El ‘lemosín’, eufemismo de pureza de sangre idiomática del valenciano

¿Por qué y cuándo surge la foránea denominación de lemosín para el valenciano?. En la reconquista de Valencia, en 1238, nadie usaba esta palabra y, mucho menos, hablaba tal dialecto occitano salvo, quizá, algún soldado procedente del Macizo Central francés, feudo de Inglaterra hasta su liberación definitiva por Juana de Arco.

La denominación de lemosín, usada esporádicamente por trovadores que componían en occitano, no aludiría al valenciano hasta el siglo XVI y por motivaciones extralingüísticas. La inocencia guiaba la nomenclatura idiomática en tiempos de Jacme I Nadie había abierto la caja de Pandora del idioma como ariete del nacionalismo; lo que explica que el primer Llibre del Repartiment de Mallorca (a.1232) estuviera en latín y árabe; el de Valencia, en latín.

En el siglo XX, el círculo del IEC propagó con éxito que Jacme I había ordenado escribir en ‘català’ los Furs de Valencia (a.1261); pero el monarca, por supuesto, jamás dictó nada parecido en toda su vida. Lo que ordenó, como consta en el manuscrito, es que se redactaran en el ‘romanç’ entendido por el pueblo. ¿Y quiénes formaban ese pueblo en 1261?. Los reconquistadores apenas alcanzaban el 5 % de la población del Reino, siendo mayoría los muladíes valencianos de origen autóctono; colectivo al que jamás se le prohibió hablar su lengua iberorrománica, compartida con el árabe hispánico.

Los muladíes habitaban importantes poblaciones que mantenían los topónimos mozárabes de raíces ibéricas y latinas con trueques morfológicos árabes: Valencia, Castelló, Alacant, Oriola, Denia, Elig, Carcaixent, Riola, Gavarda, Llusena del Cit, Xátiva (Aixátiva), Morella, Tárbena, Alcoy, Orcheta, Gata de Gorgos, Morvedre, Oliva, Nules, Tibi, Ibi, Godella, Polop, Petracos, Ondara, Crevillent…; rodeados de montes como el Picayo, Turmalet de Xixona, Mongó de Denia…, ríos como el Xúquer o Turia y acequias como Mestalla. El caudal léxico de raíz iberorromana que todavía usamos en 2013 es importante (ver el actualizado dhivam. wordpress.com).

Es a partir del 1300 cuando el poligenético ‘romanç’ de hablantes indiscriminados —no definidos por raza o religión—, se singulariza progresivamente en cada territorio y adquiere nombre. De ahí que los traductores viertan el occitano de Llull al valenciano (a.1335) y, algo más tarde, al catalán. De igual modo, la Cancillería Real de la Corona de Aragón, en documentos trascendentales como las actas del Compromiso de Caspe (a. 1412), puntualiza que están en aragonés, catalán y, también, “in ydiomate valentino”.

La palabra ‘lemosín’ , referida al idioma, no pertenece a la Edad Media valenciana ni a nuestro Siglo de Oro. Como gentilicio sí aparece en documentación medieval valenciana, “Lorenç, limosí” (M. Consells, s.XIV), y castellana, aludiendo a personas nacidas en la región central francesa, la de Limoges:

“fueron llamados para hablar en lo de la carne… Françisco de Madrid e Fernando de Morales e Juan, limosín” (Martín, Mª C.: Documentos notariales, 1987; en Acuerdos del Concejo Madrileño, año 1505)

Mientras la paz idiomática (que no militar) reinaba en la medieval Corona de Aragón, con la convivencia de romances autóctonos, latín, árabe y hebreo, en otras regiones de Europa se iniciaba la contienda con el De vulgari eloquentia (h. 1304) de Dante. Conceptos como el origen monogenético de una única lengua madre, con las dudas sobre el hebreo adánico, deslizaban el debate hacia el delicado asunto de la confusio linguarum, castigo divino por la sacrílega Torre de Babel.

La interpretación del Génesis, elástica y subjetiva, anulaba el racional análisis sobre el origen de las lenguas vulgares (valenciano, aragonés, castellano…); así llamadas por oposición al latín, cuyas leyes gramaticales se enseñaban en la escuela. La polémica se limitaba a bizantinos choques dialécticos y filosóficos entre tomistas, aristotélicos, criptoseguidores de Abulafia y defensores del idioma como portador de mensajes divinos, donde la permutación de palabras, silabas y letras generaría una gramática y lengua universal.

