoy día anda con una pata de palo» (f.132).
El fraile Marqués buscaba la perfección espiritual y, a tal fin, elaboró ciertas normas ascéticas como: «no tomar chocolate ni mirar el rostro de mujer alguna, ni tocar su ropa» (f.127). Puede que lo consiguiera, pero su estómago, ¡ay!, castigado por potajes mexicanos no admitía comida, y «solo la leche de mujer se le acomodaba, por lo que tenía una india destinada para este fin, que lo sustentó con mucha caridad» (f.66). Para mayor infortunio, tras su muerte, «“se halló en su celda media arroba de chocolate» (f.123).
En territorio apache era acompañado por soldados y un franciscano que podría ser Garrigós, autor del interesante manuscrito. Éste anotaba cuidadosamente lo visto y oído, incluidas las frases en idioma valenciano: «“Pepe, donam el chic» (f. 58), y su correspondiente traducción al español: «Joseph, dame el chico» (id). La ortografía del manuscrito del Far West era similar a la usada en el Reino en la misma época. Por ejemplo, si Garrigós escribía en 1782: «esta fadrina yo la vullc» (f.58); a miles de kilómetros –en Albaida- el dominico Lluis Galiana también usaba la misma morfología verbal del presente de indicativo y pronombre: «No vullc yo» (Galiana: Rondalla de rondalles, 1768). En catalán, la frase valenciana de 1782 sería: “aquesta soltera jo la vull”.
El manuscrito destila valencianía, aunque el autor no pretendiera en absoluto enaltecer a los valencianos destinados en California; simplemente anotaba lo observado y no dudaba, por ejemplo, en llamar “miserable” a su compatriota Cavanilles por jactarse de matar apaches «como pájaros». La carencia de chauvinismo de Garrigós incrementa el valor documental de las frases en lengua valenciana incrustadas en el texto en castellano.
Es un hecho que nuestros compatriotas destacados en los confines del Imperio usaban el idioma valenciano, y sabían escribirlo. Por ejemplo, en un texto de 1608 – coetáneo de Cervantes- leemos que fray Lluis Bertrán «escribió una carta que se pone aquí, traducida del valenciano en lengua castellana» (Roca, B.: Hist. Valencia,1608, p.8). El autor de la carta era el actual Patrón de Colombia, el dominico Lluis Bertrán, evangelizador de las riberas del caudaloso Magdalena en tiempos de Felipe II. El mismo Bertrán, en el sermón del día de Sent Vicent del año 1578, recordaba que éste «predicaba en valenciano» (Sermón de San Luis Bertrán. Valencia, año 1690, p.201), de igual modo que intercalaba alusiones a los ignotos territorios americanos: «del río Ocanca en la India cuando se junta con el Río Grande de la Magdalena» (p.183).
El manuscrito del fraile Garrigós testifica que la lengua valenciana fue una de las usadas por los colonizadores del Oeste americano.
Analizando el texto de 1782, comprobamos que era un idioma de comunicación. En uno de los párrafos leemos que el de Alcudia de Carlet se dirige al hermano enfermero pidiéndole agua con azucar, y lo hace como si estuviera en Muchamel o Alboraya: «Chic, porta sucre esponchat» (f.78). La apelación con el espontáneo «chic» dirigida al fraile enfermero, sin recurrir al nombre propio, indica lo que está documentado en fray Lluis Bertrán durante su estancia en la selva colombiana en el siglo XVI: hablaban en valenciano a otros españoles e indígenas.
No sé qué efecto causará en ustedes, pero para mi nunca será igual el Far West tras leer el manuscrito de Garrigós. Cuando cierro los ojos no veo a los indios y vaqueros de Peckinpah. En su lugar, cuatro espectrales siluetas se recortan sobre el anochecer rojo sandía del desierto de Sonora; entre nopales y piteras arrastran su humanidad dos frailes acompañados de un soldado con pata de palo, espada y arcabuz. Todos hablan, con voces estruendosas, la lengua del Reino de Valencia. Tras ellos, una india mezcalera de generosas ubres acarrea provisiones, incluido el chocolate.
Las cenizas del soldado Cavanilles vuelan entre coyotes, mientras que las del atormentado fray Joseph Marqués y el cronista Garrigós quedaron en un convento franciscano de la lejana América. Quién les iba decir dos siglos después que, el idioma que ellos no olvidaron ni en territorio apache, hoy estaría prohibido en el Reino. De orgullosos colonizadores hemos pasado a ser colonizados por el fascismo catalán.
Las Provincias, 14 de septiembre 1999
(Historias del idioma valenciano’, 2003, p.262)
Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.