Hace ochocientos años, el día dieciséis de julio del año mil doscientos doce, los reyes de Castilla, Aragón y Navarra, causaron una definitiva derrota a las tropas almohades mandadas por el temible Al-Nasir. Aquella victoria dejaba sentadas las bases que conducirían más tarde al final de la Reconquista. La liturgia romana dedicó desde entonces aquella fecha a la conmemoración de la fiesta de la Santa Cruz. Lo mismo, que en razón de la victoria de Lepanto sobre los turcos, fue introducida en las letanías del Santo Rosario, la invocación a la Señora como “Auxilio de los cristianos”.
En las fuerzas cristianas militaban las huestes de Alfonso VIII, rey de Castilla; de Pedro II de Aragón y de Sancho VII de Navarra, aquel rey de gran fortaleza y cuya estatura no envidiaría en nada a la de Pau Gasol. Con razón sus contemporáneos le llamaron Sancho el Fuerte.
Una Bula de Cruzada firmada por el papa Inocencio III (el papa que fue elevado a tan alta magistratura sin ser sacerdote en ese momento), alentó a la conciencia cristiana europea. Allá, al sur de Despeñaperros, se movilizó parte de cristiandad europea. Templarios, calatravos, teutones, francos, sajones, mesnadas de las ciudades castellanas, grupos de portugueses y leoneses, etc. comandados por los reyes hispanos y al grito de Alfonso VIII de “Santiago y cierra, España” cargaron contra los almohades, hasta vencer a los peligrosos enemigos que tan dura derrota le causaron al rey castellano diecisiete años antes en Alarcos.
Aquella batalla evitó que los musulmanes abrevasen sus caballos en las aguas del Tiber como había profetizado algún dirigente devoto del Corán. Lo mismo que la victoria de Lepanto también evitó que una gran parte de Europa, incluido el mismo Vaticano, hoy día rezase al Dios de Mahoma. Fue la gran aportación de España a la cultura y civilización occidental, a nuestras creencias y modo de vida. Aportación que esa tontería acomplejada y analfabeta de la Alianza de Civilizaciones trata de ocultar. Y como ha señalado algún cronista durante estos días, quizás aquella batalla sirvió para que las mujeres occidentales hoy día puedan estar en condiciones de igualdad con los hombres.
La batalla de las Navas fue el glorioso corolario de lo que puede hacer la unidad. Tres reyes hispanos que creían en la Hispania recobrada. No tiene nada de extraño que en su arenga guerrera, en su carga militar, el rey castellano invocase al apóstol Santiago bajo la realidad metafísica de España.