Castilla, inicialmente un pequeño condado sometido al vasallaje del Reino de León, es depositaria de numerosas leyendas. Una de las más conocidas es la de los Jueces. Para empezar, no hay consenso entre los estudiosos del tema, ni siquiera para establecer una fecha aproximada. Todo ello partiendo de la base de que estamos ante una leyenda. Por situarnos temporalmente, estaríamos hablando de los siglos IX, X y XI. Son muchos años, pero no se ha podido acotar más.
La leyenda en cuestión trata sobre un tiempo en el que Castilla, por aquel entonces un simple condado, adquirió cierta autonomía respecto del reino de León. No estaban por la labor los castellanos cada vez que habían de plantear alguna cuestión legal de ir a León, donde no se les trataba ni personal ni jurídicamente como ellos consideraban que debía hacerse. Para solventar este problema eligieron a dos de los suyos, Laín Calvo y Nuño Rasura, como jueces propios. Uno de ellos se encargaba de las cuestiones judiciales y otro de las militares.
La cuestión por la que han sido merecedores de formar parte de la leyenda es que fueron hombres justos naturalmente, puestos a inventar, que sea algo digno de admiración. Al objeto de dar mayor visibilidad a su independencia, dejaron de aplicar las leyes del reino y acordaron que solventarían los pleitos guiados por su libre albedrío. Algún historiador ha llegado a decir que, en este tiempo, Castilla fue una tierra sin leyes. Entiéndase, sin leyes tal y como las conocemos actualmente.
La resolución de los casos planteados a jueces tan especiales, como imaginarios, revestía la forma de sentencia. Estas sentencias, elaboradas bajo parámetros muy singulares, en concreto las dictadas para solventar la casuística no regulada ni por la ley existente que, recordemos no se aplicaba ni por la costumbre, adquirieron gran relevancia y tomaron el nombre de fazañas. Tal es así que aquellas que se consideraban justas por el pueblo, frecuentemente, eran convertidas en normas escritas o, al menos, pasaban a formar parte del derecho consuetudinario. En aquellos tiempos fueron una nueva fuente del Derecho.
Bien es verdad que dada la situación social de entonces, cuando estos buenos y justos jueces desaparecieron, se dieron casos, y no pocos, en los que el juez, normalmente un noble, era a la vez juez y parte, siendo fácil imaginar el resultado torticero de la fazaña. Es lo que se conoce como fazañas desaguisadas que con nombre tan descriptivo resulta innecesario comentarlas.
Este recurso a la leyenda de los Jueces de Castilla solo sirve de pretexto para plantear si es posible que la sociedad pueda sobrevivir sin normas. De la leyenda parece desprenderse que si el grupo social está en manos de hombres justos y cabales sería factible. La aceptación por parte de los individuos de que la autoridad se rige por estrictos criterios de justicia, sería suficiente para dotar de obligatoriedad sus decisiones. No obstante me temo que tan loable deseo hay que dejarlo dentro del ámbito de la leyenda.
Prácticamente desde sus orígenes el ser humano viene persiguiendo, con más o menos acierto, la idea de justicia. Para ello ha ido elaborando unas normas, inicialmente rudimentarias que, con el devenir del tiempo, han terminado por ser cada vez más complejas y omnipresentes en la vida de las sociedades en las que el hombre se ha integrado. Ese conjunto de normas es lo que conocemos por Derecho. Pues bien, el Derecho no es, ni más ni menos, que el instrumento a través del cual la Humanidad intenta alcanzar ese bien superior que llamamos Justicia.
Podríamos preguntarnos entonces ¿Es posible la Justicia sin Derecho? Me temo que no. No obstante es preciso señalar que el Derecho puede manifestarse de distintas maneras. En contra de lo que pueda parecer la forma escrita, siendo actualmente la más usada, no es la única. Tiempos ha habido en los que las normas de aplicación eran orales y su origen era el sentido común, la costumbre y ese deseo íntimo de las buenas gentes de dar a cada uno lo suyo.
Actualmente, en mi opinión, por desgracia, se legisla en demasía. Es cierto que las sociedades son cada vez más complejas pero, personalmente, creo que el problema no solo tiene su origen en la complejidad de las relaciones jurídicas. Una parte significativa del problema radica en la proliferación de órganos creadores de normas. En concreto en España, el Parlamento Nacional, los parlamentos autonómicos, las corporaciones locales, gozan de una incontinencia legislativa difícil de asumir. Ante semejante torrente de normas, uno piensa si no sería preferible legislar menos y de paso con mejor técnica legislativa.
No debería estar permitido que, aprovechando la publicación de una ley, seguramente necesaria, se incluyan en sus disposiciones adicionales modificaciones sustanciales de otra ley que nada tiene que ver con la misma. Casos hay en los que se han modificado leyes básicas del Estado al socaire de la aprobación de otras de contenido bien diferente. Las sucesivas leyes de presupuestos son un claro ejemplo, en contra del criterio del Tribunal Constitucional.
Tampoco es signo de buena técnica legislativa el publicar leyes cuyo contenido chirría con el de otra previa sin derogarla expresamente, al menos los artículos que entran en conflicto. Todo ello origina confusión entre los juristas e indefensión entre los justiciables. Se ha perdido la costumbre, la sana costumbre, de acompañar las leyes con su correspondiente tabla de derogación evitando con ello situaciones, cuando menos, confusas.
Nuestro Código Civil establece en su Artículo 2:
La ignorancia de las Leyes no excusa de su cumplimiento.
Así debe ser, pues de lo contrario bastaría alegar ignorancia para cometer los mayores desafueros de manera impune. No obstante, una cosa es la ignorancia y otra bien distinta es que las leyes sean de difícil comprensión y seguimiento incluso para los profesionales del derecho. El afán por regular toda materia, toda situación, nos aboca en muchos casos a un estado de confusión y desconfianza permanente que nos induce a pensar que el derecho no ha sido creado para protegernos; más bien todo lo contrario, ha sido concebido para sojuzgarnos.
Platón en su Republica, dice por boca de Trasímaco: “la ley, lo justo es lo que ordena el más fuerte”. Quiero pensar que la Humanidad ha evolucionado lo suficiente como para enervar tal afirmación, de no ser así tenemos lo que nos merecemos.