…”Aquí la necesidad no es infamia; y si es honrado, pobre y desnudo un soldado tiene mayor calidad que el más galán y lucido; porque aquí a lo que sospecho no adorna el vestido al pecho que el pecho adorna al vestido… (Calderón de la Barca)
Efectivamente, no es lo mismo “ser” soldado que “estar” de centinela o dicho de otro modo, “el hábito no hace al monje”. El soldado tiene que ser un ejemplo, el centinela puede ser negligente o no serlo. El soldado debe tener unos principios y unos valores fundamentales y el centinela puede no tenerlos, como “el honor y la bizarría, la disciplina y la obediencia, la constancia o la paciencia , el buen trato o la verdad”…ya que el soldado es el brazo armado de la Patria y representa esos valores a defender; es una profesión la suya de fuerte vocación, que imprime carácter duradero, permanente y debe ser una referencia a sus ciudadanos de espíritu de servicio, moderación y amistad; de no ser así, si se busca solo “el adorno del vestido al pecho y no el pecho que adorna al vestido”, o “si se busca una buena renta” o poder, en ambos casos debe alejarse del servicio y elegir otra profesión.
El “estar de centinela” (prestando cualquier servicio, ejerciendo la profesión militar, desde Soldado a General) es temporal, puede hacerse bien o mal, se puede estar atento o adormilado, supervalorado sin merecerlo, o infravalorado mereciéndolo; se puede estar solo o acompañado; todo depende de las cualidades humanas que el hombre haya adquirido o recibido a lo largo de su vida en la formación de su voluntad, de su conciencia y de sus convicciones personales o profesionales.
Es posible que los verbos “ser y estar” sean, después de “amar y servir”, los más importantes y usados en el lenguaje; los cuatro tienen numerosas acepciones y significados. De todos ellos, intentamos analizar quizás la acepción más inusual en la actualidad, aquella que abarca el sentido filosófico y trascendente de la vida y de la dignidad del hombre; su comportamiento y conciencia, sus virtudes y defectos que lo impulsan a ser como tal y a moverse en un espacio superior al de los animales denominado “tercera dimensión”. “Ser” significa existencia y esencia, permanencia y constancia. “Estar” por el contrario, manifiesta temporalidad, volatilidad y circunstancia. Aristóteles en su “Tratado metafísico sobre el Ser” ya distinguía –hace más de 2300 años- en el ser humano la “forma” y la “materia”, lo permanente, trascendental e inmortal de lo temporal, intrascendente y perecedero; en definitiva, reafirma una creencia universal a lo largo de la historia de que el ser humano está compuesto de espíritu y cuerpo, de alma y materia.
La trascendencia o no, y el grado de la “forma” y “materia” de cada cual nos conduce claramente al significado real e importante del “ser y estar” de nuestras profesiones. El “ser o estar” determinan en ellas, sobre todo en aquellas profesiones más vocacionales, nuestro grado de implicación y resolución en las mismas; así, ser sacerdote, maestro, juez, médico, policía, político o militar, entre otros, tiene más trascendencia que en otras, porque de ellas, de sus decisiones y ejemplos depende toda la sociedad. Por eso decía Calderón de la Barca que lo que hace al soldado (al juez, al médico, al político…) son las cualidades del “ser”: “el pecho o corazón”, la obediencia y la austeridad, la paciencia y la lealtad, la honradez y el honor…el “espíritu”, y no las cualidades del “estar”: el “vestido o lo exterior”, las riquezas y los adornos, las dádivas y parabienes,…el “cuerpo” o la “materia”.
Decíamos que el “ser y estar”, “el espíritu y la materia” es aplicable a todas las profesiones; así, el ser juez implica no solo saber estar como juez sino ser juez las veinticuatro horas del día, todos los días y todos los años de su vida con las cualidades inherentes a su cargo y profesión, hombre de honor y justo, preparado y diligente, ecuánime y bondadoso. También se cumple en él la premisa como la del soldado: No es lo mismo “ser” juez que “estar” juzgando. El juez como toda persona puede estar afectado por las cualidades del “estar”: desacertado o coaccionado, mediatizado o politizado… circunstancias que debe evitar y no transmitir en sus fallos a sus conciudadanos que juzga o al resto que leen o afectan sus conclusiones. Es comprensible y posible que en el “estar” -como personas- quepan jueces conservadores y jueces progresistas. Muchos pensamos que pertenecer a las Asociaciones de jueces progresistas o conservadoras suena mal, porque consideramos que la esencia del juez, “su ser” es la justicia y no la política. Es lamentable e inadmisible que algunas de sus actuaciones se vean envueltas en tintes políticos y de poder, pues ello mancha tan digna profesión y perjudica a la Justicia.
De igual forma podríamos decir que no es lo mismo ser médico que estar pasando consulta al realizar un diagnóstico; el médico se compromete en su “ser” con el juramento hipocrático a defender la vida, a curar al enfermo y reducir o quitar su dolor; su “estar” puede dictarle a ser discreto y respetuoso con la dignidad del paciente en un reconocimiento, o no; puede ayudar a nacer a un nuevo ser o asesinarlo en una clínica abortista. Igualmente no es lo mismo “ser” político que “estar” haciendo política…
Habitualmente, estos conceptos los acomodamos a nuestros intereses personales, distanciándolos en lugar de armonizarlos, para así poder ejemplarizar nuestras actuaciones en el “estar”, perfeccionar el “ser” de nuestras profesiones e intentar acercarnos a la teoría de la perfección del “espíritu y materia” de Aristóteles o a la hermosura poética del “espíritu y materia”, del “ser y estar” de Calderón de la Barca, que terminaba diciendo aquello: ”Aquí, en fin la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, el honor, la bizarría; el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia, fama, honor y vida son, caudal de hombres soldados; que en buena o mala fortuna, la milicia no es más que una religión de hombres honrados”.