El miedo nos gobierna. Tenía miedo de escribir. Por si no daba la talla; o por si mi reflexión era demasiado obvia o no fuera aceptada. Pero he decidido que prefiero sufrir el miedo al ridículo.
Mi reflexión contempla la convicción de que el hombre actúa según lo que su miedo le impone. Así, nos resignamos, por ejemplo, al aguantar lo que la clase gobernante dispone por culpa del miedo a defender nuestras ideas o a luchar por lo justo.
Hasta incluso tenemos miedo de que un colega o vecino tenga mejor coche o casa que nosotros y por eso cometemos el absurdo de comprar lo que está fuera de nuestras posibilidades e hipotecarnos sin medida. Nos fidelizamos a una ideología extraña a nuestras convicciones por miedo a ser señalados por mostrar la propia. Tenemos miedo de defender ideas diferentes al paradigma dominante porque tememos que nos llamen fachas.
Le hacemos la pelota al jefe porque, ante nuestra inseguridad, tenemos miedo de que nos despidan y de esta manera queremos asegurarnos el puesto apuntándonos al equipo de los ‘simpáticos’. Incluso sentimos miedo a no tener mascota para que no seamos considerados inhumanos. Nos da miedo decir que nos gusta la tauromaquia para que no digan que somos sádicos: ‘el bueno’, lo es por miedo a que lo cataloguen de malo. Tememos informarnos y culturizarnos porque no queremos que nos traten de negacionistas si opinamos diferente que la inmensa gran mayoría.
Desde tiempos ancestrales, el ser humano ha tratado de conformar su espiritualidad. Para ello, siempre recurrió al uso de imágenes y relatos. Podemos observar que en las pinturas rupestres ya se vislumbran símbolos que satisfacían necesidades intrínsecas de sus coetáneos. Posteriormente, aquellos lugares de culto que se levantaban y donde se acudía para reconfortar las inquietudes del alma, iban evolucionando y sofisticando, apareciendo otros iconos de componente místico.
La población se tenía que desplazar a estos templos de oración donde los representantes religiosos se ocupaban en transmitir sus doctrinas de índole divina. Aquella costumbre, en gran medida, prácticamente acabó, y el pueblo ha ido trasladando y sustituyendo esos grandes santuarios de asistencia colectiva por un entorno " ad oc" acomodándolo en su propio domicilio particular.
Los tiempos han cambiado: la televisión se ha convertido en un nuevo ‘Dios’ que llega instantáneamente y directamente a nuestra casa, donde las diferentes cadenas son ahora capillas, aparentemente distintas, de la nueva religión única; cada una de ellas con insignificantes diferencias y matices con respecto a las demás, pero con un denominador común donde los guionistas preparan sus 'evangelios' diarios, y comunicando los presentadores, con esas 'homilías', el mensaje llegado desde la distancia al ciudadano confinado voluntariamente, o no, en su hogar, sustituyendo la realidad por la ‘única verdad real’ y televisiva. No hace falta ir a la iglesia del barrio porque ya tenemos el mensaje 'divino', a nuestro gusto, servido en casa; el cual se acepta como verdad transmitida e incuestionable: de "la religión es el opio del pueblo", de antes; a 'la televisión es el opio del pueblo’, de ahora. Tenemos miedo de decir que creemos en Dios, pero creemos y defendemos ciegamente a la tele.
Hasta incluso podemos tener miedo de reconocer que un día no nos hemos duchado para que los demás no nos llamen guarros, y nos dedicamos a presumir de ducharnos tres veces al día; y por la misma razón, evitamos ir dos días seguidos con la misma ropa a la oficina porque, con toda seguridad, seremos criticados por ello. Y qué decir del miedo a envejecer. Siempre con temor a decir la edad que tenemos. Algunos, hasta recurren a la cirugía estética; aman el bótox, luchando contra el paso del tiempo, mostrando constantemente su superficialidad.
