Aquellos bravos españoles, alzados contra el francés en todos los rincones de España, reunidos el día 24 de septiembre de 1810 en la isla de San Fernando, comenzaron a debatir una constitución para España que tendría una influencia notable en la historia del constitucionalismo europeo e hispanoamericano.
La aprobación del primer artículo consistió en afirmar que la nación española era la reunión de los españoles de ambos hemisferios. En el concepto, quedaban incluidos tanto los españoles europeos como los españoles americanos. Establecía una ruptura histórica, si bien mantenía la Monarquía como forma del Estado, al expresar que la soberanía- la capacidad de administrar, decidir o legislar- ya no pertenecía al rey sino al conjunto de todos los ciudadanos, libres e iguales. Esta concepción de la nación había sido formulada por la Revolución francesa y aquellos patriotas de Cádiz la adaptaron a nuestra particular situación histórica. El pueblo español en su conjunto, la nación, sustituía al monarca como soberano, si bien compartía con él, el poder legislativo y le reservaba el poder ejecutivo.
En modo alguno, los constituyentes de Cádiz se inventaron una nueva nación española. Sencillamente, otorgaron al pueblo español la titularidad legítima de la soberanía. Por ello, en este mismo sentido, otra constitución liberal como la norteamericana de 1787, en el preámbulo comienza con aquellas bellas palabras que todos los niños norteamericanos aprenden en las escuelas e incluso en sus propias familias: “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos….”. Como podemos valorar, el pueblo y la nación se convierten en los agentes soberanos de su propio destino.
En Cádiz se reunieron 303 españoles de muy diverso origen y como los constituyentes norteamericanos, representaban una variada procedencia cultural –266 constituyentes peninsulares y 37 americanos- . Pero la máxima preocupación del constituyente español y del constituyente norteamericano, no era la identidad lingüística o cultural de sus respectivas naciones o pueblos. Ni siquiera establecieron un idioma oficial. Lo que les unía como nación era la libertad, la seguridad jurídica y la propiedad.
Este nuevo patriotismo fue defendido por los liberales. Liberales, tanto republicanos como monárquicos y dinásticos. Por supuesto, que en aquellos momentos existían otras formas y otras emociones, de amar y entender a España, como, por ejemplo, la del carlismo. Al margen de la organización territorial de España, bien fuese jacobina y centralista, federal o foral, todas estas corrientes de pensamiento coincidían en la creencia de España como la patria común.
En el caso particular de don Fernando Gasset, desde una posición de izquierda liberal avanzada, defendía este concepto de nación. En sus comienzos de joven abogado, don Fernando redactó su tesis doctoral sobre el concepto de nación, dirigida por don Nicolás Salmerón, catedrático de de la Universidad de Madrid y uno de los cuatro presidentes de la primera República. La imprenta Perales de Castellón la editó en el año 1882, y en el archivo municipal se conservaba un ejemplar que pude consultar durante la redacción de mi tesis doctoral. Toda la trayectoria política de don Fernando en la defensa de España como nación queda explicada en esa tesis. Ahí se encuentran las claves de su pensamiento. No nos extrañe, que ante el Estatuto de Autonomía de la región valenciana, defendiese con impecables argumentos jurídicos la identidad diferenciada de Castellón y del antiguo reino de Valencia en su conjunto, ante el llamado pancatalanismo.
Creo que todos entendemos por pancatalanismo, sin pretensión peyorativa alguna y con respeto en lo personal hacia quienes defienden la teoría, la doctrina que aspira a la unión política de los llamados “Países Catalanes”, en base a la utilización de la misma lengua. Respeto que exigimos también hacia quienes discrepamos de la misma, en el debate cultural y político.
(Y por cierto: con esos mismos argumentos de la identidad lingüística común y con más razones todavía, los ingleses o los españoles, podríamos reivindicar la unión política de todos los países anglosajones o hispanos que actualmente hablan inglés o español. El concepto de nación construido en torno a la lengua es una concepción primitiva e insuficiente, que la propia dinámica de los tiempos y de la ciencia política ha desbordado. Por ello, los castellanos parlantes de otras comarcas, como por ejemplo mi tierra de Segorbe, que nos sentimos valencianos de primera y al cien por cien, en modo alguno somos los anexos residuales y sin importancia que decía Joan Fuster, sino que reclamamos, tal y como somos, nuestro protagonismo en esta bendita tierra valenciana tan plural y tan variada como la propia España).