Inevitablemente, en los siglos XVI y XVII, irrumpiría el feroz nacionalismo que buscaba enaltecer el idioma propio. El uso de una lengua noble, pura o divina, junto a la creencia de practicar la religión verdadera, legalizaría la anexión o conquista de territorios imperfectos o inferiores de cultura, raza, religión o habla. Las hipótesis nacionalistas, rémoras del raciocinio, acompañarían inexorablemente a las agresiones expansionistas hasta el siglo XXI, siempre camufladas con oropeles de progresía, dignidad, bienestar social y, si interesaba, victimismo lacrimógeno.

¿Cómo podía valorarse la alcurnia y pureza de un idioma europeo?. Lo más cotizado era el grado de parentesco con la lengua madre, el adánico del Paraíso o, en su defecto, una de las 72 lenguas nacidas tras la catástrofe babélica. Los filólogos, pertrechados de cientifismo infaliblemente lunático, recurrían a ingeniosas artimañas para asentar su lengua en el trono del prestigio. Valga de ejemplo el caso de Johannes Goropius que, en 1569, daba a conocer en Amberes un descubrimiento asombroso: sus antepasados antuerpienses no habían participado en la construcción de la Torre de Babel; por tanto, no les había afectado la confusio linguarum, por lo que el holandés era descendiente directo de la protolengua adánica (Origines Antwerpianae, 1569)

Lo más ambicionado por los filólogos del Renacimiento y Barroco era poseer la lengua del Paraíso, la vehicular entre Dios, Adán, Eva y la serpiente (Satanás). Nuestros antepasados, como Vicente Marés, creían o fingían creer que «la lengua valenciana es una de las que resultaron de las que quedaron de la confusión de Babilonia»; y el mismo autor aventuraba: «es muy verosímil que Adán y Eva estuviesen en los montes de Chelva» (Marés: La Fénix, 1691, p.18). El vehemente Batiste Ballester, arcediano de Morvedre, situaba nuestra lengua en segundo lugar tras el hebreo de Jesús:

“Que sia la llengua Valenciana millor que totes les de Europa, en aprés de la lengua Santa, que es la hebrea” (Ballester: Bateig del Fill y Fillol, 1667).

El teutón Schottel, contemporáneo de Batiste, tenía idéntica opinión sobre “la lengua alemana, por su pureza tan próxima a la de Adán” (Teutsche Sprachkunst, 1641). Ese mismo año, en Holanda, un edicto del Gobernador General prohibía vestir capa y sombrero a los esclavos que no hablaran holandés. La normalización idiomática siempre ha coaccionado al débil, fueran esclavos en el s. XVII o valencianos del 2013, a los que se les niega acceso a los estudios o al funcionariado si no aprenden catalán, pues es esa lengua y no la valenciana la que impone la casta política que nos tortura.

I. El ‘romanç’ valenciano, ¿de infieles o de cristianos?

Hacia el 1530, la suspicacia sobre el origen autóctono del valenciano —el continuum lingüístico desde sustratos iberorromanos, mozárabes y muladíes—, se desarrollaba en paralelo a la creciente hostilidad hacía lo islámico; sentimiento compartido sin fisuras por la sofisticada nobleza caballeresca, mecenas de músicos y literatos europeizantes que prestigiaban la valenciana corte de Germana de Foix.

La agresividad del Imperio Turco y sus vasallos norteafricanos, que asiduamente asaltaban pueblos costeros, fomentaba el recelo hacia lo musulmán; incluida la lengua. A todo ello se sumó en 1526 la sangrienta sublevación morisca en la Sierra de Espadán, episodio de extremada violencia que los Tercios del Reino, auxiliados por lasquenetes imperiales, lograron sofocar. Los rebeldes, entre otras fechorías, asaltaron y degollaron a los vecinos de Chilches que no pudieron huir.

A la desconfianza hacia muladíes y cristianos nuevos, considerados quintacolumna de la amenaza turca, se juntó el factor religioso y los inquietantes tribunales de limpieza de sangre. Nadie quería tener un antepasado judío o agareno en su árbol genealógico, deseo que enriqueció a los fabuladores de linajes. No había apellido que no se remontara a nórdicas regiones y heroicos tatarabuelos.

