Cuando el Rey Jaime I reconquistó estas tierras para la cristiandad, con la legítima ambición de reunificar la España perdida por la invasión musulmana del año 711, entre otros, le acompañaban un selecto grupo de caballeros que destacaban por la pulcritud y elegancia -sin lujos- de sus uniformes blancos, y por la destreza, el valor y la disciplina demostrados en el combate.
¿Quiénes eran estos legendarios caballeros, protagonistas de un gran servicio prestado a la cristiandad durante doscientos años y, paradójicamente, víctimas de un triste y trágico destino?.
Veamos:
En el año 1119, un veterano cruzado francés llamado Hugo de Payns –algunos autores dicen de Payens-, conocedor de la lengua árabe y de la topografía militar de los Santos Lugares, acompañado de ocho caballeros que sentían como él los ideales de la cruzada, se presentaron al rey Balduino II de Jerusalén. Hugo le ofreció su colaboración para proteger a los peregrinos que desde toda la cristiandad acudían a la tierra de Jesús. Balduino aceptó la oferta, mientras que el patriarca de Jerusalén les concedía el reconocimiento canónico. Los Pobres Caballeros de Cristo, como ellos quisieron llamarse, emitieron los votos de castidad, pobreza y obediencia, según la regla de los canónigos regulares de Jerusalén, y un cuarto voto de carácter militar, para proteger a los peregrinos y defender los Santos Lugares.
La prestación del servicio de policía abarcaría desde el puerto de Jafa a Jerusalén. Cuadrillas de algareros infiltrados de las ciudades egipcias, musulmanes procedentes de las tierras altas y grupos de beduinos, penetraban en el pasillo y acechaban a los viajeros que solos o en grupo hacían el camino de Jafa a Jerusalén o viceversa. El rey Balduino les cedió para su alojamiento la antigua mezquita de Al-aksa, dependencia que en su día formó parte del Templo de Salomón. Por esta razón, la nueva Orden militar fue conocida como el Temple.
Alain Dumerger, catedrático de historia de la Universidad de Paris, dice que existe la historia del Temple y que existen muchas historias sobre las leyendas del Temple. Personalmente, me ceñiré a una breve exposición sobre sus rasgos históricos básicos. Las historias de las leyendas del Temple es un pozo sin fondo, inagotable, donde la imaginación humana parece no tener límites.
En el año 1127 Hugo de Payns inicia un viaje a Europa. Lleva en la agenda del viaje tres importantes objetivos:
- la aprobación papal de la orden y de su regla.
- la obtención de los recursos económicos necesarios.
- la recluta de nuevos templarios.
El concilio de Troyes, celebrado a instancias de Hugo de Payns, en el mes de enero del año 1129, presidido por un legado pontificio, aprueba la Regla del Temple. Los conciliares han tenido un intenso debate ante la novedosa propuesta que rompe muchos moldes doctrinales de la Iglesia. En el concilio, Hugo de Payns recibe el apoyo de un pariente suyo, Bernardo de Claraval –el joven aristócrata Hugo de Fontaine-, prestigioso abad del monasterio cisterciense del mismo nombre, también llamado el Doctor Melifluo por su exquisita oratoria. Claraval viene a significar en latín “clara vallis” y fue el nombre del bello lugar elegido por san Bernardo para construir su monasterio cisterciense.
El texto de la primera regla del Temple aprobada en el Concilio no ha llegado hasta nosotros. Pudo ser el trabajo conjunto del joven abad y de Hugo de Payns. Es muy posible que Hugo informase a san Bernardo sobre su experiencia monástica y militar en Tierra Santa y que san Bernardo la fundamentase teológicamente. Consta con toda certeza que san Bernardo se convirtió en el principal inspirador y mentor ideológico del Temple, pese a que, según ciertas opiniones, le habría agradado mucho más que Hugo hubiera profesado en el Cister.
En su gestación, el Temple será una síntesis feliz del espíritu de cruzada predicado por el Papa Urbano II en el año 1095, unos treinta y tantos años antes de la fundación templaria, del espíritu de las órdenes militares de caballería y de la espiritualidad del Císter.
