Descalificar a Vox como un partido de fachas o de ultras es un error. Basta hablar con algunas personas que piensan votar a Vox para comprobar que no lo es, o basta asistir o ver algún mítin de Vox para comprobar que no son personas raras ni violentas, aunque Susana Díaz les adjudique calificativos que, sencillamente, me parecen demagógicos e impresentables. Vox merece respeto.
Siguen en aumento las expectativas electorales de Vox para el 2-D. Puede obtener hasta 4 representantes en el parlamento andaluz, y sea cual sea el resultado los demás partidos tienen en cuenta en sus discursos a Vox, algo impensable hace unos meses.
Tanto PP como Ciudadanos atisban la posibilidad de necesitar los escaños de Vox para desalojar a Susana Díaz, y evitan adjudicar descalificaciones, por táctica o convencimiento, que nunca se sabe. Algunas encuestas llegan a otorgar a Vox más de un 6% de los votos andaluces, llenan teatros y plazas, fenómeno creciente y constante desde Vistalegre.
Los que expresan que van a votar a Vox proceden de desencantados del PP por no defender con más energía la unidad de España, por defraudar-engañar en cuestiones importantes de familia y vida no reformar el aborto cuando gobernaba a nivel estatal, connivencia con la ideología de género, por la corrupción, por no defender el español en comunidades autónomas donde hay una lengua cooficial. Quieren el cheque-escolar, como fórmula que garantiza la libertad de enseñanza, y que Vox propugna: si defender la libertad es de ultraderecha, que Susana Díaz intente convencernos, que no lo logrará.
Hay otro grupo de votantes que se han abstenido en otras elecciones, y que en Vox perciben un aire nuevo, más convincente, alejado de lo “políticamente correcto: ningún otro partido defiende al ser humano desde el momento de la concepción.
Curiosamente, Vox coincide con partidos de izquierdas en prohibir la prostitución y los vientres de alquiler, materias en las que PP y Ciudadanos no muestran especial interés o transigen.
Acusar a Vox de xenófobo y racista es injusto, falso, aunque lo repita una y otra vez Susana Díaz. Hay diversas políticas posibles ante la inmigración ilegal y las prestaciones que se les otorgan ahora en España a quienes se encuentran en esa situación: entre el buenismo de los partidos de izquierdas sin reparar en costes hasta la justicia y solidaridad hay un largo trecho.
Basta ver cómo los inmigrantes del barco Aquarius fueron recibidos por el Gobierno valenciano, en manos de PSPV y Compromís, y lo que luego ha sucedido: a buena parte de ellos los han derivado a Cáritas, sin que casi se sepa, porque la Iglesia sí es solidaria, la institución más solidaria, mientras otros buscan la foto.
El votante de Vox es de cierta edad, aunque también los hay de mediana edad y jóvenes. La mayoría son católicos practicantes, indignados por la pérdida de valores en el PP o reticentes ante las promesas y realidades de Ciudadanos. Unos votantes que valoran más la ética que el marketing.
Quienes van a votar a Vox niegan que sean ultras. Se abonan a la explicación de Santiago Abascal, su presidente, de que Vox es un partido de extremada necesidad o extrema urgencia.
El votante andaluz a Vox está harto de la corrupción socialista en Andalucía y está indignado con el escaso tratamiento informativo que recibe, en comparación con la corrupción en otros partidos. Pero esos votantes no confían en el PP y en Ciudadanos para combatir la corrupción, quieren un partido nuevo.
Casado manifestó hace unos días que es partidario de recentralizar la educación. Hay líderes populares que discrepan. Casado intenta atar votos que pueden irse a Vox. Puede ser tarde, o simplemente un guiño que aumenta la desafección hacia el PP, viendo cómo gobierna el PP en Galicia, por poner un ejemplo muy conocido, con el español cada vez más relegado.
Vox propone suprimir las comunidades autónomas, a la vista de la experiencia. Despilfarro y duplicidades. Pero también hay que reconocer que la política es mejor y más eficaz cuando los gobernantes están cerca de los ciudadanos, y las autonomías han logrado mejoras. Hace poco, un economista me decía que había cambiado de opinión, y que ahora es partidario de suprimirlas, y no es un votante de Vox. Sencillamente, creo que hay que racionalizar las comunidades autónomas, no suprimirlas. No veo posible ni viable ni conveniente esta pretensión de Vox, pero se merece una reflexión.
Vox crece por las debilidades de otros partidos, por el hartazgo, y porque la política es algo dinámico, que se nutre de principios y de experiencias. Es sano democráticamente que haya ofertas nuevas: de su capacidad de entusiasmar sin utopías podremos hablar tras el 2-D. Y en próximas convocatorias electorales.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.