Compruebo con desolación que la proximidad de nuestras decisivas elecciones nos está haciendo ignorar importantísimos sucesos que están ocurriendo en Europa.
Hace escasos días, el 23 de junio, Rusia estuvo al borde de conocer una guerra civil. Yevgueni Prigozhin, líder, o cabría decir propietario, del ejercito mercenario Wagner, molesto por el escaso apoyo que encontraba de su Presidente y antiguo amigo, Vladimir Putin, y especialmente resentido contra el Ministro de Defensa ruso, ordenó al grupo de 25.000 hombres que había estado combatiendo contra Ucrania, que se dirigiera contra Moscú, lo que hubiera podido provocar un auténtico golpe de Estado.
Durante algunas horas circularon todo tipo de rumores que tan pronto situarían a Putin refugiado en San Petersburgo, o al presidente bielorruso Lukashenko oculto en Turquía. Todo ello resultó ser puro bulo, pero en todo caso, las tornas en la región habrían cambiado rotundamente. De estar Putin a punto de invadir Kiev, se encontraba de pronto al borde de presenciar la invasión de Moscú por parte de quienes habían sido sus aliados o sus mercenarios.
Todo parece indicar que Lukashenko negoció satisfactoriamente con Prigozhin y el grupo Wagner dio marcha atrás refugiándose primero en Bielorrusia para volver a continuación a Rusia.
El suceso muestra, entre otros muchos signos, la debilidad de Rusia y de Putin que careció de autoridad para frenar por sus propios medios y en aplicación de sus propias leyes, la agresión que se le venía encima. Lejos de tranquilizar a la Unión Europea y a los Estados Unidos, la crisis rusa hizo temer a Occidente que un golpe que desalojara a Putin y a su equipo podría conllevar consecuencias inmediatas de mayor riesgo, de forma que la marcha atrás de Wagner ha sido recibida con cierta tranquilidad. Sin embargo y como era de prever, la debilidad rusa ha querido encubrirse con un ataque feroz sobre Leopolis, la puerta de entrada en Ucrania a escasos kilómetros de Polonia y de la Unión Europea.
En Francia las cosas no andan mucho mejor; ya sea por la necesaria prolongación de la vida laboral hasta los 64 años o por la sobreactuación policial que costó la vida a un joven argelino, la vida en muchas ciudades del país está plagada de desórdenes callejeros desde hace meses.
Francia, el país admirable por tantos conceptos, una de las grandes capitales culturales del mundo, el país que atrae el mayor número de turistas del globo, se ha convertido a la vez en un país inestable con una especial vocación revolucionaria.
La Revolución de 1789, acabó con la Menarquia y asentó en el poder a la burguesía, al Tercer Estado, que en lo sucesivo dominaría sobre la aristocracia y también sobre el proletariado.
Los sucesos actuales guardan mayor parecido con los de mayo de 1968, un suceso del que fui testigo desde mi internado en la Sorbonne y en que los estudiantes de Nanterre, apoyados por los sindicalistas y los obreros, lograron poco más que acabar con el fundador de la V República, el general de Gaulle, que cedió paso a Pompidou, dando un aviso al capitalismo rabioso.
La revuelta de estos días, que ha provocado robos, saqueos y vandalismo con un costo superior a los 1.000 millones de euros, tiene más que ver con el cambio demográfico, con la inmigración descontrolada y con el fracaso de un multiculturalismo que está estallando en la tercera generación, en los hijos o nietos mal integrados de unos inmigrantes inicialmente agradecidos.
En definitiva, tenemos una Europa en baja forma. La guerra de Putin por un lado, las fragilidades del Brexit cada día más evidentes, la grave crisis económica de Alemania -la locomotora de Europa, que va a reducir en 45.000 millones de euros el presupuesto social y administrativo del país- y los desórdenes en Francia no pueden caer en el olvido aunque en España andemos en estos días absolutamente concentrados en el 23J.
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.