Cuando mis padres me escolarizaron por primera vez en un parvulario, debía contar yo 3 o 4 años, recuerdo que en el aula del colegio había dos mapas, uno muy grande de la península ibérica y otro de menores dimensiones del mundo entero con sus cinco continentes.
Aquel niño que fui llegó a la lógica conclusión de que España era el todo y el resto del mundo era la parte, es decir que España era más grande que el resto del mundo.
No se escandalicen ustedes de aquel error infantil. A fin de cuentas, desde el principio de los tiempos hasta finales del siglo XV, la humanidad entera vivió en la creencia de que nuestro planeta Tierra era el centro del universo y que el Sol y otros planetas giraban a nuestro alrededor. Tuvo que venir el clérigo polaco Nicolás Copérnico para demostrar que era justo al revés, y que en nuestro sistema, todos los planetas incluido el nuestro, gravitábamos alrededor del Sol.
Aquel descubrimiento valió la gloria eterna a Copérnico pero le creó muy serios disgustos en su vida, tanto de carácter religioso como político y social, de ahí que no se atreviera a publicar su obra magna -"La revolución del orbe celeste"- hasta poco antes de su muerte. Sus teorías, como también las de su contemporáneo italiano Galileo Galilei, fueron consideradas heréticas y Galileo fue juzgado por el Santo Oficio.
En cuanto a mí, mis padres y hermanos mayores muy pronto me sacaron de mi error y descubrí que España era 35 veces menor que Rusia, 18 veces menor que los Estados Unidos o Brasil, cinco veces menor que Argelia o la mitad que Egipto o Nigeria. Sin hablar de China, India, Australia y muchos otros.
Es decir, comprendí que España era un país grande a escala europea pero un país mediano e incluso pequeño a nivel mundial. También comprendí que la extensión territorial no era lo fundamental, que había países pequeños como Luxemburgo o Suiza que eran de los más prósperos del mundo. Y que además de la superficie, la población y la economía, cuenta también, y mucho, el emplazamiento geográfico y las alianzas con que cuenta cada país.
La posición estratégica de España en la entrada al Mediterráneo es importante. Su adscripción a la Unión Europea y a la OTAN refuerza nuestra seguridad económica y también política pero a la vez nos da por descontados a la hora de negociaciones específicas y nos convierte en menos interesantes a escala global que países como Marruecos, Egipto o Turquía, objetos de constante deseo por parte de las grandes potencias.
España no alcanza a encontrarse en el G/7 en que si se encuentran los cuatro países europeos principales -Francia, Reino Unido, Alemania e Italia-Tampoco estamos de pleno derecho, aunque si como invitados puntuales, en el G/20, en el que si están aparte de los G/7, países como Argentina, Brasil, Méjico, EEUU, Canadá, Australia, Indonesia, Corea, Rusia, China, Japón, Sudáfrica, Arabia Saudí, Turquía. La Comisión Europea se supone que representa a los 27 miembros de la UE.
Mis sueños de infancia sobre la grandeza de nuestro país han tenido que verse corregidos para quedarse en un lugar que hasta no hace mucho nos colocaba como octavos en cuanto al PIB mundial -hoy estamos en el puesto decimoquinto y bajando-, aunque eso sí, aparecemos siempre como uno de los mejores países donde vivir, somos el segundo receptor de turistas del mundo. Tenemos un idioma importante, un legado cultural sólido, una sociedad civil solidaria y pese a ciertas limitaciones graves -paro, quiebra regional, desequilibrio económico- podríamos estar orgullosos de nuestra España si no fuera porque contamos con uno de los gobiernos más desarticulados del globo.
Imagen: José Ramon Alonso, Blog di Spagnolo
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.