AGUSTÍN AGUALONGO

Fue un patriota del alto Ecuador, «indio, feo y de corta estatura» que fue una pesadilla para Bolívar, nacido en la ciudad de San Juan de Pasto el 25 de agosto de 1780, militar realista durante la guerra separatista de la Nueva Granada (hoy Colombia), luchador  infatigable que encabezó una guerra de guerrillas que lo haría legendario. En 1822, declaró la guerra a la república de Colombia, en defensa del rey Fernando VII y de la religión católica.

El 7 de marzo de 1811, Agualongo, de 31 años, ingresó en la tercera Compañía de Milicias del Rey.

El 13 de agosto de 1812 el ejército nacional venció en Catambuco a las fuerzas del separatista Juan María de la Villota. La actuación de Agualongo le reportó el ascenso al grado de sargento. Sería su primer ascenso en la carrera militar. Como consecuencia de su actividad frente a los intentos separatistas por recuperar Pasto.

En 1822 ya era teniente coronel. Tras la batalla de Pichincha, donde no combatió, se unió a Benito Boves, Juan Muñoz y Estanislao Merchancano, reiniciando las operaciones militares, en una guerra de guerrillas que contó con el apoyo de las comunidades indígenas de los contornos, venciendo a Sucre en la Cuchilla del Tambo; pero el 25 de Diciembre, Sucre tomó Pasto imprimiendo una dura represión. Agualongo, ya coronel, retomó Pasto.

El caso de Pasto es digno de especial atención. Representó el primer lugar de actuación de Agualongo, pero es que Agualongo era pastuso, y los pastusos significaron siempre la piedra de escándalo del separatismo americano. Siempre fieles a la Patria, sufrieron el genocidio y el escarnio por parte de los agentes coautores de la secesión.

El tremendo odio que Simón Bolívar sentía contra Pasto y sus moradores, por el apoyo a España, tomó cuerpo en la Navidad de 1822, cuando las tropas separatistas, al mando de Antonio José de Sucre, tomaron la ciudad y protagonizaron uno de los más horripilantes episodios de la guerra. Fue una verdadera orgía de muerte y violencia, en la que hombres, mujeres y niños fueron exterminados, en medio de los más incalificables abusos.

El 24 de diciembre de 1822 Antonio José de Sucre, como un acto de desprecio por el nacimiento de Nuestro Señor, masacró Pasto. El ejército separatista, al que comandaba, llegó a la ciudad. La población huyó o se refugió en las iglesias, y finalmente salió en procesión con la imagen de Santiago. Las tropas de Sucre no respetaron ni a los ancianos de 80 años ni a los niños de pecho. Quien más destacó fue Apolinar Morillo, el mismo que tiempo después sería la mano ejecutora en la conjura masónica dirigida por José María Obando, y que acabaría asesinando al propio Sucre, liberándolo así de los posibles remordimientos que la caridad cristiana insiste esperanzada en encontrar en la mente del autor material de tamaño genocidio que con toda justicia lo encumbra como Caín de América.

La orgía de sangre del ejército separatista, compuesto mayormente por mercenarios ingleses, no se detuvo ante nadie ni ante nada. Arrasaron los templos con sus caballos, arrastraron las imágenes con sogas, saquearon todos los bienes materiales, profanaron los sagrados, violaban a las mujeres para después degollarlas…

Los detalles dantescos serían anuncio del porvenir que le esperaba a la Patria tras la derrota: todas las mujeres que fueron sorprendidas en Pasto ese 24 de diciembre de 1822 fueron víctimas de vejámenes sexuales.

Abusos, robos, asesinatos, excesos de todo tipo… que el general José María Obando, oficial del ejército nacional y, posteriormente, en 1831, designado como Presidente de la República de la Nueva Granada, no vacila al encontrar un responsable directo: Antonio José de Sucre.

Las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas

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Casualmente, y como había sucedido en la Península, tanto en las intervenciones de las tropas francesas como en las de las inglesas, los separatistas se entregaron al saqueo y al asesinato durante tres días que debieron parecer eternos a los pastusos, y de su acción, como también había sucedido en la Península, no se salvaron los archivos públicos y los libros parroquiales.

Bolívar, a lo que resulta de las opiniones vertidas sobre Pasto, habría deseado que nunca hubiese existido… o habría deseado exterminarlo como posteriormente sería exterminado el pueblo selknam en la Patagonia.

Pero si los separatistas no fueron capaces de exterminar físicamente a los pastusos, no dudaron en intentar llevar esa labor en otros ámbitos; así, el imaginario forzado por los agentes británicos, como extensión de la Leyenda Negra contra España, ha condenado al pueblo de Pasto a ser la irrisión de quienes basan sus conocimientos en la propaganda.

Y la acción y resistencia del pueblo pastuso seguirá siendo un ejemplo para el pueblo hispánico. Solo un genocida sin alma, o sencillamente un demente, pudo ordenar semejante actuación contra un pueblo.

Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, dejaron en Pasto muestras suficientes de su odio y su desprecio por la Humanidad.

El genocidio de Pasto, por otra parte, no fue sino una etapa más de la guerra a muerte que había decretado en 1813. Pero en la mente de Bolívar debió ser algo más. Su odio hacia los pastusos parece alcanzar un grado de enfermedad, a juzgar por lo descrito por Luis Perú de Lacroix, masón y edecán de Bolívar, que escribió en sus memorias algunas sentencias de éste:

Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos.

Pero esa posible desviación mental encontraría apoyo en quienes se encontraban interesados, no por enfermedad, sino por codicia, en el exterminio de Pasto. Y es que Pasto representaba un excelente polo de desarrollo industrial y comercial, al margen de los intereses británicos; algo que era necesario allanar.

