Uno de los propósitos de la imposición cultural catalanista a los valencianos es la aniquilación de la memoria histórica y lingüística: el olvido de lo propio bajo el pretexto de formar un todo. En otras palabras, los catalanistas pretenden aniquilar la lengua valenciana desde la unidad lingüística para así dotarla de un cariz de universalidad que les garantice la subsistencia del catalán. Tratan de imponer en todos los estamentos valencianos modelos culturales ajenos como propios, con el objetivo de borrar nuestro pasado para que asumamos otra realidad y, con el tiempo, conseguir el olvido de lo propio.
Bourdieu y Wacquant (2001) decían: “El imperialismo cultural reposa sobre el poder de universalizar los particularismos vinculados a una tradición histórica singular haciendo que resulten irreconocibles como tales particularismos”.
Por su parte, Milan Kundera señala en su magnífica novela El libro de la risa y el olvido : “El primer paso para aniquilar un pueblo es borrar su memoria. Destruir sus libros, su cultura, su historia. Y después pones a alguien para que escriba nuevos libros, para que elabore una nueva cultura, para que invente una nueva historia. En poco tiempo la nación empezará a olvidar lo que es y lo que fue”. Si no se supiese que el autor, después de escribir este libro, tuvo que exilarse de Checoslovaquia, su país natal, por ir en contra “del orden establecido” y refugiarse en Francia, pensaría que se había instalado en nuestra Comunitat. No hay más que comprobar los libros con los que estudian nuestros hijos, donde se adultera la historia y la cultura con el claro objetivo de que asuman una inmersión cultural catalanista.
Algunos políticos (los más) pretenden borrar el pasado para no avergonzarse de su presente. Este es el caso de los que hoy ostentan el poder: “La gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad. El futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo”, continúa Kundera.
El reescribir la historia modifica la realidad, porque tiene como fin ajustarla a los intereses partidistas de quien la encarga. No importa que tenga otra música, ni otra letra, y mucho menos que sea verdad. Lo realmente importante es que los resultados convengan a los objetivos pactados, y que los encargados de tal propósito sean gente sin escrúpulos y sin sentimiento de identidad propia en la que avergonzarse: “Un día un gran hombre comprobó que el idioma de la música se había agotado al cabo de un milenio y que no era capaz más que de reiterar siempre el mismo mensaje. Derogó mediante un decreto revolucionario la jerarquía de los tonos y los hizo a todos iguales [...]. El sonido de la música era probablemente más interesante que antes, pero el hombre, que estaba acostumbrado a todo un milenio de atender a las intrigas de las cortes reales de las escalas, oía el sonido y no lo entendía. Por lo demás el reino de la dodecafonía desapareció pronto”. Más adelante, relata Kundera, vinieron otros que no sólo acabaron con la escala sino con el propio tono de la voz humana y de los instrumentos musicales.
Aplicada esta idea a nuestro caso (la realidad de la AVL) su “dodecafonía” obliga a la sustitución de la “melodía” valenciana por la catalana. Una música impuesta con las notas desafinadas de la traición y la nómina, cuyo tono estridente se hace imperceptible y extraño a los oídos valencianos.
Y es que, sin memoria, llega el olvido. Y con el olvido, la percepción de la realidad se modifica. Los valencianos ni podemos ni debemos olvidar la memoria de nuestro pueblo si queremos forjar nuestro presente y reivindicar nuestro futuro, como tampoco a quienes la traicionan.