Una persona normal; una persona corriente siente asco y repugnancia por la corrupción, sea ésta del tipo que fuere, venga de donde venga. Le incomoda el ladrón de guante blanco. Puede producirle vómitos y asco. Pero, en todo caso, la corrupción se combate con unos buenos principios éticos, con un buen sistema policial y con unos jueces profesionales e imparciales que apliquen unas leyes justas. Especialmente, de una manera general, con una prensa libre, vigilante e imparcial. Llegados a este punto, en mi opinión, en la situación en la que nos encontramos hay que darles matrícula de honor a nuestros jueces, a nuestros policías y a los periodistas que trabajan con un sano y objetivo criterio de la información.
En nuestra historia judicial, indiana y castellana, encontramos el llamado Juicio de Residencia que se aplicaba a los virreyes, a los presidentes de audiencia, gobernadores, alcaldes y alguaciles para juzgar la buena praxis administrativa y económica de sus mandatos. El Juicio de Residencia constaba de dos fases procesales. La primera, de instrucción secreta y sumaria. La segunda, de carácter público. Fue un instrumento muy eficaz en la lucha contra la corrupción tanto en España como en nuestro vasto Imperio (aquel Imperio donde nunca se ponía el sol, por cierto).
Sabemos que la corrupción es consustancial con la propia naturaleza humana, derivada de la opción entre el bien y el mal, cuando el hombre no aplica en su conciencia los límites reguladores de la ética y del sentido común. Y por ahí no caben excepciones: el almirante Colón y sus cuatro hermanos en el año 1500 regresaron a España cargados de cadenas a consecuencia de las investigaciones sobre su gestión llevadas a cabo por don Francisco de Bobadilla, comisionado de los Reyes Católicos, para investigar las presuntas irregularidades cometidas por la familia Colón.
En la memoria hemerográfica de la corrupción, entre miles de ladrones, están los nombres de Luis Roldán, ex director general de la Guardia Civil; el de Mariano Rubio7, economista y ex gobernador del Banco de España, la vergüenza de FILESA, el robo de los fondos reservados, IBERCORP, las luces y sombras de la Expo Sevilla 92; la triste nómina de los ERE -diploma especial a la pillería-. Y más y más.
Como dice el refrán en todas partes cuecen habas: recientemente un sacerdote, y economista español, Lucio Ángel Balda, era encarcelado en el mismo Vaticano por una gestión sospechosa de ciertos abusos. En el frontispicio de la corrupción, Jordi Pujol propuso como juez a un repugnante Pascual de Estivil, que ensució los fundamentos más nobles de la carrera judicial (si alguien, por derecho propio, merece estar en el cuadro ignominioso de la corrupción es el clan Pujol, excepto uno de sus hijos, en la opinión del periodista Ussía). Sin olvidarnos del brillante Mario Conde cuya ambición desmesurada acabó como el rosario de la aurora. Y no hablemos del sinvergüenza de Iñaki Urdangarín.
Pedro Sánchez, con una evidente tendenciosidad, casi infantil, sin reparar en las corrupción de los suyos, acusó al mismo Mariano Rajoy de indecente (sic). Alberto Rivera ha visionado en el mismo presidente del Gobierno en funciones su particular guerra contra la corrupción. En la ya pasada campaña electoral, en medio de los graves problemas que acosan a España, parecía que para Rivera solamente existía un problema llamado Rajoy. Y lo reiteraba una vez y otra, con un tono cansino, aburrido, de una simpleza extrema, poco imaginativo, propio de un niño mal criado que, de repente, ha comprobado que los Reyes Magos no le complacen su ambición de convertirse en un segundo Adolfo Suárez… Añadamos los nombres de ciertas sociedades fundadas para delinquir (Gürtel o la trama Púnica) y el cuadro de corruptos se dilata. En Valencia la corrupción, comenzando por el conseller Blasco, siguiendo por el Presidente de la Diputación Alberto Rus, y terminando en no sé quien, es el cuento de nunca acabar. De una cosa estoy convencido, Rita Barberá no se metió un céntimo en la bolchaca. No lo necesitaba. Aunque lo necesitase. Y, posiblemente, tampoco ninguno de sus colaboradores. Otra cosa son las asfixiantes necesidades económicas de todos los partidos. Necesidades que, quizás requieran una nueva regulación de la ley de partidos y del mismo sistema electoral.