Y llegados a este punto, quiero dedicar un cariñoso recuerdo a la persona de don José María Guinot, miembro de vuestra asociación, un gran amigo con quién en su propia casa intercambie largas conversaciones sobre el tema que nos ocupa.
Vayamos analizando algunos hechos acaecidos, protagonizados por don Fernando y por sus hombres, alertados y alarmados por las aspiraciones pancacatalanistas. Como sabemos, el termino Países Catalanes fue formulado, por primera vez, por el valenciano Bienvenido Oliver Esteller, natural de Catarroja, historiador del derecho, si bien con una significación conceptual más cultural que política. El término hace fortuna durante la Renaixença catalana de finales del siglo XIX, como sinónimo de los territorios de habla catalana y que encuentra un momento adecuado, coincidiendo con el pesimismo decadente de los españoles en aquel momento.
Con motivo de las elecciones generales del 24 de febrero de 1918, se celebró en el Teatro Principal de Castellón un mitin a favor del candidato maurista-regionalista Joaquín María Nadal Ferrer, presidente de la juventud maurista de Barcelona. Por su militancia política liberal conservadora y maurista, con cierta coherencia, no podría decirse del candidato que fuera precisamente un nacionalista catalán. Pero bastó su naturaleza catalana, para que suscitara una fuerte oposición del PR-CS.
Francisco Avinent les dio la bienvenida a los oradores catalanes y valencianos, quienes pronunciaron en valenciano y en catalán sus respectivos parlamentos. Esta actitud, inédita hasta entonces en la vida política de Castellón, de hablar en valenciano y en catalán en un acto electoral, fue contestada con visible indignación por una parte del público asistente en el que abundaban, como es lógico, los militantes republicanos:
“¡Qué hablen en castellano!”, decían unos; “¡Visca Espanya!”, replicaban otros. Los políticos que presidían el acto, parapetados detrás de una mesa cubierta con una gran bandera cuatribarrada, no salían de su asombro. En uno de los palcos apareció una enorme pancarta que decía, escuetamente, “Traidores”.
Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, los regionalistas tuvieron que abandonar el Teatro en medio de una gran tensión, protegidos por la Guardia Civil, refugiándose, precisamente en esta casa, en el Casino Antiguo. Una nota publicada en el periódico “El liberal”, de fecha 23 de enero de 1918, apostillaba hiperbólicamente:
“Frente al enemigo al traidor se le fusila por la espalda y a los catalanistas, con haber cometido este delito no se les ha fusilado, contentándose el pueblo con despreciarles en la forma que se ha hecho…”
Estas actitudes del PR-CS, más que una hostilidad hacia Cataluña y hacia su bella lengua, reflejaban una latente inquietud y preocupación hacia el testimonial e incipiente pancatalanismo. Creo que todos admiraban a la Cataluña eterna, pero también entendían aquella sabiduría del refrán popular: cada uno en su casa y Dios en la de todos.
Diremos que otros lingüistas como don Salvador Guinot o don Luís Revest, entre otros, en modo alguno derivaban del catalán posiciones políticas de ninguna clase. Su posición ante la lengua terminaba en el mismo debate académico.
Otro incidente, en este mismo sentido, quedó de manifiesto en un mitin celebrado en la Plaza de Toros de Castellón, con motivo de las elecciones constituyentes del año 1931. En el preciso momento que José Castelló Soler, afiliado al PRRS presidido por Marcelino Domingo, se dirigió al público en valenciano, recibió el abucheo de los asistentes. Yo quiero entender que más que penalizar la expresión en valenciano, aquellos republicanos que ordinariamente se expresaban tanto en valenciano como en castellano, lo que manifestaban era su malestar hacia las posibles implicaciones catalanistas del PRRS.
