Desde que tengo uso de razón, no hace demasiado tiempo de ello, he escuchado la frase que da título a estas líneas además de asumir su significado sin cuestionarlo. De las acepciones que postula el diccionario de la RAE- Real Academia Española- se ajustan a mi propósito la de bobalicón y la de tardo. Este último como tardo en el obrar. Ya veremos los motivos.
Es evidente que la frase en cuestión no tiene por objeto alabar a una persona. Es más, me resulta un insulto bastante doloroso para quien ha de soportarlo pues, de serle realmente de aplicación, no deja lugar a dudas sobre el carácter mediocre y simple del sujeto en cuestión.
No ha sido hasta hace algunos años cuando leyendo un texto sobre las aventuras de los descubridores, exploradores o conquistadores del continente americano, apareció por primera vez el nombre de Pánfilo de Narváez. Resulta asombroso que cualquier personaje que haya participado en las operaciones mencionadas, no es preciso que sea un “primer espada”, tiene una historia increíble detrás. Por supuesto no todas fueron exitosas, más bien todo lo contrario, pues un alto porcentaje terminaron en rotundos fracasos.
A nuestro Pánfilo le tocaron en suerte las últimas. Progresó adecuadamente de fracaso en fracaso hasta el final de sus días. Son menguados los conocimientos que tenemos de su carácter. No obstante diversos autores coinciden en que era honrado y un tanto apático e indeciso.
Para situar su historia particular es imprescindible hablar de Hernán Cortés. El famoso conquistador era funcionario en Cuba y estaba a las órdenes de Diego Velázquez, gobernador de la isla. Dadas sus cualidades civiles, militares y sus naturales encantos Velázquez le comisionó para mandar una expedición al continente y fundar algún asentamiento. Cortés, muy diligente, se puso a ello empeñando en la empresa buena parte de su fortuna. Cuando los preparativos estaban muy avanzados le llegaron noticias de que el gobernador se estaba pensando destituirle del mando. El extremeño no se lo pensó dos veces y salió de Cuba con premura para evitar su caída en desgracia.
Esta decisión le colocaría fuera de la ley y en esta situación permaneció hasta que el Emperador le rehabilitó. Mientras tanto Diego Velázquez, que era la máxima autoridad por aquellos lares, armó una escuadra con la misión de ir tras Cortés, aherrojarlo de cadenas y traerlo a su presencia. Al mando de esta escuadra, con entre cuatrocientos u ochocientos hombres, las fuentes no afinan más, iba nuestro protagonista Pánfilo de Narváez.
Como los tiempos en aquella época eran muy distintos a los de ahora, en ese ínterin, Cortés se había apoderado de Tenochtitlan y se había hecho con el control del Imperio Azteca, o eso creía él. Cuando tuvo noticias de la llegada a la costa de Pánfilo de Narváez, su flota y la misión encomendada, se puso en marcha desde Tenochtitlan, con una parte de sus hombres, para enfrentarse a él y desactivar la orden de arresto.
Habilidoso como pocos Cortés primero sobornó a ciertos mandos de Pánfilo para a continuación atacarlo en su campamento cuando estaban dormidos. Para identificarse los hombres de Cortes se anudaron pañuelos blancos en la espalda. De esta forma tan sorpresiva se hizo con el control del campo el impetuoso conquistador.
No termina ahí la cosa pues, con buenas palabras y promesas, consiguió que la práctica totalidad de los hombres, cuya misión inicial era aprehenderlo, se unieran a sus filas. Desconocían que pronto habrían de sufrir lo indecible en la famosa “Noche Triste”. Noche aciaga para los españoles pues, ante la revuelta en la capital mexica, debieron huir, los que pudieron, perdiendo muchos de ellos la vida y el resto se vieron obligados a salir con lo puesto. Eso es otra historia.
Pánfilo fue hecho preso por Cortés y en esa situación permaneció, aproximadamente, dos años. Cuando al fin lo liberaron regresó a España y pleiteó por su honor y fama. Lo cierto es que fue rehabilitado y consiguió que se le encomendara una misión importante. Se le dio el mando de la armada de la Florida. Era una armada de entidad considerable pero no muy bien equipada. No obstante el infortunio la persiguió desde sus inicios. Antes de llegar a Cuba ya se habían perdido varios barcos. Formaba parte de ella, como tesorero, un personaje sobradamente conocido Alvar Núñez Cabeza de Vaca cuya impronta y carácter daría lugar a otro episodio singular de supervivencia.
Reabastecidos en Cuba partió la ya disminuida armada hacia la península de la Florida. El objetivo de dicha expedición era encontrar otra quimera: una ciudad llena de oro que los indios llamaban Apalache. Una vez más el sueño terminó en fracaso pues no había ni oro ni comida, solo indios flecheros como ellos mismos los denominaban. Bordearon los contornos de la península de la Florida y terminaron en la que actualmente es la bahía de Tampa.
Pánfilo planteó una exploración por tierra de la península. Cabeza de Vaca le advirtió, de forma reiterada, que dejara los barcos en un puerto seguro, convenientemente amarrados y con una fuerza suficiente para defenderlos. Nuestro hombre desoyó tan prudentes consejos y hubo de afrontar, a la vuelta, la desaparición completa de los barcos.
Ante semejante situación, completamente aislados y con escasas provisiones, decidieron construir una suerte de balsas muy precarias. Con ellas se hicieron a la mar costeando Luisiana. Al llegar a la desembocadura del rio Misisipi las fuertes corrientes desarmaron las tristes embarcaciones y Pánfilo de Narváez despareció en dicha aguas. Estos desgraciados hechos dieron lugar a la célebre caminata de Cabeza de Vaca que durante ocho años deambuló por estas tierras recorriendo 10.000 kilómetros, desnudo, descalzo y sin ningún contacto con sus compatriotas, salvo el que tuvo con sus compañeros de aventura Castillo, Dorante y Estebanico.
Como es fácil colegir la historia que mejor explica el concepto de pánfilo es la primera. Cortés le segó la hierba bajo sus pies mientras dormía plácido y despreocupado. Hay que ser bobalicón para no sospechar, y en consecuencia tomar las mínimas precauciones, que Hernán Cortés, ante semejante amenaza no iba a aquietarse. Como dice el profesor Carlos Martínez Shaw quizá su nombre le convenía.
La segunda aventura justifica la otra acepción: tardo en reaccionar. Su mala estrella habremos de repartirla, a partes iguales, entre un destino que le fue adverso, una personalidad simple y un carácter impropio de un jefe que ha de lidiar con situaciones comprometidas.
A pesar de todo la fama, tan hermosa como díscola, le ha sido propicia pues le ha concedido que su nombre, no solo no fuera olvidado, más bien todo lo contrario, pues cada vez hay más pánfilos sobradamente merecedores del calificativo en cuestión.
Quien le iba a decir a Don Pánfilo que, con el transcurrir de los tiempos, algunos de sus compatriotas pusieran tanto empeño en perpetuar y honrar su nombre.
Imagen 2: lifeder
Imagen 3: ivoox