Mañana es el cumpleaños de Rafael Nadal, 36 años. Lo celebrará jugando las semifinales de Roland Garros, que no es poco regalo para un deportista apasionado como él, un profesional de gran calidad, histórico, irrepetible.
Después de haber eliminado en cuartos a Djokovic, ya tiene un premio, y ojalá gane el partido de semifinales, y luego la final. Tendría 14 Roland Garros, que se dice pronto, el mismo número que tiene el Real Madrid –su equipo– de Campeón de Europa. Los 14 de Rafa, las 14 del Real Madrid, cifras históricas que revelan y esconden claves de mucho interés. Los antimadridistas pueden seguir leyendo: es meramente un apunte.
Felicitar a Nadal por su cumpleaños y por su trayectoria tenística es lo que sale de dentro. No es un logro cualquiera, no es baladí el reconocimiento, porque detrás y por encima de una raqueta hay una persona.
Se ha analizado hasta la saciedad el secreto de Nadal, si es que puede hablarse de secreto. ¿Cómo explicar su exitosa trayectoria, sea cual sea el final de su carrera tenística, que no puede estar lejos, por su edad y por el dichoso pie que tantos problemas le da?
Junto a unas condiciones físicas portentosas, se suele hablar de la fortaleza mental de Rafa. Se subraya su constancia, perspectiva, humildad, autocontrol… cualidades todas ellas bastante claras.
También se destaca el esfuerzo en su carrera tenística. Evidente. Sin embargo, en nuestra sociedad y entre la juventud, el esfuerzo no se cultiva demasiado, se alude a la suerte o a los estados emocionales, climatológicos o coyunturales, desapareciendo el protagonismo personal de nuestra vida, la fuerza de remontar y el aguante ante la adversidad.
Se admira de Nadal esa cualidad de afrontar marcadores adversos y no venirse abajo: sin embargo, es penoso el planteamiento educativo de nuestros jóvenes, desterrando la cultura del esfuerzo, tanto por parte del Ministerio de Educación, como de muchos padres y bastantes alumnos. Los éxitos no vienen solos: hay que trabajar, con constancia.
Nadal tiene un gran sentido común, un realismo antropológico que posee y cultiva. No son cualidades totalmente por nacimiento ni fruto de la casualidad, sino que requieren esfuerzo. Eso le lleva a jugar con sus puntos fuertes, mejorar los débiles, siendo humilde, y por eso se le escucha a gusto.
La educación y categoría personal de Rafa están al nivel de su categoría tenística. Le admiramos. Si se logra un paso más, que es el de ahondar en sus cualidades como persona para intentar imitarle –siendo cada uno como somos, sin fotocopiar, pero sí aprendiendo-, ya es un paso más interesante, en el terreno educativo y cultural para una sociedad actual que parece cansada, y a veces derrotada. Los aficionados que jugamos al tenis no es bueno que intentemos imitar las genialidades de Nadal, nos basta con mucho menos.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.