En su tesis doctoral sobre el concepto de nación, el jovencísimo Gasset se preguntaba: “¿Quién puede dudar del espíritu nacional de nuestra España, después de haberla visto luchar durante siete siglos contra los árabes? ¿Quién puede dudar recordando la guerra contra Francia?”.
Esta idea de España de don Fernando es fundamental para comprender su posición ante el catalanismo político. Él, como otro republicano, don Álvaro de Albornoz, podía afirmar: “Sentimos el patriotismo español a la manera de Cautelar; si se nos pregunta que patria preferíamos responderíamos sin vacilación: España. (…) “Queremos ser fuertes, reciamente españoles…”.
Con don Fernando podremos discrepar, con toda seguridad, en otras cuestiones doctrinales, pero compartimos con él, el concepto inequívoco de nación española, formulado por la constitución gaditana de 1812 y defendido por todos los liberales. Desde esta posición, no debe de extrañarnos el choque frontal con aquel tipo de valencianismo político defendido, por ejemplo, por Joan Fuster, que en su obra titulada “Nosotros, los valencianos”, llega al extremo de lamentar el alzamiento popular de la Guerra de la Independencia, como un efecto intensificador del patriotismo español de los valencianos.
En el sentir republicano de don Fernando Gasset, al modo orteguiano, la nación española “era un proyecto sugestivo de vida en común”, una realidad “superior y anterior” a la formación de los distintos reinos peninsulares, como dice Julian Marías. En el discurso nacionalista, España como máxima concesión, es un estado plurinacional. A estas supuestas naciones que forman el Estado español, se les reconoce la exclusividad ontológica de una historia común, de una lengua propia e incluso de una mitología propia. La adhesión al Estado español es coyuntural. Reclaman y se reservan el derecho de autodeterminación que puede ser utilizado en el momento político del máximo debilitamiento español. Así las cosas, la misma acusación que Joan Fuster formuló contra Blasco Ibáñez por estimular el sentimiento español de los valencianos, desde algún sector catalanista de Castellón la misma acusación ha sido lanzada contra don Fernando Gasset.
Para don Fernando, el nacionalismo político, por sus caracteres regresivos, suponía un grave peligro para la existencia de España y podía convertirse en el Caballo de Troya que destruyese la unidad nacional. El 25 de marzo de 1916 se publica en Castellón el nº 1 de “La Veu de la Plana”, revista de carácter nacionalista, autonomista y regionalista. Estos tres términos Gaetá Huguet los utilizaba indistintamente, si bien empleaba con más propiedad el término nación. Al referirse a Valencia, por ejemplo, denunciaba la incorporación intolerable de Aragón, Cataluña y Valencia, “a la nació espanyola”. Gaetá Huguet-, como otros nacionalistas, cometía el error de identificar a España con Castilla.
Las tesis nacionalistas de “La veu de la Plana” chocaron muy pronto con los ideales nacionales de los republicanos liberales. Basta repasar la prensa de aquella época para cerciorarse. No obstante, el pancatalanismo de Castellón, como sucede ahora, nunca pasó de ser meramente testimonial.
Don Fernando Gasset era un gran castellonense y pretendía conjugar los intereses de Castellón, dentro de la antigua grandeza del Reino de Valencia. En las constituyentes de la II República, la preocupación de don Fernando ante el desarrollo autonómico era evidente: la organización de España en provincias podría desaparecer. Frente al temido centralismo de Valencia se podía oponer el artículo once de la Constitución de 1931, al establecer que las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes podrían organizarse en regiones autónomas., de acuerdo con el procedimiento regulado en el artículo doce. Para la provincia de Castellón, como ya veremos, suponía una hipótesis que podía ser desarrollada en su momento.
Aclaremos que las diferencias conceptuales sobre la autonomía, entre republicanos liberales y nacionalistas, en la práctica eran insalvables. En los republicanos, además de su probada fidelidad a la unidad nacional, su inspiración autonómica estaba basada en la metodología sinalagmática o federal y les permitía aceptar, de tú a tú, la unión con otras provincias como Cuenca y Albacete, e incluso con Teruel. El mismo don Fernando Gasset afirmaba que “Si la provincia de Teruel, que tiene su salida natural al mar por Valencia y Castellón, quisiera formar parte de nuestra mancomunidad, debe ser recibida con las mayores efusiones de cariño”. En este sentido, desde posiciones republicanas incluso se planteaba la construcción de un ferrocarril que uniese el Bajo Aragón con Castellón.
