Los socialistas, oficialmente laicos y visceralmente laicistas, se ven obligados a prescindir de cualquier divinidad. Aun así, son muy conscientes del poder que los ídolos ejercen en la masa. En Andalucía han creado y hecho arraigar a uno de estos ídolos. Pero, eso sí, a costa de ocultar los aspectos fundamentales del personaje en cuestión. Y si bien ha entronizado a Blas Infante, la Junta de Andalucía siempre se ha guardado muy mucho de silenciar algunas de sus ideas, las cuales, de haberse dado a conocer en profundidad, hubieran generado el rechazo mayoritario de los andaluces, que no solo se consideran españoles, sino que en ningún momento de la historia reciente han mostrado interés alguno por volver a los reinos de taifas y, mucho menos, por vivir y formar parte de un país islamista.
Según consta en el Estatuto de Andalucía, aprobado en el Congreso de los Diputados el 2 de noviembre de 2006 y ratificado en referéndum el 18 de febrero de 2007, el Parlamento andaluz, en lo que define como “un acto de justicia histórica”, reafirma el nombramiento de Blas Infante Pérez de Vargas como “Padre de la Patria Andaluza”, un título que ya le había otorgado oficialmente en abril de 1983. No obstante, lo que no todo el mundo sabe es que, el 15 de septiembre de 1924, Blas Infante Pérez de Vargas se convirtió al islam.
Siendo un joven notario en Casares, municipio malagueño que linda con la provincia de Cádiz, fue introduciéndose cada vez más profundamente en lo que él vendría a llamar “la cultura de Al Ándalus”. Y no solo aprendió la lengua árabe, sino que estudió con entusiasmo la historia de Al Mutamid, el rey poeta de Sevilla y de Córdoba, llegando incluso a escribir un drama en su honor titulado Motamid, último rey de Sevilla y que sería publicado por primera vez en 1920
Por cierto, que de este tal rey y poeta Mutamid cuenta Sánchez Albornoz lo siguiente: “Tenía adornado su jardín con las cabezas de sus enemigos, convertidas en macetas]; mató a hachazos, personalmente, a su antiguo favorito ; mandó quemar los libros de Ibn Hazam “, y murió cautivo en África, con grillos en los pies”.
[Asimismo, refiriéndose en otro pasaje de sus escritos dedicados a Andalucía y al islam, Sánchez Albornoz, que no puede ser más tajante, escribe: “La Reconquista salvó a Andalucía de ser una piltrafa del islam y de padecer un régimen social y político archisombrío. Y nada hay más dispar de la libertad ansiada por los andaluces de estos días que la organización de las sociedades y de la vida islámica”...],
No obstante, seducido por el personaje Al Mutamid, Blas Infante experimenta una especie de metamorfosis espiritual que lo lleva a preparar un viaje anímico y físico a tierras musulmanas. Con 39 años de edad, y convertido en protagonista de su propio drama teatral, Infante peregrina a Aghmat —La Meca le queda bastante lejana—, un pueblo cercano a Marrakech donde, el 15 de septiembre de 1924, realiza la shahada o ceremonia pública de profesión de fe islámica en la que declara su fe en un solo dios, Allah, y en Mahoma, su profeta. Muhammed Ali Cherif Kettani en su libro Inbia’t al Islam fi Al-Andalus, cuya traducción podría ser El resurgimiento del Islam en Al Ándalus, editado por la universidad de Islamabad en el año 1992, lo relata de la siguiente forma: “Hace la shahada en una pequeña mezquita de Aghmat, adoptando el nombre de Ahmad. Sus testigos del acto, por el que se reconocía musulmán, fueron dos andalusíes nacidos en Marruecos y descendientes de moriscos: uno, Omar Dukali; otro, de la cabila de Beni-Al-Ahmar”.