Si penoso es el genocidio per se, adquiere tintes incalificables cuando observamos que no es producto de enfermedad mental sino de codicia. ¿Qué actuación cabe al respecto?      

Es el caso que, tras los estragos llevados a cabo sobre Pasto, la mayoría de los jefes patriotas cayeron en la pesadumbre. No es el caso de Agualongo, quien creía haber encontrado el momento de la revancha y se lanzó sobre Quito con un ejército de unos ochocientos voluntarios. En el curso de esta campaña tomó Ibarra el 12 de Julio de 1823; pero el 17 tuvo un nuevo encuentro que resultó fatal.

El enfrentamiento de Ibarra se convirtió en otra catástrofe a sumar en el triste balance de los pastusos y de la Hispanidad: en un acto de ¿suerte?, ¿astucia?... el ejército separatista, comandado por el agente británico Simón Bolívar, infligió una terrible derrota a los pastusos, de los que la práctica totalidad pagó con su vida la ilusión de la venganza.

Pero el odio de Bolívar no desapareció con esta nueva masacre. Muy al contrario, quedó reflejado en la orden que, tras la victoria de ese aciago día, dio al General Salom. Entre otras, marcaba las siguientes medidas:

Destruirá US. todos los bandidos que se han levantado contra la República.
Mandará US. partidas en todas direcciones a destruir estos facciosos.
Las familias de estos facciosos vendrán todas a Quito para destinarlas a Guayaquil.
Los hombres que no se presenten para ser expulsados del territorio serán fusilados.
Los que se presenten serán expulsados del país y mandados a Guayaquil.
No quedarán en Pasto más que las familias mártires por la libertad.
Se ofrecerá el territorio de Pasto a los habitantes patriotas
[separatistas] que lo quieran habitar...

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Odio que quedaría remarcado en su carta de 21 de Julio de 1823 al general Santander, en la que decía Simón Bolívar:

Pasto es la puerta del sur (decía) y si no la tenemos expedita, estamos siempre cortados, por consiguiente es de necesidad que no haya un solo enemigo nuestro en esa garganta (...) (los pastusos tienen) una alma de acero que no pliega por nada. Desde la conquista acá, ningún pueblo se ha mostrado más tenaz que ese. Acuérdese Vd. lo que le dije sobre la capitulación de Pasto, porque desde entonces conocí la importancia de ganar esos malvados. Ya está visto que no se pueden ganar y por lo mismo es preciso destruirlos hasta en sus elementos.

Era una guerra de reveses. Finalmente, José Mires tomaría Pasto, quedando Agualongo encerrado en el convento de las monjas Conceptas, de donde acabó huyendo para sufrir nueva derrota en Buenaventura, esta vez definitiva, a manos de Tomás Cipriano Mosquera. El 24 de Junio de l824 fue sorprendido por el General José María Obando, el mismo que acabaría asesinando a Sucre.

Agualongo fue tomado prisionero, sometido a juicio, curioso el dato para quienes actuaban como habían hecho en Pasto, y fue condenado a muerte, que fue ejecutada el trece de julio de 1824.

El héroe contaba cuarenta y cuatro años de edad, y justo en esos momentos llegaba la orden de ascenso a General de Brigada.

Ante el pelotón de fusilamiento exclamó que, si tuviese veinte vidas, estaba dispuesto a inmolarlas por su religión y por su Rey de España, suplicó que no le vendaran, porque quería morir cara al sol, mirando la muerte de frente, sin pestañear, siempre recio, como su suelo y su estirpe.

Gran espíritu hispánico de Agualongo, quien debe ser reconocido como héroe de la Hispanidad; un personaje visionario que supo detectar la mala fe en aquellos criollos que con tanto ardor buscaron y consiguieron la ruptura de la patria con el único objetivo de satisfacer sus ansias economicistas.

Agualongo se manifestó reiteradamente contra la actitud de los criollos separatistas, y en esas manifestaciones argüía aspectos que acabaron confirmándose tras la independencia… que los indígenas iban a perder sus tierras. Evidentemente era un visionario.

La marea de la tiranía no pudo ser contenida por el patriota Agualongo, que tuvo que sufrir la pasión y la muerte a manos del invasor sin que el coraje hispánico pudiese frenar la codicia de los agentes británicos, quienes encontraron su labor trillada por la indolencia del pueblo español, que sin remedio e incomprensiblemente incluso para ellos, sucumbiría ante su tiranía

Bolívar encontró en Pasto resistencia patriótica que arrasó a sangre y fuego, pero no fue Pasto el único lugar que el tirano miraba con desconfianza. Así, con relación a Coro, que tantas muestras había dado de mantenerse fiel a la Patria, manifestaba el genocida de Pasto en carta a Rafael Urdaneta el 24 de diciembre de 1826:

El resto del pueblo lo creo tan godo como antes. Ni aún por mi llegada se acercan a verme, como que sus pastores son jefes españoles. Yo creo que si los españoles se acercan a estas costas, levantarán 4 ó 5.000 indios en esta sola provincia. La nobleza de este país permanece renuente y abstraída de todo; pero cobrando millones y Coro no ha valido jamás un millón.

Pero España estaba perdida, y las peores pesadillas de sus enemigos no pudieron verse cumplidas, siendo que, además de ser el mejor sueño de los patriotas, hubiese sido la más lógica de las soluciones.

 

Imagen 1: http://sagradahispania.blogspot.com
Imagen 2: El Cofresito