En mi anterior artículo, Las parteras de Castilla y León https://clubjaimeprimero.org/content/las-parteras-de-castilla-y-leon, trataba, de manera sucinta, sobre los orígenes de Castilla y su relación con el reino de León. No fue precisamente pacífica la cuestión. Para no ser reiterativo me permito recordar que nos habíamos quedado en el reinado de Alfonso VI, bajo cuya corona, se había producido la unión de ambos reinos. Creo oportuno continuar con el relato para dar la oportunidad, al posible lector, de tener una visión de conjunto de como Castilla se convirtió en el reino más poderoso de la Reconquista en aquellos momentos.
Alfonso VI, que accedió al trono de aquella manera un tanto atrabiliaria, dio estabilidad a la unión de ambos reinos. En honor a la verdad hay que decir que él consiguió el anhelado objetivo perseguido por sus predecesores, incluso la vieja monarquía astur, la conquista de Toledo, la emblemática capital visigoda. A señalar que desde la derrota del Guadalete, año 711, el Reino Astur, el Reino de León y el de Castilla, todos ellos fundaban su legitimidad en el extinto Reino Visigodo.
La sucesión de Alfonso VI se vio comprometida ante la ausencia de un hijo varón. Cuando ya pocos lo esperaban nació Sancho fruto de su relación con Zaida, inicialmente musulmana de origen un tanto incierto, que fue cristianizada en incluso se defiende que se casaron. El heredero vio truncadas, de manera trágica, sus expectativas en la batalla de Uclés donde pereció junto a buena parte de la nobleza castellana. La siguiente para sucederle era su hija Urraca, casada con Raimundo de Borgoña con quien tuvo un hijo, el futuro Alfonso VII. Es la primera mujer de la que se tiene constancia cierta que reinó.
Urraca era una mujer de carácter y todo su reinado estuvo sembrado de incidentes más o menos escabrosos. Enviudó de su primer marido Raimundo de Borgoña cuando aún vivía su padre Alfonso VI. Este, con gran visión de estado, maniobró para que Urraca se casara con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. La idea era excelente pues si de ese matrimonio nacía un hijo se unificarían los reinos de Castilla, León y Aragón. El matrimonio se celebró pero la incompatibilidad de los contrayentes se puso de manifiesto bien pronto. Todo se fue al traste y el matrimonio fue anulado.
La reina gobernó con cierto criterio y, salvo algunas humillaciones que hubo de soportar de las gentes de Galicia y una desordenada vida amorosa, defendió el trono para poder traspasarlo unido a su hijo el rey Alfonso VII.
La infancia de Alfonso VII estuvo marcada por las luchas de los nobles para hacerse con su tutela. El obispo de Santiago de Compostela Gelmírez fue el más significativo en su educación, que no el único. Dio un importante impulso a la reconquista y, algunos reyes cristianos, le prestaron vasallaje lo que propició que se auto considerara emperador. De hecho el propio rey en algunos documentos firmó como emperador. Murió joven y en su testamento dejo dispuesto que el reino volviera a fragmentarse. Nuevamente se separan Castilla y León. Sus hijos, Fernando y Sancho, pasarían a ser reyes de León y Castilla respectivamente.
Durante ese periodo de separación en León reinaron dos reyes. El antes mencionado Fernando II y su hijo Alfonso IX. Este último es el que convocó cortes en León donde se reunieron por primera vez los representantes de las ciudades, esto es el pueblo llano, junto con la nobleza y el clero, dando lugar a lo que internacionalmente es reconocido como el primer parlamento, al menos en Europa. Por ello León ostenta el noble título de cuna del parlamentarismo, en detrimento de los ingleses que siempre presumieron de ser ellos los iniciadores de este sistema representativo.
En el lado castellano se sucedieron Sancho III, Alfonso VIII, Enrique I y Berenguela. El primero de ellos, Sancho III, tuvo un reinado muy corto por lo que se hace difícil encontrar algún hecho reseñable. Para compensar esta carencia apareció su hijo el rey Alfonso VIII. Con decir que se le conoce por “el de las Navas” resulta innecesaria cualquier presentación. Esta batalla, que de haber tenido otros protagonistas habría sido glosada en todos los centros de enseñanza, fue, y ha sido, determinante para el devenir de Europa. Ocasionó el declive definitivo de la conquista musulmana en España. A partir de ese hecho histórico son las fuerzas cristianas las que mantendrán la iniciativa.
A la muerte de Alfonso VIII le sucede su hijo, por aquellas fechas un niño, que reinará con el nombre de Enrique I. Realmente solo lo hizo desde un punto de vista formal pues su edad, tres años, es evidente que le inhabilitaba para hacer frente a las tareas de gobierno. Por desgracia a los diez años, estando jugando en el patio del obispo de Palencia, una teja se desprendió y le causó la muerte.
Su hermana Berenguela asume la corona. La ahora reina estaba casada con el rey Alfonso IX de León y fruto de ese matrimonio había nacido el infante Fernando. Nada más acceder al trono abdicó en su hijo que reinaría como Fernando III. Ya tenemos a Fernando III como rey en Castilla y como potencial heredero del reino de León. A la muerte de su padre, Alfonso IX de León, se postuló como heredero a dicho reino. Decimos se postuló pues había dos hermanas mayores, fruto de un anterior matrimonio, a las que el rey había dejado en testamento el reino.
En cualquier caso mediante presión militar y concesiones económicas Fernando III se hizo con la corona de León. Esta será la definitiva unión de las coronas de León y Castilla que conformaran un poderoso instrumento, gracias al cual, entre otras cosas, se impulsará la reconquista y coadyuvará a la vertebración de la España que ahora conocemos.