La democracia depara con frecuencia efectos que no convencen a muchos demócratas. Ello es así, por ejemplo, cuando los resultados electorales permiten sentarse legítimamente en el Parlamento a partidos con raíces filo-terroristas, republicanas, antimonárquicas, separatistas y comunistas.
Por lo que estamos viendo, también es así cuando lo hace un partido de derechas, Vox, respetuoso con la Constitución, furibundo defensor de la unidad de España y deseoso de perfeccionar los aspectos mejorables de la siempre imperfecta vida política.
Las recientes elecciones en Castilla y León han dado los resultados esperados: importante caída del PSOE, aún mayor de UP, ‘quasi’ desaparición de Ciudadanos, victoria del PP y grandísima remontada de Vox. Aparte del nacimiento o reforzamiento de partidos locales en Soria, León y Ávila.
A menos que queramos ser más papistas que el papa y enmendar la plana al votante, la única suma posible para alcanzar la gobernabilidad en la autonomía castellanoleonesa, pasaba por sumar los votos de centro derecha (PP) y de la derecha (Vox). A menos que el PSOE se abstuviera durante toda la legislatura, cosa que no estaba dispuesto a hacer, naturalmente.
Era de esperar que los partidos radicales apuntados, es decir, los situados a la izquierda del PSOE, reaccionaran como lo han hecho. Está en su naturaleza, como en la fábula del escorpión y la rana. Pero que el propio presidente del gobierno insista en que el PP va a pagar cara su osadía al pactar con lo que califica de ultraderecha, es algo que rebasa lo imaginable.
No se comprende que después de haber pactado con todo cuanto se movía a la izquierda, ahora se rasgue las vestiduras por la sencilla razón de que la derecha cumpliera a pies juntillas las estrictas instrucciones del electorado: que el PP llegara a un acuerdo con Vox, incluyendo a sus candidatos proporcionalmente en el Gobierno, de la misma forma en que antes lo había hecho con Ciudadanos y como el PSOE lo está haciendo con un partido anticonstitucional que choca cada día con sus socios socialistas, mayoritarios en el Gabinete.
En un sentido el señor Sánchez tiene razón, el PP -no sólo el castellano-leones sino el del país entero- va a tener que soportar día y noche durante años, las acusaciones de la izquierda por haber pactado con lo que llaman “ultraderecha”, añadiendo la falsedad que ésta es la primera vez que ello ocurre en la Unión Europea. Seguramente la izquierda olvida a Salvini, a Orban y a Kaczynski.
Y tales acusaciones crecerán en intensidad cuando, con toda probabilidad, el año próximo, la coalición de PP y Vox triunfe en las elecciones y gobierne en toda España.
Para más oprobio, el Presidente del PP europeo, Donald Tusk, ha echado un capote a Sánchez, afeando que Feijoo haya cedido el paso a Vox después de que Casado logrará a tenerlo a raya durante años. Es evidente que el Señor Tusk, ex Primer Ministro de Polonia al frente del centrista partido liberal Plataforma Ciudadana (PO), aún no ha asimilado el sorpasso que le propinó el partido Ley y Justicia (PiS), buen amigo de Vox, en 2015.
De forma que el PP tendrá que acostumbrarse a hacer oídos sordos a las acusaciones de la izquierda, del mismo modo que el Sr Sánchez viene ignorando desde hace años las acusaciones de la derecha por estar gobernando con el apoyo de partidos, esos sí, francamente impresentables.
Nos corresponde a nosotros, los votantes, juzgar cómo funcionará el país cuando esté gobernado por la derecha y veremos si es o no respetuoso con nuestra Constitución. Apuesto a que será capaz de mejorar nuestra situación económica, reducir los niveles actuales de paro, corregir las deficiencias autonómicas, respetar nuestra Monarquía y quizá incluso -esto es lo más difícil- corregir el separatismo de algunas regiones, evitando al menos los privilegios que se otorgan a catalanes y vascos a cambio de nada.
Preparémonos para comprobar todo esto a partir del año próximo.
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.