La verdad histórica se va imponiendo a través de la investigación seria y rigurosa. Investigación que pone en evidencia la frivolidad rencorosa de la llamada memoria histórica de Zapatero y no solo de Zapatero…
Aquel catorce de abril del año mil novecientos treinta y uno se proclamó la Segunda República. Una República que pudo traer la esperanza política para muchos españoles. Mentes preclaras de la intelectualidad española contribuyeron a este logro. Bastaron unos meses de andadura para que muchos españoles se percataran con tristeza que aquella no era su República. Uno de aquellos intelectuales, Ortega y Gasset, con amargura sentenció: “No es esto, no es esto…”.
Efectivamente no era la suya una Republica que atacaba los mismos principios constitucionales republicanos de la tolerancia y de la libertad de conciencia. Una Republica cuyo objetivo, sin embargo, era el exterminio de la misma Religión Católica, que acontecimientos trágicos posteriores vendrían a demostrar.
Los españoles no tan inmaduros políticamente como cierta izquierda suponía, tan solo dos años más tarde de aquel catorce de abril, en las elecciones generales del mes de noviembre del año mil novecientos treinta y tres, ya le dieron un severo castigo a la izquierda republicana. El centro derecha ganó aquellas elecciones con una amplia mayoría absoluta. La izquierda no pudo digerir democráticamente aquella llamada de atención del pueblo español. Largo Caballero y muchos dirigentes de su misma cuerda política añoraban implantar en España, por las buenas o por las malas –son palabras del mismo Largo- la revolución comunista rusa del año diecisiete. Pretendían que la bandera que ondease orgullosa en los centros oficiales no fuese la bandera tricolor de una República burguesa sino la bandera roja de la revolución socialista -siguen siendo palabras de Largo-
¿Cuál fue la respuesta de la izquierda?
En la misma madrugada del cinco de octubre de 1933 esa izquierda liderada en Asturias por la CNT iniciaba la llamada Revolución de Asturias con el resultado siniestro de 54 edificios religiosos destruidos. Algunos de ellos de un alto valor artístico y 34 religiosos asesinados. Dada la envergadura de la revolución, que en caso de extenderse podía acabar con el mismo régimen del catorce de abril, Franco desplazó a Asturias a la Legión.
Los independentistas catalanes que saben aprovechar muy bien los momentos débiles y difíciles de la nación española, aprovecharon aquella confusión revolucionaria para proclamar el Estat Catalá con un resultado de 46 muertos -38 civiles y 8 militares-.
El panorama español se fue enrareciendo. Según la versión de los historiadores de la izquierda, el pueblo español acudió a las urnas el catorce de febrero de 1936 para darle el espaldarazo mayoritario a aquella izquierda revolucionaria. Ese ha sido el evangelio de la izquierda durante muchos años.
El primer presidente de la Segunda República, en su libro titulado “Asalto a la República” nos dio el primer aviso. Las elecciones sacralizadas del mes de febrero fueron un fraude al sistema republicano. Los mismos documentos suyos que ponían de manifiesto esta dura opinión fueron robados, seguramente por milicianos, y a la familia le costó incluso pleitear judicialmente para recuperarlos. La opinión del presidente de la República quedó olvidada y muchos estudiantes universitarios de Historia posiblemente ni habrán oído hablar de Sánchez Albornoz.
Dos profesores de la Universidad “Juan Carlos I”, Manuel Roberto Villa y Ávaro Tardillo han venido a poner los puntos sobre las ies en este punto crucial de nuestra historia. “Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular”, editado por Espasa, es el título de tan decisivo trabajo de investigación histórica. La desordenada dimisión de Casares Quiroga, el cese de sus colaboradores en los gobiernos civiles produjo un vacío de poder que fue aprovechado por los frente populistas para falsificar las actas electorales y darle la victoria oficial al Frente Popular por una ventaja de 700.000 votos, cuando el resultado real fue una clara y evidente victoria del centro derecha moderado, indicativo del hartazgo que ya sentían por una República tan sectaria la mayoría de los españoles, como ya se había demostrado en las elecciones el mes de noviembre de mil novecientos treinta y tres.
El famoso profesor estadounidense de la Universidad de Columbia, Stanley Payne ha sentenciado a propósito de la publicación del libro citado: “Es el fin de los grandes mitos políticos del siglo XX”. El fin de todas las falsedades históricas de la izquierda. Me temo que el libro será secuestrado en las cátedras dominadas por la izquierda rencorosa. Tiempo al tiempo.