La corrupción no solamente consiste en meter la mano en la caja. Existe corrupción cuando se amaña un concurso de méritos entre los funcionarios. Recuerdo un concurso de traslados que causó la hilaridad entre los aspirantes, cuando entre otros requisitos se exigía el conocimiento del idioma sánscrito, la antigua lengua indoeuropea. Conocimiento innecesario y ajeno al perfil del puesto convocado. La consecuencia grave de estas corruptelas, como sabemos, es que destruyen el estímulo profesional de los funcionarios cuando los principios de publicidad, capacidad y merito no pasan de ser, en bastantes casos, bellas aspiraciones.
Al día siguiente de las elecciones generales, la ambiciosa Mónica Oltra, émula de Ada Colau, nos regañaba a los votantes el PP por haber votado a un partido de corruptos. En medio de las tantas lindezas que estamos escuchando de esta peculiar política sobre ese millón de votos perdidos por PODEMOS, quizás la reflexión más sensata –paradójicamente- ha sido la del propio Pablo Iglesias: los españoles no nos han visto como un partido de gobierno.
¿Por qué los españoles somos tan torpes y miopes que no hemos visto en PODEMOS y en Compromís un partido redentor, sanador y un buen gestor de nuestros problemas?
Federico Jiménez Losantos, en un artículo publicado en EL ESPAÑOL con fecha –3 de julio 2016-, resume el temor popular hacia los podemitas por la implantación de una posible dictadura comunista aderezada por media docena de consultas separatistas PODEMOS, gracias a la torpeza de Pedro Sánchez, que les regaló el poder en ciertas ciudades importantes o lo comparte en varias comunidades. Y han decidido que nuestros hijos en Valencia nunca podrán hacer sus prácticas de medicina en un hospital público o que no podrán cursar sus estudios en un colegio concertado. Los españoles hemos comprobado la verdadera naturaleza de este partido, que sin la ayuda socialista, nunca habría pasado de ser una organización meramente testimonial y excéntrica, por más ayudas bolivarianas o iraníes que hubiese recibido. Las sospechas hacia Pablo Iglesias proceden de varios sitios: su crítica hacia la transición y hacia la Constitución de 1978; la propuesta insinuada de optar entre la República o la Monarquía; la justificación política de ETA, los ataques manifiestos a la Religión Católica y hacia las tradiciones cristianas. La intención de consultar en varias comunidades autónomas el derecho a ser independientes, Pablo Iglesias es un atrevido o un tío muy infantil, como lo califica su compañero Monedero, que no tiene ni idea de la llamada Revolución Cantonal (la bacanal, como la definen algunos historiadores), del mes del Julio del año 1873 y que estuvo a punto de romper España. Las amenazas veladas a la libertad de prensa, para acallar a los periodistas que dudan de las excelencias anarco-comunistas. La salida de la OTAN, la salida de la unión monetaria, etc. Y por si faltaba poco, el huracán del BREXIT, con la salida del Reino Unido de la Unión Europea y las graves consecuencias económicas que pueden repercutir en España. Y un factor muy importante para no votarles: aquí en Valencia, acabar con los sueños pancatalanistas de Compromís: Demasiadas turbulencias. Turbulencias que han hecho comprender a una mayoría de españoles y de valencianos, como decía san Ignacio, o santa Teresa, que en tiempos llenos de dificultades no eran los más apropiados para hacer mudanzas.
Nada más tomar posesión Mónica Oltra y los suyos (Compromís y Podemos), con la aprobación del Partido Socialista, les faltó tiempo para derogar la ley de las Señas de Identidad del Pueblo Valenciano (el hermoso y emotivo himno regional entre esas señas). Señas inaceptables para aquellos que sueñan con resucitar un fantasmal imperio catalán. Por ello, no tiene nada de extraño, que don Víctor García, nuevo alcalde de Alcora, discípulo de Mónica Oltra, nada más tomar posesión escondiese detrás de las cortinas de su despacho nuestra bandera nacional o que el conseller Vicent Marzá, escribiese muchas inexactitudes históricas como la que sigue: Sin la independencia valenciana no es posible la independencia de Cataluña. Increíble, pero este señor desde hace meses es el responsable de la educación de nuestros hijos. Y cientos de casos más.