La recitación de la shahada o profesión de fe es uno de los cinco preceptos fundamentales de la religión islámica, junto con la oración, la limosna, el ayuno y la peregrinación a La Meca al menos una vez en la vida. Cuando se efectúa sinceramente, en voz alta y ante dos testigos, según requiere la tradición, el que la recita puede considerarse musulmán Blas Infante realiza, por tanto, este rito en la mezquita de Aghmat dando las siete vueltas preceptivas en sentido antihorario a la tumba de Mutamid y adoptando el nombre de Ahmad. Los dos testigos del acto en el que Ahmad Infante Pérez de Vargas acababa de reconocerse y declarase musulmán, los dos andalusíes citados, le regalaron una chilaba y una daga bereber que conservó durante toda su vida. Consecuencia de lo anterior, y en absoluto inocuas o tangenciales, son algunas de las ideas plasmadas por Ahmad Infante, el padre de la patria andaluza, en sus escritos, tal y como muestran los siguientes ejemplos:
— Andalucía fue conquistada por Europa, pero Andalucía nunca será Europa.
— La Reconquista no fue tal, sino una conquista movida por la animalidad cristiana.
— La Giralda sevillana está cubierta con el gorro del cautiverio de la pesada cúpula cristiana.
— Sentimos llegada la hora de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España.
— Declarémonos separatistas de este Estado español.
— El Profeta de nuestros antepasados de Al Andalus [...], será nuestro Profeta y el de todos los hombres libres [...]. Trabajemos con suma cautela en estos principios para que Andalucía vuelva a ser inspirada por su propio genio y porque su libro vuelva a ser el Al Qur’an, como dice la Sura III.
— El pueblo andaluz fue arrojado de su Patria [...] por los reyes españoles. Unos moran todavía en hermanos pero extraños países; otros, los que quedaron y los que volvieron, los jornaleros moriscos que habitan el antiguo solar, son apartados inexorablemente de la tierra que enseñorean aún los conquistadores. Y es preciso unir a unos y otros. Los tiempos cada día serán más propicios. En este aspecto, hay un andalucismo como hay un sionismo. Nosotros tenemos, también, que reconstruir una Sión.
— [Al Mutamid] fue el último Rey indígena que representó digna y brillantemente una Nacionalidad y una cultura intelectual que sucumbieron bajo la dominación de los bárbaros invasores. Túvose por él una especie de predilección como por el más joven, como por el benjamín de esta numerosa familia de príncipes poetas que habían reinado en Al Ándalus. Se le echó de menos como a la última rosa de la primavera.
— Ni los cristianos del Norte ni los fundamentalistas del Sur eran andaluces. Si la opinión vulgar admite y repite el carácter extranjero de las huestes africanas, debiera en lógica simetría llamar igual a aquellos ifranyi que se decían herederos de la Bética, cuando descendían a gritos de los bárbaros invasores godos que hundieron Roma. Tomás de Aquino llegó a Aristóteles gracias a nuestro Averroes. Todo un símbolo.
— Yo no soy forastero en Marrakech. [...] Marrakech es para mí peregrinación, el límite de la tierra Santa, del Templo.
— ¿Qué nos queda del Islam? Nos queda del Islam el sentimiento de poder de Allah y su equilibrio.
Blas Infante se presentó repetidamente a las elecciones, unas veces como candidato por el Partido Republicano Federal y otras por la coalición Izquierda Republicana Andaluza. Nunca resultó elegido, quedando a considerable distancia de sus oponentes políticos.
Afortunadamente. Porque de haber triunfado su ideología en Andalucía, todos los hombres serían sistemáticamente circuncidados y todas las mujeres tendrían obligatoriamente que vestir el hiyab, como manda el Corán. Además, no se podría comer pata o caña de lomo de jalufo, por ser considerado por el islam un animal impuro. Tampoco habría corridas de toros ni Semana Santa, y las romerías del Rocío y de la Virgen de la Cabeza no existirían. Las catedrales habrían sido derruidas o convenientemente convertidas en mezquitas, y los campanarios se habrían transformado en minaretes. Y en vez de libertad y Derecho romano, la sharía o ley islámica sería aplicada con todo su rigor y al albur de los imanes.
