Durante este verano he tenido ocasión de hablar y de tertuliar con muchos amigos residentes en Cataluña, originarios de Calamocha, que siempre regresan a sus lares durante el breve periodo estival, huyendo de los calores y a bailarles al santo patrón san Roque, aquel aristócrata natural de Montpelier. Nos dice la historia que no la leyenda- que aquel santo varón se especializó en la lucha contra la peste sin haber pasado por ninguna facultad de medicina. Cosas extrañas de la voluntad de Dios, a veces incomprensibles para la simple razón humana.
En las tertulias, estos buenos amigos, nos informaban con amargura sobre la realidad social, cultural y política de Cataluña. Miedo y preocupación. Miedo. Mucho miedo y mucha preocupación. Miedo a que en la oficina pública el comisario lingüístico te pueda delatar por no hablar habitualmente en catalán, cuando fuera, en la calle, el bilingüismo forma parte de la normalidad social y cultural, propio de una sociedad mestiza. Miedo a que a tu hijo lo condenen al ostracismo en el colegio porque su padre, conforme a la ley, reclame una formación bilingüe. Miedo a que te multen porque no rotules tu pequeño negocio en catalán (multa que no se aplica a los que rotulan en inglés o en francés, por ejemplo). Miedo por el hecho de negarte ante el alcalde del pequeño pueblo o ante el jefe de oficina a formar parte de esas famosas cadenas humanas Persecución, como puede comprobarse, que excede a los meros y lógicos deseos de la divulgación de tan hermosa lengua catalana.
Quizás, en el fondo, lo que menos les interese a estos fanáticos es la lengua como tal. Y lo que de verdad está subyacente en este lacerante problema es poner la lengua al servicio del separatismo. Como decía aquel fanático, beato y cursi, buena persona, aunque pueda parecer contradictorio, llamado Sabino Arana, si los maquetos aprendiesen el vasco nosotros tendríamos que hablar en otra distinta. Pues igual.
La lengua y la historia. No se comprende, por ejemplo, que personas cultas se traguen sin rechistar el mito de Rafael Casanova, el defensor de Barcelona, en aquellas duras jornadas del septiembre de 1714. Aquel conseller en cap que nunca renunció a su patria española y que sencillamente, dentro de aquella guerra civil optó por la opción representada por el archiduque Carlos.
Como decía en mi crónica anterior, en el cementerio de Calamocha hay muchos jóvenes requetés catalanes enterrados que lucharon contra el separatismo y contra la revolución defendida por los anarquistas y por los comunistas. Por ejemplo. ¿De verdad puede afirmarse sin rubor alguno que aquellos héroes que solían hablar en la trincheras, entre ellos, en catalán y que al atardecer cantaban con una emoción intensa el virolai, luchaban contra su amada Cataluña?. ¿Sabrá toda esta gente que el abad de Monserrat en el exilio, durante la guerra civil, ordenó a sus monjes que se incorporasen al ejército nacional?. ¿También luchaban contra Cataluña?.
Cuando me despedía de tan buenos amigos que regresaban a sus trabajos, en todos ellos era visible la preocupación, con un ruego común: no nos dejéis solos. El primero de octubre, tiempo al tiempo, no sucederá nada importante. El Honorable es poca cosa para romper la más que centenaria patria de San Isidoro de Sevilla.
Amigos míos, España no os dejará solos. Los españoles no os dejaremos solos. No os dejaremos en manos de cuatro fanáticos.