Según los genealogistas valencianos del 1500, nadie descendía de los moros, judíos y muladíes que, tras la reconquista del año 1238, cambiaron de nombre y religión y se transformaron en Vicent, Jacme, Arcís, Blay o Ricart. Era comprensible, ¿cómo iban a blasonar, por ejemplo, los descendientes del noble Blasco Pérez de Tarazona de que tenían sangre islámica en sus venas?. Así era, por ser la hija de Vicent Belvis (Abú Zayd, antes de 1238) la que se casó con el ilustre antepasado. Pero, ¿y la lengua valenciana, donde los arabismos se mezclaban con el iberorromano en cada frase?. Era un problema que no existiría si hubiera sido importada de las inmaculadas tierras del rey Cristianísimo, de Roldán, Carlomagno y los Doce Pares de Francia (por paridad de nobleza con el emperador).

La irracionalidad se introdujo en la valoración idiomática. Las palabras se equipararon a gotas de sangre. Un caudal léxico de abundantes vocablos árabes sería indicativo de lengua abominable, impura. Difícil cuestión para la lengua valenciana en el 1500, pero para eso estaban los cantores de panegírico y maquilladores genealogistas, capaces de convertir a un mediocre noble en insigne descendiente de Carlomagno, y a un idioma valenciano (cóltel de ibero + latín + visigodo + árabe + italianismos, castellanismos…) en epopéyico y centroeuropeo.

En una sociedad de desconcertados ciudadanos, la lengua valenciana comenzó a adquirir la peligrosa connotación de ‘conversa’; es decir, que tendría raíces en el poligenético romance anterior a la Reconquista. Los humanistas del 1500, dominadores de lenguas clásicas, se encontraron perplejos ante la abundancia de voces de raíz musulmana del valenciano, pero la inquietud aumentaba con otras que eran de procedencia desconocida o prerromana; es decir, no derivaban del árabe ni latín.

La situación no era la misma en el 1400, cuando muladíes y cristianos nuevos constituían el colectivo más numeroso del Reino de Valencia; y seguían hablando la ‘algemía’ o ‘romanç’ en las mismas poblaciones que sus antepasados iberromanos. Testimonio de esta realidad fue Jaume Roig, asesor y médico de la reina María de Valencia que, hacia el año 1460, redactó una de las mejores obras de la literatura valenciana, el Espill o Llibre de les dones, donde declaraba qué idioma usaba:

«será en romanç /… al pla texides / del algemía / e parlería dels de Paterna, / Torrent, Soterna» (Roig: Espill, c.1460)

Roig escogió el modelo lingüístico de poblaciones con raíces y topónimos mozárabes, habitadas por muladíes y cristianos nuevos: Paterna, Torrent y Soterna. Y lo interesante es que, en 1460, el culto Roig llama ‘romanç’ al idioma hablado por aquellos labradores. Era el mismo ‘romanç’ en que ordenó redactar Jacme I los Furs para la comprension de la plebe. Logicamente, desde aquel año 1261 al 1460, los cambios morfosintácticos e incorporaciones léxicas habían enriquecido el ‘romanç’ valenciano.

El primero que se percató de la importancia del testimonio de Jaume Roig fue el hispanista Morel-Fatio (Estrasburgo, a.1850). Nadie había glosado anteriormente el significado del verso 687; pero el erudito galo, sorprendido, no podía negar la evidencia y, prudentemente, apuntaba que «esta aserción de Roig no debe tomarse muy al pie de la letra, pero es cierto que las palabras de origen árabe no son raras en el Spill». El concepto arraigado en el siglo XIX de que el muladí y cristiano nuevo hablaba sólo árabe, impedía reconocer lo que Roig declaró sin tapujos: los labradores de Paterna, Torrent y Soterna usaban el ‘romanç’ valenciano o ‘algemía’; aunque, lógicamente, sin los abundantes cultismos y neologismos que Roig introduce en el Espill.