Nuestros miedos nos agotan. Consumimos muchas energías entre disimulos y mentiras. Y peor aún: ¿qué pasa cuando tenemos miedo a decir que no por no perder a un novio; por no enfadar a nuestros padres; por no frenar a un jefe abusón; para ser aceptados en un círculo determinado, etc?. El miedo no nos deja ser nosotros mismos. Al final, somos lo que alguien designó y, con la debida propaganda, nos impuso como teníamos que ser, convirtiéndonos en sujetos víctimas de la disonancia cognitiva.
¿Hasta qué punto el miedo nos convierte en esclavos sumisos? Podemos ser dominados por quien consiga infligirnos miedo y así manejarnos como títeres: cuanto más miedo, más domesticados.
Nos hemos convertido en seres programados o moldeados y por ello recurrimos al posado. Incluso nos atrevemos a dar clases sin tener en cuenta si el que escucha puede saber más que nosotros. Presumimos de moral en público para que nadie sospeche que en el ámbito privado nos saltamos esas reglas, y todo ello nos convierte en un ser postizo y aparente. Sacrificamos nuestro verdadero yo hasta el punto de que no le dejamos respirar y somos tan imbéciles que, estando oprimidos, perjuramos ser muy felices solamente porque eso está muy guay y bien visto. En definitiva, miedo a ser auténticos, miedo a ser nosotros mismos. Represión absoluta.
Menospreciamos al bohemio porque hace lo que le da la gana y en el fondo le criticamos porque nos duele reconocer que este, sí ha conseguido ser él mismo; envidiando que sea capaz de estar viviendo como persona fuerte y sin miedos.
¿Tenemos hijos siempre realmente por amor? ¿o los tenemos porque pretendemos alimentar nuestro ego al dominar y adoctrinar a alguien y moldearlo a nuestro criterio para satisfacer nuestras aspiraciones? ¿o tal vez los tenemos en previsión de no quedarnos solos y desamparados cuando seamos viejos? y puede que también por miedo a no dejar huella de nosotros tras nuestro paso por el mundo.
Muchos son los que no se divorcian por miedo a reconocer ante los demás que su matrimonio fracasó, o por pánico a conducir su economía hacia un desastre. Los ricos tienen miedo de relacionarse con pobres o de que se les considere que no van a la moda. Se hacen donaciones para comprar un trozo de cielo o nos apuntamos a una ONG para obtener la medallita de solidario, de reconocimiento y aprobación social. Vivimos en la creencia de que, simplemente por opinar, ya somos libres; pero, en realidad, no se expresa lo que realmente pensamos. Vivimos maniatados y angustiados por nuestros miedos.
¿Y como resolvemos el miedo a la soledad? Atándonos a cualquier candidato como pareja, sin haber invertido el tiempo y el análisis suficiente, esclavizándonos a alguien que nos puede amargar la vida, porque para una decisión tan relevante, hemos actuado con mucha improvisación.
Parte de la humanidad, llevados por el pánico natural a la muerte y no habiéndose documentado adecuadamente, quiso inocularse con un producto experimental, sin pensar que, a resultas de esa decisión, podría sufrir consecuencias perjudiciales para su salud y quién sabe, si como resultado de esa precipitación, se produjeran daños no deseados. Nadie sabe la fecha de su muerte. Puedes morir porque te atropella un coche o por la subida de azúcar o por un ictus o por el cambio climático que está de moda; sin previo aviso. Hacemos planes constantemente y en función de nuestros miedos. Pero ni siquiera sabemos si vamos a llegar al final del camino, con la paradoja de que mientras planificamos la vida, se nos olvida vivir.
Convivimos con el miedo, que es nuestro propio enemigo y que penetrándonos mina nuestra salud. Cuanto más potente es nuestro miedo bastante más estamos agravando nuestra enfermedad. ¿Cuántas patologías sufriremos por somatizar nuestros terrores?
Ya sabemos que actualmente se vive para trabajar y quizás no seamos conscientes de que vivimos en la medida de lo que el miedo nos permite. Y, aun así, seguimos creyendo que somos seres inteligentes y, sin embargo, libres. ¡Pobres de nosotros!, qué pena siento al ver la falacia que sufrimos, estamos sufriendo, y sufriremos.
NEC SPE, NEC METU
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