El nacimiento del monje soldado propuesto por Hugo de Payns suponía una radical ruptura con las tradicionales posiciones pacifistas defendidas por la doctrina de la Iglesia y otra ruptura, no menos importante, con la rígida clasificación estamental de la Edad Media, donde los monjes rezaban, los caballeros peleaban y el pueblo llano trabajaba. Un fraile, un religioso, sujeto a las duras disciplinas ascéticas del Cister y combatiendo con la dura disciplina militar de los mejores soldados, era un hecho revolucionario y muy difícil de digerir en la mentalidad cristiana. La utilización de la violencia en la defensa de la fe había originado muchos problemas teológicos. El mismo San Agustín, por esta razón, tuvo que defender al cristianismo de la acusación de haber sido uno de los causantes de la caída del Imperio Romano. En este sentido y para evitar las contradicciones afirmó: “el soldado que mata a un enemigo, como el juez y el verdugo que ejecutan a un criminal no creo que pequen ya que al actuar así obedecen a la ley”. En la estimación agustiniana, la guerra justa siempre es la última razón.
San Bernardo, en apoyo del Temple y a petición de Hugo de Payns, redacta una carta titulada “Laude novae militia” en la que fundamenta la creación del Temple como orden monástico-militar. En primer lugar, aduce al estado de necesidad y de legítima defensa. Lo preferible sería defendernos de los infieles, sin utilizar las armas, mediante el diálogo y el entendimiento. Pero esta posición implicaría un grave riesgo para la cristiandad, dado el carácter expansivo y mesiánico del Islam, que a través de la hijad o guerra santa, persigue la implantación del islamismo como única y excluyente religión universal. En segundo lugar, los Santos Lugares pertenecen a la cristiandad porque allí derramó su sangre Jesucristo por la redención de todos los hombres.
Ante las dudas suscitadas sobre el uso de la violencia y para tranquilizar las conciencias de los templarios y de sus familias, san Bernardo les dice a sus caballeros:
“El nuevo caballero se recubre de una armadura de hierro y su alma de una armadura de fe”
“No teme a nada, ni a la vida ni a la muerte, porque Cristo es su vida, la recompensa de su muerte”
“Id, pues, caballeros y afrontad sin miedo a los enemigos de la Cruz de Cristo, alégrate valeroso atleta, si sobrevives y eres vencedor en el Señor, regocíjate más aún si mueres y te reúnes con el Señor”
“Dudo en llamarles monjes y en llamarles caballeros. ¿Y cómo se les podría designar mejor, quedándoles ambos nombres a la vez ya, que no les falta ni la dulzura del monje ni la bravura del caballero?”
San Bernardo infundió en el Temple el delicado espíritu ascético del Cister y un gran amor hacia la Virgen María, a quién filialmente llamaba Notre Dame. Todos los templarios llevaban el escapulario de la Virgen del Carmen sobre la cota de malla (Jacobo Molay, maestre del Temple, incluso lo llevaba puesto al subir a la hoguera) y solían rezar con mucha devoción la oración que san Bernardo les enseñó (“Acordaros piadosísima Virgen María…”). En el espíritu alentado por san Bernardo, los templarios, antes de entrar en combate, de pie y con las armas prestas, cara al enemigo, junto a sus cabalgaduras, recitaban el Salmo II. Este Salmo tiene resonancias guerreras, pero el punto 12 contiene una invitación pacífica a la concordia. “Abrazad la buena doctrina (…) Bienaventurados serán los que hayan puesto en Él su confianza”. Agotada la invitación del Salmo II, los templarios ya en orden de combate, de cara al inmediato choque con el enemigo, al galope de sus caballos, invocaban la ayuda del Señor: “¡Vive Dios, Santo Amor!”. Y en uno de los lados del baussant, del pendón templario, lucía bordada la plegaria del Salmo XV: “Non nobis, Domine, sed domino tuo da gloriam”. (“Nunca a nosotros, Señor, nunca a nosotros sino a tu nombre, concédele toda la gloria”).
