Alrededor del 90% de la población española está inoculada con el caldo antivírico y sobre un 80% ha recibido la pauta completa. Eso significa que sobre un 10% no está inoculada (a este 10%, a no tardar, los podremos describir como la resistencia).
De ese 10%, aceptando como válido el concepto de enfermo asintomático, una parte podrá transmitir el virus, cuya existencia no niego (por lo tanto, no soy negacionista), ya que, entre esos no inoculados, los habrá contagiados asintomáticos (susceptibles de transmitir el agente patógeno) y otros realmente enfermos, aunque, en el momento de elaborar la estadística, no habían manifestado síntomas. Pero también habrá no inoculados completamente sanos, los cuales, no pueden transmitir la enfermedad, ya que ésta no surge por generación espontánea, aunque sí pueden ser contagiados.
Por supuesto que, entre los inoculados, también hay gente no contagiada. Otra cosa son los efectos adversos del medicamento en cuestión.
De lo dicho, se pueden sacar algunas conclusiones. Veamos:
Los no inoculados, infectados o no, asintomáticos o no, no se relacionan únicamente entre sí exclusivamente. Por el contrario, se comunican todos con todos, inoculados y no inoculados.
Según las estadísticas, todos los días se transmite la enfermedad y, siendo cierto que todos se relacionan con todos y que la mayoría de la gente está inoculada, la conclusión más lógica es establecer que la mayor parte de los contagios son causados por los inoculados. Los cuales, según este planteamiento, son el foco de infección, dicho sea en términos coloquiales, más potente.
No obstante, pienso que, para establecer esto con absoluta certeza, se podría hacer una prueba, haciendo constar que yo estoy absolutamente en contra de este experimento. Pero, como, al socaire de todo esto, se ve asomar la patita a muchos políticos con aspiraciones tiránicas, y, al mismo tiempo, se avizoran ciudadanos con ínfulas chequistas y delatoras, me atrevo a exponerlo: se podrían coger a todos los no inoculados, pegarles en la ropa una estrella fosforescente, con las siglas NI, y tatuarles un número en el antebrazo, para cuando fuesen sin ropa. A continuación, se procedería a su aislamiento completo de la gente inoculada.
Tal iniciativa nos permitiría ver cómo evolucionan los contagios en cada uno de los sectores de población (naturalmente, esto exigiría la elaboración de estadísticas profesionales, limpias y sin manipular), solucionando, de este modo, las dudas que flotan en el ambiente covidiano, lo cual, con bastante seguridad, acabaría haciendo callar a los bocazas, de cualquiera de las tendencias en liza. A su vez, se pondría de manifiesto, con absoluta claridad, el espíritu cainita de quienes quieren obligar a sus conciudadanos a someterse un experimento que, de momento, sólo beneficia a las farmacéuticas y a los partidarios de la globalización, es decir, a los partidarios de la disolución de las naciones y la esclavización de sus ciudadanos.
Yo, como soy creyente, me permito el lujo de sospechar que, detrás de todo esto, está Satanás.
Ah, y para que conste: quien suscribe está vacunado.
Espero, porque no era esa mi intención, no haber ofendido a alguien, pero, si lo he hecho, me da igual. La libertad y la búsqueda de la verdad, que yo no monopolizo, están por encima de muchas consideraciones y de muchos falsos respetos humanos.
Para terminar, y como jurista que soy, someto mis conclusiones a superior criterio.