La celebración del Día Internacional de la Familia, el próximo día 15, merece alguna consideración sobre la familia. La mayoría reconocemos que es muy importante, la institución básica de la sociedad, y a la vez es frecuente una diferente concepción, unos aceptando que está muy amenazada y debilitada –evito la expresión “crisis” a propósito, por demasiado utilizada y no siempre bien entendida-, y otros hablando de una hipotética evolución moderna que quiere anular pilares básicos.
La familia genera muchos debates. Hay quien habla de ella como algo idílico, o incluso utópico a la vista de la realidad.
La visión antropológica que cambia el concepto natural –“natural”, no “tradicional”- de familia, la devaluación del matrimonio y el desprecio del compromiso son tres auténticas bombas demoledoras para la familia.
No soy pesimista, ni por modo de ser ni a la hora de escribir sobre esta cuestión: es una realidad que veo por muchos lados, y la ceguera ante la realidad no es optimismo, sino infantilismo, debilidad o inmadurez para afrontar los problemas.
Tal como está la familia, en España y en nuestra cultura occidental y hasta mundial en algunos factores, se exige una reacción. Lo más cómodo para no hacer nada es recluirse en “mi familia” y pensar que es un islote preservado, cuando en realidad vivimos en una sociedad interconectada y hasta por solidaridad hemos de preguntarnos qué se puede hacer.
Me gustaría poder escribir sobre la familia en la actualidad hablando de cohesión, estabilidad, cariño diario, respeto. Por supuesto que hay familias donde hay paz, libertad y felicidad. Sin embargo, es evidente que cuesta admitir que muchas familias sufren hoy, lloran, por la guerra, la pobreza, el paro o los enfrentamientos familiares.
A esta situación no se llega por pura inercia, sino que hay ideologías e instituciones -y las ha habido- que promueven su debilitación, su disolución, su ruptura. Basta recordar el marxismo, entre cuyas prioridades figuraba la abolición de la familia: aniquilar la unidad básica de la sociedad para que el Estado formara y dirigiera a las personas.
En 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió que el 15 de mayo de cada año se celebre el Día Internacional de la Familia. El primero se celebró en 1994. Cada año tiene un tema. Este año se pone el acento en la vida saludable, las oportunidades de educación y promover la igualdad de género, y la ONU ha destacado que busca los objetivos principales de la Agenda 2030.
Si alguien tiene una familia unida y con afecto, es feliz, por mucho que haya dificultades, incluso enfermedades. Unos padres que dan valor a la fidelidad. Unos hijos que reciben y dan afecto, que no son antigenealógicos, es decir, que se sienten parte activa de la familia y de sus ascendientes.
Es la institución básica de la sociedad, se reafirma una y otra vez. Sobre los planes de la ONU en torno a la familia ya hubo total claridad en El Cairo (1994) y Pekín (1995), de promover políticas mundiales que no van precisamente en la dirección de fortalecer la familia como muchos queremos y defendemos.
Bajo una defensa grandilocuente de la institución familiar, la realidad es que se busca diluir la familia, moldearla según unas ideologías que promueven el control de natalidad, un feminismo excluyente y una configuración de la “familia” como “familias” con clara finalidad de cambiar su estructura de matrimonio e hijos, acudiendo con desdén al calificativo de “familia tradicional”.
En España en concreto, en nuestro ambiente, se multiplican las rupturas matrimoniales. La fidelidad no se presenta como algo bueno. Los jóvenes no se casan por la demolición que observan y la inestabilidad profesional. La natalidad sigue cayendo.
Pienso que presentar idílicamente la familia, en estos momentos, es ponerse una venda para no reconocer que hay dos opciones: o la reforzamos o se seguirá diluyendo. Abundan las lágrimas familiares. Dejemos de ignorarlas y analicemos causas y remedios.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.