Artículo de Alfonso Basallo – Escritor y periodista
Si en el 15-M de 2011 nos hubieran dicho que los perroflautas terminarían cambiando la acampada de la puerta de Sol por los escaños del Congreso nos hubiéramos carcajeado.
Cuatro años han bastado para que se nos hiele la risa al ver como los del Basta Ya y su traducción política, Podemos, saltaban de la barricada de Sol o de la pocilga complutense al hemiciclo, dando un espectáculo tan patético como el desfile de orcas de esta semana, tan de vergüenza ajena como la pantomima de la señora Bescansa o tan grimoso como las lágrimas de Pablo Iglesias.
Porque lo peor no es sólo la exhibición de gañanismo de los podemitas, su falta de educación y su alergia a vanidades tan burguesas como el jabón o el desodorante. Lo peor no es su feísmo -aunque el pelo pincho y la mugre sean toda una declaración de intenciones-; sino lo que nos harán si terminan gobernando.
Van a hundir la incipiente recuperación económica, cambiar las reglas del juego del régimen nacido en la Transición, acabar con la unidad de España al formar pinza con el secesionismo catalán, y destruir las pocas libertades fundamentales que nos quedaban, comenzando por la educación.
¿Cómo ha podido pasar?
La crisis económica, la corrupción del bipartidismo, o la reacción iconoclasta de una juventud sin oficio ni beneficio son sólo algunos factores que han propiciado la toma de la Bastilla parlamentaria. Pero el ariete que ha derribado sus pesados portones no ha sido otro que la cultura: la educación, los libros, las películas, la televisión.
Esta no ha salido una revolución de marineros, como los rusos del octubre bolchevique, o de fogoneros de tren como los de la huelga general de España de 1917, sino de guionistas. Los guionistas de las leyes de educación, y los guionistas de las series de televisión.
Siguiendo a Gramsci, la izquierda ha tenido la habilidad de mudar de piel y dar la batalla no en la lucha de clases o en la economía, sino en la cultura. Ha captado perfectamente la idea: si tu quieres transformar una sociedad no tienes más que hacerte con los libros de texto y las series de televisión. Y llevan décadas aplicados a esa tarea, troquelando cabecitas de españoles. Primero con las leyes educativas del PSOE, que sustituían conocimiento por adoctrinamiento, y mérito y esfuerzo por subvención; y que inyectaban relativismo en vena, haciendo creer a los escolares que no existen verdades objetivas.
Y después imponiendo patrones de conducta con las series de televisión. Si, como reza el axioma de McLuhan, somos lo que vemos, a nadie debería extrañarle que los hijos de la televisión basura hayan llegado al Congreso ataviados como trolls y orcos.
¿Y qué hacía la derecha mientras le comían la tostada de la cultura? Nada. Eso es lo que hacía. Se dedicaba a su monotema, la economía, a repasar una y otra vez las cuentas con su caligrafía de contable con manguitos y antiparras.
Desperdició la gran oportunidad de la mayoría absoluta en tiempos de Aznar para arreglar el desaguisado de las leyes deseducativas del PSOE de González y Rubalcaba; y volvió a dejar pasar la ocasión, cuando años más tarde, ya con Rajoy dispuso de otra holgada mayoría parlamentaria, tras la tierra quemada dejada por Zapatero.
Permitió que las tertulias de televisión, las sitcom, los reality shows, los telediarios, los informes semanales, estuvieran en manos de sus rivales.
¿Pasividad?, ¿miopía?, ¿complejos?, ¿por qué la derecha ha permitido que la izquierda se haga con el arma poderosa de la cultura? El arma capaz de alterar la fisonomía de un país, al reescribir la Historia; de manipular el lenguaje; de cambiar las mentalidades como si fueran un calcetín; de dominar a todo un pueblo mediante la ingeniería social.
Por eso se pierden este tipo de guerras. Porque se olvida la batalla de mayor calado: la de las ideas, creyendo que las únicas decisivas son las batallas de los números.
Parecía imposible pero ya están aquí: los vándalos secesionistas en el parlament catalán; los vándalos populistas en la Carrera de San Jerónimo. Zafios, iconoclastas, liberticidas.
¿Que cómo han llegado? Por lo mismo que llegaron Muza y Tarik a la España del siglo VIII. Porque alguien les abrió la puerta desde dentro.