El sustantivo valenciano “ninot” estaba impuesto hacia el 1700, usándolo literariamente Ros en alusión a personajes ridículos o estrambóticos: “aquells ninots ab gavinets” (Ros: Coloqui de les Dances. h. 1734). Algo más tarde, en 1801, se documenta “ninot” (Bib. Nac. Ms. 3905) por primera vez en la historia de la lengua con el significado de escultura grotesca, fuera esculpida en piedra, modelada en barro o construida con cartón. El vocablo valenciano ninot, que pasaría al catalán y castellano (Dicc. Seco. Aguilar 1999), derivaba del hipotético “ninus” latino, generador del asturiano “nino” del Fuero de Avilés (a. 1155); los “ninos” y “ninas” de la lengua castellana de Valladolid (a. 1222), además de los “ninno” y “ninna” italianos o el “nena” portugués y castellano. De aquella caótica koiné medieval surgieron vocablos que sedimentaron singularidades semánticas en valenciano, gallego, castellano, etc.
Uno puede pasear por la orilla del asturiano “riu Llobones” o por la playa de “La Espasa” y oír que le llaman “nin”, apelativo cariñoso que todavía usan en Colunga para llamar a niños y mayores. Esta comarca asturiana lindante con Villaviciosa no es única, pues en la distante Miranda de Duero también conservan la voz y, en la corte española del XVII, los “me(nin)os” y “me(nin)as” jugaban con princesas e infantes reales. Para no extraviarnos en la selva léxica peninsular, lo interesante es que “ninot” era el muñeco; y “nina” ya en el Renacimiento, era la muñeca de jugar “les chiques” en idioma valenciano, como recoge Pou: “les nines ab que juguen les chiques” (Thesaurus, 1575). Respecto a ninot, en el manuscrito valenciano de la Biblioteca Nacional leemos que “el disapte, 5 de setembre de 1801”, el pueblo amotinado exigía que fueran retirados “aquells ninots que havia damunt del Portal del Real” (f. 39). Los ninots representaban al corrupto intendente de Valencia y su auxiliar, recordando esta protesta otras actuales donde se censuraba el catalanismo político con la frase: “¡No volem un ninot de president!”.
Insatisfecho, el pueblo quería destruir el retrato del intendente expuesto en la Academia de San Carlos: “y no haventlo allí encontrat, saberen que en Casa Lopez estava pera apanyar”. El pintor Vicente López parece que se escondió en la vivienda, siendo la esposa quien entregó el retrato, llevándolo la muchedumbre a la plaza de San Jorge donde, “arrimat a la paret”, fue puesto boca abajo para burla del ladrón: “altsant lo cap per amunt y giranlo per avall”. Esta acción requería valor, pues el intendente Jorge Palacios tenía mando de fusileros, y la artillería de la Ciudadela apuntaba los edificios de Valencia. Al final, el óleo fue desgarrado en mil jirones que la muchedumbre recogió como trofeo.
¿Es civilizado destrozar obras de arte o ponerlas en posición invertida para burla del retratado? Estos actos son inevitables cuando la convulsión social es violenta e imprevisible, así, como en saqueos y venganzas de tropas enloquecidas.
Los “ninots” de 1801 no sabemos si eran mediocres y, en el caso del óleo, podría tratarse de una obra de arte como la que Vicente López realizó con el retrato de Goya. Los valencianos seríamos más ricos culturalmente si se hubieran conservado, aunque dadas las circunstancias de opresión en 1801, era disculpable la acción. Otro caso muy distinto es el del retrato de Felipe V del Museo del Almudín en Xátiva, colgado boca abajo como castigo por el incendio de la ciudad en 1707.
Según ha dejado propagar el fascismo catalanero y los copistas indocumentados:
“Felipe V hizo de la ciudad una hoguera... y desde entonces un retrato del primer Borbón español cuelga cabeza abajo en el Museo del Almudín” (La Verdad digital, 28 de octubre 2002). Esto es una estupidez. El óleo de Felipe V fue puesto boca abajo en 1940, cuando no ofrecía riesgo burlarse de la monarquía, sino todo lo contrario; en tales fechas -con torturas y represión franquista en su apogeo-, lo heroico hubiera sido poner el careto del Generalísimo boca abajo. El lienzo invertido es otra ñoñería de los blandos valencianos que digieren su sopita diaria de progresía revolucionaria dentro de un orden; bien sea contemplando el ninot del Borbón boca abajo, bien escribiendo Mutxamel con tx (grafía mamarrachera, jamás usada en el topónimo) o escuchando a la millonaria abuela Mª del Mar Bonet (algo marranilla, el otro día apoyaba la suela del zapato en la pared de un interior histórico, ensuciándola, como hacen los niños malos).
El óleo invertido cuenta con el aplauso de los colaboracionistas, aunque es acto de incultura lamentable y de motivaciones espurias; aparte de que Xátiva fue repoblada tras el incendio por botiflers. En 1940: ¿quién odiaba a Felipe V, cuando el acojone era el paseíllo entre máusers? La traslación al lienzo de Amorós del resentimiento político hace que el nombre de Xátiva se asocie a otros comportamientos más o menos censurables: en 1499, arcabuceros gascones destruían la estatua del odiado Francesc Sforza, obra de Leonardo. En Israel no hay retratos de Wagner para invertir, pero prohíben su música; tampoco quedan efigies de Buda en Afganistán, ni iconos bizantinos de Cristo en Santa Sofía de Constantinopla ¿Hay que destrozar o burlar la iconología “enemiga”? No, por supuesto, hay que civilizar las costumbres, además de que la mayoría de personas cultas que visitan el San Pio V, el Prado o el Louvre no busca patochadas humillantes hacia los retratos e Felipe II o Luis XIV, reyes causantes de asaltos, incendios y masacres. En los museos civilizados no se incita al odio o la burla, como en Xátiva, sino que se intenta elevar al ser humano proporcionándole goce estético con las veladuras de una carnación de Rubens, los virtuosismos cromáticos de un Sorolla o la austeridad de un bodegón de Sánchez Cotán.
El Museo de Xátiva está preparado para catalanizar a los estudiantes que son llevados como rebaños. Así, por ejemplo, el comentario de una maqueta dice que esta hecha con “cartró” ¿No se entera el director que esa “r” es esperpéntica y catalana? Derivada del italiano “cartone”, la voz “cartó” es la valenciana viva y culta.
Este martes, a las doce, no había un visitante en todo el recinto; ninguna aglomeración me impedía ver la magnífica escena de batalla que Joseph Amorós pintó en 1720, pero no podía saborearla por estar invertido el óleo de Felipe V, ya que la escena citada está integrada en el fondo paisajístico del retrato castigado. Hay una solución: que el cuadro se ponga en posición correcta, como en los museos civilizados, y que se entregue al visitante una trompetilla de “cartó” para lanzar pedorretas a la obra de Amorós. Hoy, la valentía de los setabenses no se demuestra alanceando muertos como Felipe V; lo difícil es oponerse al fascismo catalanero.
Diario de Valencia 3 de noviembre de 2002
Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.