La fundación del Temple fue acogida con gran entusiasmo en toda la cristiandad. En sus filas militó muy pronto lo más selecto de la nobleza francesa y de la juventud europea. Incluso los balarrasas que golfeaban por toda Europa en las tabernas y prostíbulos, en los torneos y en las justas, encontraron en el Temple un camino de purificación y de redención personal, como lo encontraron en la Legión española muchos golfos de los años veinte y de los años treinta. En este sentido, se acusó a los templarios de admitir en sus filas incluso a los excomulgados. Pero las investigaciones más solventes, demuestran que los golfos excomulgados entraron en el Temple después de haber sido absueltos y perdonados por sus respectivos obispos. Solamente en ese momento, como un requisito “sine qua non”, pudieron militar en el Temple.
Estos nobles donaron a la Milicia Cristhi sus posesiones y riquezas. Y así comenzó a formarse el inmenso patrimonio del Temple que tan bien supieron administrar. Por ejemplo, el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III -cuya primera esposa fue María, la hija del Cid Campeador- ingresa en el Temple dos años después de la celebración del Concilio de Troyes. Pedro II de Aragón encomendó a los templarios la educación de su hijo Jaime I. Con el tiempo Jaime I sería llamado el Rey Templario; don Pedro II, al morir legó en su testamento al Temple su espada y su caballo Danc. El rey de Aragón, Alfonso I el Batallador, dejó sus reinos en herencia al Temple, a los hospitalarios y a los caballeros del Santo Sepulcro, lo que nos demuestra el prestigio alcanzado por el Temple en tan breve espacio de tiempo.
Los templarios se extendieron rápidamente por toda Europa: desde Hungría hasta Portugal y desde la desembocadura del Rhin hasta Sicilia. En el caso de nuestra provincia, según el profesor Gonzalo Martínez Diez, existían las encomiendas templarias de Burriana, Alcalá, y Peñíscola con Ares. Además, los templarios ejercían el mando militar de las fortalezas de Ares del Maestre, Cuevas de Vinromá, Chivert, Peñíscola, Culla y Pulpis, en Santa Magdalena.
El ingreso en el Temple quedaba simbolizado con la entrega de la capa blanca. El color del hábito y la capa significaba el valor de la castidad “sin la cual no se puede ver a Dios” (…) “símbolo de la pobreza por el material que está hecho, paño crudo, sin tinte ni aprestos”. Más tarde, el Papa Eugenio III acudió al concilio templario de Paris y les concedió el uso de la cruz roja ancorada.
El sello o emblema de los templarios representaba a dos jinetes cabalgando sobre el mismo caballo. Algún autor ha querido ver en los dos jinetes a los dos fundadores del Temple: Hugo de Payns y Godofredo de Saint Omer. Una opinión más generalizada cree que los dos jinetes representan el espíritu de pobreza del Temple y el uso compartido de los bienes. Por otra parte, recordemos que los reglamentos templarios autorizaban al Maestre a disponer de cuatro caballos y tres a cada caballero. Entonces, esta práctica en el uso de los caballos no encajaría con el simbolismo del sello.
La pobreza se manifestaba incluso en el régimen alimenticio de los templarios (solo podían comer carne tres días a la semana y el resto sopas, verduras y legumbres). Ni el llamativo uniforme ni las armas ni los arneses de los caballos podían ostentar adornos lujosos de oro o de piedras preciosas, como era habitual en los caballeros y en la nobleza de la época. Para los templarios la cuaresma comenzaba en el Día de todos los Santos y terminaba el día de Pascua, lo que suponía un largo tiempo de penitencia.
El color negro del baussant o pendón templario significaba la fuerza y el valor del soldado; el blanco, la pureza del monje. En el combate, el portaestandarte era seleccionado por sus virtudes ascéticas y militares y era escoltado por cinco o diez caballeros distinguidos de la Orden. Cuando en la formación de combate participaba el Maestre, era él mismo quién portaba el baussant. El baussant tenía que permanecer siempre en alto y visible para los combatientes templarios. En ningún caso podía permanecer inclinado. Ni siquiera en caso de peligro podía utilizarse como arma defensiva. La infracción se castigaba con la pérdida del derecho de usar la capa blanca –grave deshonor para los templarios- y con la obligación de comer en el suelo y de efectuar la limpieza de las letrinas y de otros trabajos infamantes, según el espíritu de la época.