El canónigo Chabás, convencido defensor de la existencia de mozárabes hasta la Reconquista, no se percató de que los bilingües muladíes usaban la lengua derivada de la iberorromana, con las enriquecedoras y numerosas incorporaciones del árabe. La interpretación del sabio era lenitiva y subjetiva, al introducirse inexplicablemente en la mente de Jaume Roig para interpretar el semantismo de algemía:

«esta palabra (algemía) no fue usada por Roig en el sentido de algarabía, sino en el de lengua llana, la del pueblo en la huerta y en la ciudad, y en contraposición al culteranismo de los escritores de aquel siglo, Fenollar, Corella y Miquel Pérez, cuyas composiciones son trasunto de los clásicos latinos e italianos» (Chabás, 1905)

Chabás no quiso admitir que el ‘romanç de l’algemia e parleria’ de los labradores muladíes y cristianos nuevos era el valenciano autóctono. Queriendo dar peso a la teoría de que Roig banalizaba el significado de ‘algemía’, pone el ejemplo de Gaçull (La Brama, 1497) y su verso “de Benimaclet y de Borriana”:

“Borriana, no es de la huerta y está escrito aquí como tal irónicamente por burriana” (Chabas, 1905)

Ignoraba, algo extraño en un erudito tan admirable, que la grafía del topónimo mozárabe ‘Borriana’ no era paródica. Estaba documentada desde el año 1219. Evidentemente, el romanç o algemía e parlería de Paterna, Torrent y Soterna era la lengua vulgar (en relación al latín) de los valencianos.

En la Biblioteca Vaticana se custodia un manuscrito del Espill de Roig (Ms. 4806), donde también hallamos impronta agarena de cultura, no de lengua. El papel contiene la filigrana o marca de agua de simbología árabe, la llamada ‘mano de Fátima’ con la F en medio, por la hija de Mahoma. Igual iconología muestra el papel de Les Trobes en lahors de la Verge (Valencia, 1474). La ‘F’ era del alfabeto latino o valenciano, no del alifato árabe. Por cierto, Roig moriría en Benimámet (a.1478), rodeado de labradores moriscos de ascendencia iberorromana.

La conclusión es que en el siglo XV el idioma se llamaba, indistintamente, ‘romanç’ (Roig, 1460), valenciano (Caspe, 1412) o lengua valenciana (Martorell, 1460): pero nunca lemosín, lemosina o llemosí. Respecto a los mozárabes que vivían en territorio islámico, no sólo permanecieron hasta el 1238 en el Reino de Valencia. El historiador Esteban de Garibay y Çamalloa (Arrasate, 1533), cronista de Felipe II, dejó constancia de la presencia de este colectivo en un territorio más hostil que el valenciano:

«se hallaron en la ciudad de Marruecos christianos que en la antigua religión de sus padres vivían… y lo mesmo se hallaron en la ciudad de Túnez agora en nuestros días, quando el emperador Don Carlos conquistó aquel Reyno de poder de Barbarroja» (Garibay: Los quarenta libros del compendio historial, p.324)

Garibay se refiere a la expedición a Túnez del año 1535, donde combatió la nobleza del Reyno de Valencia.

II. Nace, de un artificio literario, la ‘patria lemosina’ (a. 1531)

El catalán Bonllabi, en 1521, habla de la ‘llengua llemosina’ del manuscrito occitano del Blanquerna de Llull, que él traduce a la ‘lengua valenciana’; por tanto, distinguía nítidamente entre ambas lenguas. No existía la confusión. Sería una década después cuando, supuestamente, Onofre Almudéver llama ‘lemosina’ a su lengua; según afirman los filólogos catalanes y divulga Internet:

«en 1531 ya se aplicó el nombre lengua lemosina a la lengua catalana contemporánea, en la edición del Espill de Jaume Roig» (Viquipedia catalana)

No es cierto. En la citada edición del Espill, la frase aludida pertenece al primer verso del poema proemial de Almudéver; y su contenido poco tiene que ver con el idioma y, mucho menos, con el catalán. Así dice el texto de 1531:

«Criat en la patria / ques diu lemosina»

El concepto de ‘patria lemosina’, sinónimo de patria valenciana, no se ha analizado en qué circunstancias y por qué surge. Estamos en 1531, época de la liberal, fastuosa y europeizada corte de la francesa Germana de Foix, reina de Valencia y sobrina del rey de Francia, alegre viuda de Fernando el Católico, querida de Carlos V de Austria (del que tuvo una hija), viuda alborotada del alemán Marqués de Brandenburgo; y, cuando Almudéver llama ‘patria lemosina’ al Reino de Valencia, dicharachera esposa del italiano duque de Calabria. Nunca fue Valencia tan europea y caballeresca.

