Ya hemos denunciado el globalismo que impone Bruselas a Europa. Es su política neoliberal a ultranza la que obliga a traer todo lo que consumimos desde fuera de nuestras fronteras, destrozando al mismo tiempo el medio ambiente y nuestra agricultura.
Y sin embargo, ello es así a pesar de que es una realidad que fuera de la UE no existe ninguna restricción a la utilización de pesticidas (también llamados fitosanitarios) en la producción agrícola de cualquier tipo de alimentos.
En estos países terceros, donde las grandes corporaciones, auspiciadas por la banca, producen lo que consumimos, no existe, evidentemente, regulación alguna. Cualquier que haya estado en alguno de estos países lo sabe. Pensemos que si allí la máxima preocupación es la supervivencia diaria, una auténtica aventura, una proeza, ya de por sí; en los que no se conocen las normas de higiene, siendo normal que las moscas se posen y piquen en los alimentos sin control alguno (aparece en cualquier reportaje de televisión y todos lo hemos visto) mientras el comensal los ingiere sin ningún tipo de aprensión, indiferente a los millones de bacterias que sabemos habitan en cada una de sus patas, y sin importarle la posibilidad de que alguna de ellas también se le introduzca con el alimento en su boca, utilizando, además, unas manos, las suyas, que evidentemente no han sido lavadas previamente……..; en los que los salarios son de unos pocos euros al día……con suerte; lugares donde las mujeres se siguen vendiendo como ganado, a cambio de camellos u ovejas o cualquier otro animal, a falta de efectivo metálico; en los que no se conoce la existencia del Registro Civil y demasiadas veces tampoco quién sea el padre o madre de tal o cual criatura; en los que no se conoce el cemento y las casas tienen paredes de barro; en los que se rechaza con demasiada frecuencia la idea de pagar las deudas; los taxis que circulan por las calles tienen una media de 3.000.000 millones de kilómetros, y cuarenta años de antigüedad como mínimo, lo cual no importa, dado que las calles también están por asfaltar; con una sanidad pública inexistente. ¿De verdad pensamos que en esas circunstancias se van a preocupar de controlar los productos químicos, los pesticidas que utilicen en una producción en la que les va la vida y su supervivencia, o, al contrario harán lo posible para matar a todo bicho viviente (nunca mejor dicho) que amenace ésta, sin preocuparles las consecuencias que la utilización de tal o cual producto pueda tener para el futuro consumidor, presumiblemente un blanquito rico situado a treinta mil kilómetros de distancia?. Mucho nos tememos que más bien lo segundo.
Según los estudios, se han detectado unos cincuenta pesticidas prohibidos en la UE y que son utilizados en esos países terceros. Sustancias entre las que se encuentran el GRAMOXONE, PARAQUAT, METIL ACINFOS, DIMETOATO y CLOROPIRIFOS. El problema de estas sustancias es que actúan como una especie de arma de destrucción masiva, matándolo todo, sin discriminar. Lamentablemente, no se quedan en la superficie de la planta, si no que penetran en ella, atacando sus encimas vegetales, impidiendo la fabricación de ciertos aminoácidos esenciales para el crecimiento y vida de esa planta; de forma que la realidad es que el futuro consumidor de la planta, cuando la come, está ingiriendo estas sustancias, ese es problema.
A estas alturas, estos herbicidas ya han sido calificados como cancerígenos por la Organización Mundial de la Salud. Pero es que además de cáncer, también se asocian otras graves dolencias como la enfermedad renal crónica, la depresión, la diabetes, el parkinson, el alzehimer, enfermedades cardíacas, esclerosis múltiple, hipotiroidismo, enfermedades respiratorias, colitis, obesidad y problemas reproductivos.
Algo parecido ocurre con el DDT, que se utiliza en Africa. Ya en 1962, una experta en la materia, Rachel Carson exponía todos los peligros ecológicos derivados de la utilización del DDT, manifestando que era tan tóxico y fuerte que, de seguir utilizándose, acabarían desapareciendo todos los pájaros del mundo.
Por este motivo la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) prohibiría el DDT en 1972, por una decisión política en contra del dictamen de los científicos de la EPA.