En ningún caso el templario podía darle la espalda al enemigo durante el combate, aunque éste fuese más numeroso. Cuando caía prisionero, el caballero templario sabía muy bien que no podía exigir a sus hermanos el pago del rescate para su liberación.
La bula del Papa Inocencio II expedida el 29 de marzo del año 1139, unos diez años después del Concilio de Troyes, constituye, según el profesor González Martínez Ruiz, la verdadera aprobación papal del Temple:
- el Maestre es elegido por el capítulo general de la Orden.
- la regla del Temple solo puede ser modificada por el Maestre, previo informe y acuerdo del capítulo.
- el Temple depende directamente del Papa.
- el Temple dispone de sus propios sacerdotes y capellanes para la asistencia religiosa de sus miembros.
- el Temple está exento del pago de los diezmos.
- el Papa, en su caso, se reserva la potestad de ex comunión de los caballeros templarios.
- el Temple puede disponer de sus propias iglesias.
El gobierno central del Temple radica en Jerusalén. Cuando Saladino toma Jerusalén en el año 1187, la sede fue trasladada a San Juan de Acre. Y en el año 1291 cuando la cristiandad perdió esta ciudad litoral, los templarios se instalaron en Chipre.
De la sede central dependían los maestres de los distintos reinos. A su vez estos maestres controlaban la red de encomiendas y la organización económica, financiera y administrativa. La encomienda era un centro de apoyo logístico de la sede de Jerusalén y al mismo tiempo un centro de reclutamiento de nuevos templarios. Normalmente, estaba formada por la parte conventual y residencial y por las dependencias de administración de las propiedades templarias (tierras de labranza o de pastoreo, complejos agropecuarios, molinos, etc…). Las encomiendas tenían que poseer los suficientes recursos para subsistir y para entregar a la casa madre de París los beneficios estipulados para mantener la Orden en Tierra Santa. Estas encomiendas, en general, cumplieron una importante función social en su entorno y, en algunos casos, cumplieron funciones de escuelas de formación profesional agropecuaria para los jóvenes.
La acción militar de los templarios quedó limitada a Palestina. En el caso de España, como tierra de cruzada, participaron en las acciones militares de los distintos reinos. Por ejemplo, en la batalla de las Navas de Tolosa del año 1212, en la cual murió el maestre del Temple de Castilla, o en la reconquista del Reino de Valencia. En el Baix Maestrat, tanto templarios como hospitalarios se turnaban cada seis meses en la policía de frontera.
El Temple se convirtió en una gran potencia económica y militar. Un estado dentro de otros estados. Sus enormes recursos fueron muy bien administrados y a consecuencia de su prestigio militar y económico ejercieron como los grandes financieros de Europa. Por ejemplo, hasta su mortal enemigo el rey Felipe IV el Hermoso, depositó en el Temple de Paris el tesoro real -y así en miles de casos–.
Prestaban cobertura crediticia, a través del sistema de letras de cambio, a los peregrinos que acudían a Tierra Santa y a Santiago de Compostela, ofreciéndoles los servicios de una impecable red de hospederías. Los peregrinos que viajaban por mar a Tierra Santa preferían navegar en las naves del Temple que no caer en las manos de los desaprensivos marinos genoveses o venecianos.
Sobre la riqueza del Temple conviene hacer algunas consideraciones:
- A pesar del potencial económico de la Orden, en el plano personal y comunitario los templarios siempre vivieron fielmente el voto de pobreza.
- Los recursos económicos fueron utilizados en las acciones militares de la Reconquista en España, en la protección de los peregrinos y en la defensa de los Santos Lugares.
En la estructura jerárquica del Temple, destacaban los siguientes cargos:
- el Maestre, autoridad máxima del Temple, que residía en Jerusalén. Elegido por el Capítulo General de la Orden, formado por trece templarios (ocho caballeros, cuatro hermanos sargentos y un capellán, todos ellos a ser posible, de distintas nacionalidades).
- hermanos caballeros y hermanos sargentos. Los caballeros eran de origen noble y los sargentos procedían de estratos sociales inferiores. Las vestiduras blancas se reservaban a los caballeros. El resto del personal de la Orden usaba ropajes negros o pardos con la misma cruz roja ancorada.
