Hay mujeres afganas que prefieren morir antes que callar, antes que claudicar ante las sistemáticas agresiones a los derechos humanos por parte de los talibanes sobre todo a las mujeres. No son temores infundados: los talibanes hicieron lo que hicieron cuando gobernaron de 1999 a 2001, y durante estos 20 años han ido diciendo y haciendo lo que han hecho.
Los derechos de las mujeres afganas, en todos los ámbitos, algunos de ellos incipientemente conquistados en Afganistán durante estos años, pueden ir al precipicio. Y ante esta situación llaman la atención las mujeres afganas que salen a las calles de Kabul o de otras ciudades pidiendo que se les respeten, alegando que prefieren morir antes que callar.
Una de ellas explicaba que esperaba sentada en su casa a que le maten. No tiene dónde ir. No tiene miedo a la muerte y sigue pregonando su dignidad.
Estoy de acuerdo en que, en estos momentos, lo más importante es centrarse en evacuar al mayor número posible de afganos, porque tiempo habrá para analizar las causas de este fracaso mundial que ha supuesto la victoria de los talibanes. Pierde el mundo, pierden los derechos, pierden las mujeres: todos hemos perdido.
Sin embargo, ante esta situación de grave amenaza para las mujeres afganas especialmente, es muy importante no quedarse cruzado de brazos, y plantearnos qué se puede hacer ahora. Al menos, es lo que están haciendo cuatro mujeres afganas en Múnich, que se reúnen para ver cómo ayudar y difundir cuanto pueda beneficiar a las mujeres que siguen en Afganistán.
¿Por qué motivo unas mujeres prefieren morir que callar? Han experimentado la libertad y los derechos humanos que se iban abriendo paso en su país, han saboreado que la dignidad humana vale la pena, y la sitúan por encima de la vida.
En nuestro país, en nuestra cultura europea ¿por qué estaría dispuesto a morir un hombre o una mujer? La mayoría, por nada. Por eso es difícil que asimilemos lo que están sufriendo las mujeres afganas en estos días de terror y lo que vislumbran, y por eso dan la cara, protestan en las calles, jugándose literalmente la vida, mientras desde nuestro sofá vemos imágenes del aeropuerto de Kabul o escuchamos superficiales declaraciones de que el responsable ha sido el ejército afgano, corrupto e inútil.
Si se ahonda en la intensidad del sufrimiento de esas mujeres, que luchan por la dignidad de aproximadamente 14 millones de mujeres afganas y de todo un país de 38 millones de habitantes, sin quedarnos en una mera compasión estéril, algo se nos puede ocurrir.
Desde luego, en los medios de comunicación hemos de darles todo el apoyo. En toda defensa de la libertad y los derechos humanos, los medios hemos de apoyar esa y otras causas nobles, porque el silencio y la superficialidad serían una traición a nuestros propios fines.
Hay que dar asilo a las decenas de miles de afganos que huyen. Pero también ayudar a esas mujeres admirables que se están jugando la vida sin huir del país, porque valoran más hablar que vivir.
No sé, nadie lo sabe, cómo va a evolucionar la situación en Afganistán. Por supuesto, los permanentemente pragmáticos y pesimistas se abonan a que, en unas pocas semanas, nos habremos olvidado de todo lo que aquí escribo.
Los talibanes aparentan ahora cierto respeto. Irá a más o a menos según la reacción de los afganos, y en especial de las mujeres, y de la esfera internacional. Abonarse al fatalismo como síntoma de inteligencia ante cualquier parcela de la vida supone no confiar en que hay fuerzas en los hombres que pueden movilizar muchas energías, y que la libertad y la dignidad han dado muestras en la Historia –y ahora– de estar por encima de la vida.
Muchos murieron por la libertad y facilitaron la caída del comunismo, derribaron muros intelectuales y morales antes de que cayeran los muros de hormigón. Muchos han sufrido martirio por su fe, y siguen sufriendo en no pocos países en la actualidad, por anteponer la fe, la libertad y la dignidad a la propia vida.
Unas mujeres afganas que prefieren morir antes que callar son una lección y un acicate para una sociedad utilitarista y adormecida. Es indigno que nosotros callemos.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.