El Anteproyecto de Autonomía de la Segunda República, establecía que tanto la lengua valenciana como la castellana serian oficiales y podrían usarse indistintamente. Carlos Selma y don Manuel Pelaez, presidente de la Diputación y alcalde, respectivamente, con mucho sentido común se posicionaron claramente en la defensa de la lengua castellana:”debe existir la obligatoriedad del español mayormente cuando más de una tercera parte de la región habla castellano”. Álvaro Pascual Leone, diputado radical por Castellón, se acercaba también al tema, con grandes dosis de sentido común y precisaba: “En la región autónoma que se pueda constituir por las provincias de Castellón, Valencia y Alicante, el valenciano y el castellano vivirán conjuntamente, porque viven y alientan con vigor los dos idiomas (…) dentro de las mismas . En la región valenciana hay gran cantidad de gentes de habla castellana. El uso del idioma propio es un caso de libertad.”
Respecto al pancatalanismo, don Fernando Gasset y los republicanos liberales, eran todavía más claros: “La región valenciana no puede ser integrada más que por Castellón, Valencia y Alicante, y aún aparecerá algún pancatalanista que sueñe, en sus delirios históricos, con la anexión a Cataluña…”
En el año 1902, desde la revista “Ayer y Hoy”, se le reprochaba a Gaetá Huguet ser un “valencianista exaltado” que por temor a todo lo castellano, y como todos los valencianistas de este tipo, “se arrojan en brazos del catalán y aún del francés sin percatarse de que tan extranjeros son estos como aquellos en nuestra región valenciana”. Y añade el articulista el siguiente párrafo que no tiene desperdicio: “…es que no quieren convencerse los valencianistas a ultranza de que en Valencia resulta imposible y hasta inocente la pretensión de implantar el regionalismo traducido del catalán”.
Hasta el periodista Bor-Vela, comentarista político del diario “República”, afirmaba con claridad y vehemencia: “Castellón no puede ser un feudo de Cataluña”. Por supuesto, aquel excelente periodista expresaba una opinión muy generalizada en Castellón. Entre Cataluña y Castellón, decía Bort-Vela, “se interpone la barrera infranqueable del Ebro”. Los del grupo de Esquerra Valenciana contestaban que Cataluña no estaba sola. Y a su vez el PR-CS replicaba y acusaba a los de la Esquerra –los esquerritas, así llamados en el lenguaje político de Castellón, debido a su limitada entidad política- : “El Partido Radical de Castellón está en pie con toda su potencia y virilidad, dispuesto a responder al ataque con el ataque, a la persecución con la persecución, al insulto con la respuesta contundente…”
Para terminar, y a propósito del nacionalismo y de los nacionalistas, don Manuel Azaña dejó escritas unas significativas palabras en sus memorias, atribuyéndoselas al doctor Negrín, que demostraban el cansancio, la decepción y el aburrimiento de ambos sobre el nacionalismo.
Dice Azaña: “Y si esas gentes –se refiere a los nacionalistas vascos y catalanes- van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entenderíamos nosotros o nuestros hijos, o quien fuere. Pero esos hombres –los nacionalistas– son inaguantables. Acabarían por darle larazón a Franco”.
Señores: terrible y amarga confesión la de Negrín ante Azaña. Para quien desee consultar la cita, puede hacerlo en la edición de S. Julía, dedicada al presidente don Manuel Azaña y titulada “Diarios completos. Monarquía, República, Guerra Civil”. (2ª edición., 2004. p. 1063).
Afortunadamente, para Castellón, para Valencia y para España, don Fernando Gasset, el líder republicano liberal que llegó a la presidencia del alto Tribunal de Garantías Constitucionales, no tuvo que sufrir la gran decepción expresada por don Manuel Azaña y por el doctor Negrín. Él y sus hombres ya comprendieron, desde el primer momento, el germen disgregador de los nacionalismos, en nuestro caso de nacionalismo catalán.