En la Orden tenían cabida tres clases de caballeros templarios:
el que profesaba canónicamente al entrar en la orden, era el autentico caballero. Tenía que proceder de familia noble, ser cristiano viejo, diestro en el manejo de las armas, no haber pertenecido a ninguna otra confesión religiosa y ser soltero. Otros caballeros –fratres ad terminum- se comprometían temporalmente con la Orden y se les exigían los mismos requisitos hasta la extinción del compromiso personal. Otro tipo de caballeros no emitían los tres votos clásicos, podían estar casados o casarse con el permiso del comendador; en este caso debían pernoctar fuera del recinto templario y no podían utilizar la capa blanca como símbolo de la pureza.
Una figura importante era la del Mariscal o jefe militar que asumía el mando de las operaciones en tiempos de guerra. Tan solo el maestre estaba por encima de él.
El Tesorero era el segundo en jerarquía, salvo en caso de guerra que lo asumía el mariscal. Por el Tesorero pasaba todo el dinero de la Orden. Tenía la tercera llave del tesoro. Los suministros en tiempos de paz estaban bajo su supervisión.
El drapier se encargaba del vestuario. El visitador general era el responsable de todas las casas de la Orden, conventos, residencias y granjas. El castellano se encargaba del gobierno militar de cada castillo o fortaleza; el capillero disponía de todo lo necesario para la celebración de los oficios divinos en campaña; el turco plier era el comandante de la caballería ligera .Las dos categorías de hermanos sirvientes eran los fámulos y los armigeros. Los fámulos englobaban gran cantidad de oficios: cocineros, herreros, cirujanos, carpinteros, veterinarios, sastres, etc… y los armigeros eran la tropa combatiente auxiliar, pajes y escuderos, y como tales luchaban al lado de los caballeros y de los sargentos.
Los hermanos templarios a las cuatro de la madrugada asistían al rezo de maitines en invierno y a las dos en verano; el oficio de laudes se escuchaba entre las cinco y las seis de la madrugada. Como monjes, los oficios divinos eran escrupulosamente observados. En campaña militar y en los entrenamientos de los campamentos templarios, ciertos oficios divinos eran sustituidos por otras oraciones, como el rezo del Padrenuestro. En las casas del Temple debía guardarse el silencio durante los tiempos prescritos por la Regla e incluso durante las campañas militares. La tienda de campaña destinada para la capilla y oratorio quedaba instalada en el lugar más noble del campamento.
La bula del Papa Inocencio II, regulando la dependencia directa del Papa, la designación de sus propios capellanes, la exención del diezmo, la celebración del culto en sus propias iglesias; el prestigio alcanzado entre las clases más altas de la sociedad, su gran potencial económico y financiero, su mecenazgo en la construcción de las grandes catedrales góticas, indudablemente, suscitaron muchas envidias y recelos. A estas envidias, en algunos casos, se añadieron ciertas calumnias vertidas sobre el Temple. Especialmente tuvieron un gran eco las injurias propaladas por un ex templario, expulsado de la Orden, llamado Esquius de Floriac en el año 1303. Acusó a los templarios de graves delitos: herejía, bestialismo, homosexualidad, lujo desenfrenado, avaricia, orgullo, prepotencia.
Esquius tuvo un especial cuidado en divulgar las acusaciones entre ciertos ambientes eclesiásticos y de la nobleza, recelosos del prestigio templario, pero sin encontrar mucha audiencia, hasta que entró en juego un abogado llamado Guillermo de Nogaret, hijo de cátaro, consejero de justicia del Rey Felipe IV el Hermoso, el cual arruinado por los gastos de continuas guerras, proyectó apoderarse de las riquezas del Temple. Nogaret consiguió del rey, en base a las acusaciones conocidas, que el día 13 de octubre del año 1307, iniciara un proceso contra los templarios de Francia, quienes fueron detenidos en las primeras horas de la madrugada y encarcelados y confiscados todos sus bienes. Solamente en Paris fueron detenidos ciento treinta y ocho. Los monjes templarios fueron sometidos a tortura y la mayoría –incluido el maestre Jacobo Nolay- aceptaron como ciertos los delitos que les imputaban. Esta falta de resistencia de unos monjes guerreros, que en su cuerpo lucían las cicatrices gloriosas de muchos combates, sorprendió a los parisinos que seguían con expectación el proceso. La explicación dada por algunos autores, afirma que la mayoría de los templarios procesados eran ancianos ocupados en funciones auxiliares y administrativas, mutilados de guerra, sirvientes, armigeros, etc…El Papa trató de salvarlos mediante la bula “Pastoralis preemintiae”. El rey se opuso al Papa, pero no pudo impedir que Jacobo Molay y otros dignatarios del Temple negaran sus anteriores declaraciones obtenidas con la aplicación de la tortura.