El DDT fue excluido de la lista de sustancias activas autorizadas para el uso en productos de protección de plantas en 1969 bajo la Ley, en muchos países, para protección de plantas contra plagas y pestes. Actualmente está prohibida la producción, uso y comercialización de todos los productos de protección de plantas que contengan DDT.
Sin embargo, los países terceros, que tienen sus propios problemas, no han renunciado a la utilización del DDT; para algunos, como Richard Tren, un economista sudafricano, su prohibición sólo es una muestra más de "que la presión de las naciones ricas impone a los países en desarrollo normas que no son aceptables ni apropiadas".
Llegados a este punto, ¿alguien sabe cuántas sustancias cancerígenas, prohibidas en la UE, o DDT puede haber recibido la bajoca que se vende en el Mercadona de la esquina, originaria de Marruecos?. ¿Y la judía ancha, también producida en Marruecos?. ¿Y las naranjas de Sudáfrica, estamos seguros de que pelándolas desaparece el peligro o quizás cuando las comemos estamos en realidad consumiendo cincuenta sustancias cancerígenas junto con un cóctel letal de DDT?. ¿O qué nivel de otros pesticidas pueden tener los cacahuetes, producidos en China?, como todo el mundo sabe, el país más contaminado del mundo. ¿O qué grado de arsénico puede tener el arroz de Tailandia, Vietnam o Bangladesh?, que se mezcla, gracias a las políticas globalistas europeas, con el autóctono por una cuestión básica de precio, sin ningún tipo de indicación en el etiquetado?
Desgraciadamente, la correlación entre todos estos productos y el cáncer, una auténtica plaga hoy en Europa, en estos momentos, es algo constatado que podemos comprobar en cualquier hospital: los tumores de todo tipo crecen de forma exponencial, desaforada, convirtiéndose en la nueva peste moderna.
Suena terrible, pero todas estas sustancias cancerígenas son tremendamente económicas y eficaces, tanto como el DDT, también prohibido pero utilizado masivamente en los terceros países. Estas circunstancias lleva a que estas sustancias sean utilizadas de forma ingente, sin control alguno. Y, que tal y como decimos, son productos que no se quedan en la superficie del vegetal, sino que penetran dentro de la planta, de forma que ésta acaba incorporando el producto, que pasa, de forma inmediata y directa, a quien lo ingiere, destrozando su organismo.
Al no existir ninguna restricción a su uso en dichos países, éstos aparecen en toda la cadena alimentaria de los productos elaborados en Africa y Asia.
Todo esto deja a la exigente legislación europea sobre la cuestión, fuera de juego, como si no existiera. De forma y manera que los enormes controles existentes en Europa no son sólo una rémora para nuestros agricultores, si no que actúan como ventaja añadida para estos países terceros, que pueden utilizar productos baratos y eficaces, sin temor alguno a unas consecuencias que en todo caso van a sufrir los europeos, a veinte mil kilómetros de distancia de su lugar de origen.
Así que tengamos claro que un sábado cualquiera, en el lineal del supermercado, mientras distraídamente llenamos el carro de la compra, podemos estar adquiriendo unos vegetales aparentemente saludables, pero en realidad emponzoñados y corrompidos, con pesticidas más baratos del mercado, utilizados de forma masiva en sus países de origen, sobre los que insistimos, no existe ningún tipo de control, y que luego nos venden los oligopolistas de Bruselas, intentando ocultar su procedencia, en un ansia desmedida, perversa y loca por lucrarse y conseguir sus estratosféricas fortunas que luego rápidamente esconden en sus paraísos fiscales de rigor, indiferentes a las consecuencias de sus acciones: y que, antes o después, nos pueden llevar a un grave problema de salud, como un cáncer, una esclerosis múltiple, un parkinson avanzado…..en una lista de dolencias que es demasiado larga.
Nuestra única opción es comprar sólo productos locales, que sí tienen algo, son controles y más controles, como bien saben todos nuestros agricultores, y comprobar siempre la procedencia de los productos. Si hiciéramos esto, conseguiríamos no sólo preservar nuestra salud de presente, sino también de futuro.