A los pocos días de iniciarse la Guerra Civil, varios miembros de Falange sacaron a Blas Infante de su casa de Coria del Río —denominada por él Dar al-Farah (la casa de la alegría)— y, sin juicio ni sentencia algunos, lo asesinaron a tiros en el kilómetro 4 de la carretera que va de Sevilla a Carmona.
Ni Ahmad Infante ni su familia han reconocido públicamente su conversión musulmana. ¿Discreción? ¿Prudencia? ¿Vergüenza?... Posiblemente, miedo; ocultación consciente para no poner en peligro un proyecto político ante los andaluces.
Como epílogo, hacer notar que los colores que Infante eligió para la bandera andaluza no fueron tomados por casualidad. El verde, el blanco, el rojo y el negro son los colores panárabes por excelencia desde que fueron usados en la rebelión árabe que, contra el imperio otomano, tuvo lugar en 1917, durante la Primera Guerra Mundial.
Así, la bandera de Jordania tiene estos cuatro colores, al igual que la bandera palestina, copia exacta de la jordana y que solamente se distingue de ella por carecer de la estrella blanca de siete puntas en el campo rojo y que representa los siete versos de la primera sura del Corán. La de Arabia Saudita es verde toda ella, con una inscripción blanca, en árabe y en su centro, tomada de la shahada o profesión de fe, que reza así: “No hay más divinidad que Alá y Mahoma es su profeta”. La de Irak posee tres franjas horizontales: roja, blanca y negra. La de Irán, otras tres: verde, blanca y roja. La de Egipto, también con tres franjas horizontales: roja, blanca y negra. La de los Emiratos Árabes Unidos tiene los cuatro colores. Y la bandera de Marruecos es completamente roja y en su centro figura una estrella verde de cinco puntas con los lados entrelazados que simboliza los cinco pilares del islam.
Curiosamente, la diseñada por Ahmad Infante Pérez de Vargas es hoy una copia exacta de la de la ciudad turística de Benslimane —equidistante unos 60 kilómetros tanto de Rabat como de Casablanca— si no fuera porque el escudo central de la bandera andaluza es una réplica del de la ciudad de Cádiz.
En 1918, tiene lugar la célebre Asamblea de Ronda, donde se proclama el diseño de la bandera de Andalucía. Infante justifica el verde como correspondiente al califato de los Omeya, lo cual es discutible históricamente, ya que en el mundo árabe el verde está considerado como el color propio de Mahoma por ser el de su turbante, que agitaba animando a sus seguidores durante los combates.
Más propiamente aún, el verde se identifica con la dinastía del Califato Fatimida, que llegó a dominar todo el norte de África. El color blanco, en cambio, pertenecería al estandarte de Qusay, un antepasado de Mahoma, y se lo identifica históricamente con el color de los Omeyas de Damasco, bajo cuya dominación se llevó a cabo la conquista de Al Ándalus.
Por consiguiente, Ahmad Infante Pérez de Vargas confundió el blanco con el verde. El blanco se lo adjudicó al Imperio Almohade y el verde a los Omeyas, con lo cual, según dispuso la Junta de Andalucía en su Boletín número 89, de 8 de noviembre de 1983, la tonalidad de verde de la bandera andaluza se denomina “Verde Omeya Bandera Andalucía”. Efectivamente, contra facta non sunt argumenta. No hay argumentos contra los hechos. Y, según hemos sabido recientemente, “la tierra no es de nadie, salvo del viento”. Por tanto, y mientras haya libre un grano de arena, ¿quién se aventura a decir que ya no cabe un tonto más
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Juan Villalobos García es Profesor, historiador y licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Valencia.