El 22 de marzo del año 1312, el Papa, en el concilio de Vienne, en el valle del Ródano, mediante la bula “Vox in excelso”, decreta la supresión de los templarios. Sus bienes se ponen a disposición de la Cruzada, pero el rey conservará su administración.
El día 12 de mayo del año 1309, cincuenta y cuatro templarios, entre ellos el maestre, Jacobo Molay, son llevados en carreta a la “Isla de los judíos”, en el cauce del Sena, frente a Notre Dame, para ser quemados en la hoguera. Se dice que Jacobo Molay, que portaba el escapulario de la Virgen del Carmen en tan postrero trance, antes de morir emplazó a sus verdugos a comparecer ante el “Juicio de Dios” en el plazo de un año. Un testigo presencial del sacrificio de los templarios dejó escrito “que ni uno solo de ellos reconoció los delitos que se les imputaban y (…) afirmaron que se les condenaba injustamente lo que mucha gente pudo comprobar con gran admiración hacia los ajusticiados.” Solamente en Paris y en algunas poblaciones francesas más fueron llevados a la hoguera.
Guillermo de Nogaret murió sin la satisfacción de haber presenciado la muerte de los templarios; el Papa Clemente V falleció 37 días después de la muerte de Jacobo Nolay; el rey Felipe IV el Hermoso falleció debido a una caída de caballo en Fonteneblau el día 29 de noviembre del mismo año; el delator y ex templario Esqius de Floirán murió apuñalado en un callejón de París. Las muertes están históricamente comprobadas.
Para las buenas gentes que amaban al Tempe, las muertes fueron la consecuencia del emplazamiento de Jacobo Molay a sus verdugos antes de un año ante “el juicio de Dios”. En aquel momento, comenzaba una de las tantas leyendas sobre los templarios.
En el año 2001 la medievalista Bárbara Frale encontró en los archivos del Vaticano la sentencia del tribunal que absolvía a los templarios del delito de herejía. La sentencia aclara que el Papa intentó salvar a a la Orden y reintegrarla al seno de la Iglesia, quizás uniéndola con los hospitalarios en una nueva orden militar. Después de la pérdida de San Juan de Acre, tanto los hospitalarios como los templarios habían perdido las razones originarias de su existencia.
La falsedad de todas las acusaciones urdidas en Francia, confirma las perversas actuaciones de Nogaret y de Felipe IV para apoderarse de los bienes del Temple. El Papa nunca llegó a condenar a los templarios de los graves delitos imputados.
Algunos autores afirman que el Temple sobrevivió en la francmasonería y que antes de morir Jacobo Molay consiguió transmitir sus secretos iniciáticos a un caballero, llamado Jhon Mark Larmenius. Según esta versión, a partir de entonces, el puesto de Maestre nunca habría estado vacante y que la francmasoneria sería la heredera del Temple. Actualmente existen numerosas sectas que se pretenden derivadas del Temple. Pero estas leyendas ya no son objeto de nuestra charla.
Personalmente, creo que en recuerdo de aquellos valientes caballeros que todo lo dieron por la cristiandad y que participaron eficaz y valientemente en la reconquista de estas tierras, podéis lucir con mucho orgullo, en el día grande de nuestras fiestas, vuestros uniformes templarios.
(Conferencia pronunciada en la Asociación “Templarios de Castellón” el día 24 de noviembre 2008)