La pandemia ha traído grandes calamidades, con miles de muertos, secuelas de todo tipo en la salud, graves situaciones económicas y laborales. Las sigue provocando, aunque en mucha menor medida, en este final de la sexta ola, a la vez que, tras dos años, se cronifican muchos de esos daños. Nadie puede prever lo que puede suceder en el futuro, pero si hay algo claro es que debemos tomar nota y adoptar medidas que ayuden a resolver esos graves perjuicios en todos los terrenos, por lo que ha sucedido, por lo que está sucediendo y por lo que pueda venir.
Uno de esos graves males que ha traído la pandemia es el deterioro de la salud mental. Probablemente casi todos conocemos casos de familiares, parientes, colegas o amigos que han tenido trastornos psíquicos o psiquiátricos a causa de la pandemia, o los siguen teniendo. Ansiedad, depresiones, fobias. Cualquier psicólogo o psiquiatra corrobora el aumento de esos problemas, deterioros o auténticas enfermedades.
En ese clima, los políticos han de frenar su frecuente incontinencia verbal, como le sucedió a Ximo Puig, que hace unos días justificó las mascarillas al aire libre por motivos psicológicos de los que podían agobiarse si veían por la calle personas sin mascarilla ¿y no son más los que se han agobiado por llevar mascarilla en exteriores sin ninguna justificación médica? Que cada uno se atenga a su campo profesional, y que Ximo Puig no pretenda ser también psicólogo. No sé de ningún experto que haya justificado llevar mascarilla en exteriores; Pedro Sánchez la aprobó para dar sensación de que tomaba alguna medida, y Ximo Puig le ha echado un capote.
Todos coincidimos en que hay que reforzar la prevención y tratamiento de las enfermedades mentales. Según la OMS, hay 400 tipos de trastornos mentales. La primera medida es normalizar todo lo que podamos nuestra vida, en mi opinión, con sentido común y sin poner barreras innecesarias y costosas, como han sido las mascarillas en exteriores, que a una familia han supuesto un coste económico y a Puig no. Hay que invertir, y desde luego que pedir cita no suponga tres meses de espera. También apunto que la atención religiosa puede ayudar mucho, en centros psiquiátricos especializados, y hay mucha experiencia. Un psiquiatra me comenta: “Un sacerdote en un centro significa dos psicólogos menos y medio psiquiatra menos”. Lo dice un psiquiatra veterano, hay experiencias: no lo digo yo. Ojalá se refuerce integralmente, sin sectarismos ni ligerezas, puesto que buscar el equilibrio psíquico es lo que debe primar.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.