La nobleza que retozaba por el palacio real de Valencia entre representaciones de Lope de Rueda, Luis Milán o Fernández de Heredia, también formaba parte de la temible estructura política y militar del Imperio. La poesía de la ‘patria lemosina’ aparece tras el prólogo que Almudéver dedica a Jerónimo de Cabanelles, noble militar valenciano de brillante historial: embajador en Francia, escolta del futuro Felipe II en su viaje a Alemania (a.1548), general del ejército en la sublevación de la Sierra de Espadán, combatiente en la expedición del Emperador contra Túnez (a.1535), etc.

En el XVI, los valencianos formaban un pueblo armado ante el creciente peligro islámico, el Imperio Turco. Nuestros antepasados combatían en todos los frentes, fuera en la defensa de Malta o en la Batalla de Lepanto (a.1571), donde el mismo Cervantes luchó codo a codo con los valencianos Melchior Velluter, Martín Cubells, Joan Guerola, Joan Batiste Vilanova, etc. Los nobles Miquel de Moncada o Guillem de Rocafull, ‘cuatralvo de galeras’, fueron decisivos para la épica victoria. Quizá como homenaje a sus compañeros de armas, Cervantes situó en el Quijote ‘a un principal caballero valenciano’ como ‘cuatralvo’ de las galeras de Barcelona.

El significado de ‘patria lemosina’ hay que analizarlo en el contexto del clima caballeresco, dentro de la europeización de la nobleza valenciana. Lo absurdo es la homología patria lemosina = patria catalana. En otro poema, el mismo Onofre Almudéver habla de “nuestra patria valenciana” (Almudéver: Soneto a Martín de Viçiana, 1563).

La semántica era instrumento idóneo para blindar el prestigio de linajes, lenguas y patrias; aunque los descuideros intelectuales se aprovecharan de los flancos indefensos. Así, en la edición de Ausias March realizada por Baltasar de Romaní en 1539, se califica al poeta de “cavallero valenciano de nación catalán”; algo que el barcelonés Boscán convirtió en: “y al grande catalán de amor maestro / a Osias March”, interpretación que Almudéver denunciaba con la conocida frase de que, siendo valenciano Ausias March, “los Cathalans lo san volgut aplicar” (a.1561).

Calificar al poeta de ‘valenciano de nación catalán’ era similar a llamar de ‘nación cántabro’ al cronista Garibay, nacido entre montañas del País Vasco en 1533 (en Arrasate, hijo de los vascos Estevan de Çamalloa y Catalina Sagurdia y Urrupain). Así se lee en la portada de una de sus obras:

«compuesto por Estevan de Garibay y Çamalloa, de nación cántabro, vezino de la Villa de Mondragón, de la provincia de Guipúzcoa» (Garibay: Los cuarenta libros del compendio historial, a 1628)

El ser vasco no era motivo de orgullo ni blasón en el Renacimiento y Barroco. El vascuence o vizcaíno era frecuente motivo de burla de los intelectuales, bien por su mal castellano o por su rudeza. De ahí que Garibay presumiera ser de “nación cántabro”. Por otro lado, a un valenciano no le condicionaba el gentilicio de padres o abuelos. El mejor autor de sainetes valencianos, si hubiera nacido en el 1500 y no en el 1834 en el Cañamelar de Valencia, podría identificarse como ‘Eduart Escalante de nación castellano’, por la oriundez de sus progenitores.

III. Aparece el ‘verso lemosín’ (a.1539) entre carolingios valencianos

Otro noble de la europeizada corte de Germana de Foix, Baltasar de Romaní, tradujo las poesías de Ausias March al castellano en 1530, aunque las editó en 1539. Su obra la dedicó al duque de Calabria, hijo del rey de Napoles y la italiana duquesa de Andria. El cultísimo duque, virrey de Valencia, era capaz de pronunciar de memoria versos latinos de la Eneida y conversar sobre Homero o Virgilio. Al llegar al Reino tendría en mente los advertencias de los preceptores italianos respecto, por ejemplo, «al interés español en presumir de que derivaban de los godos» (Galateo: De educatione, 1505); y que debía mostrar desprecio hacia los juegos de cañas, arraigado entre los valencianos, al considerarse costumbre morisca. También recomendaba al futuro virrey de Valencia que aprendiera español y francés, ‘et etiam gallice’, y que abominara de la ‘algaraviam’.

Precisamente al sofisticado Duque de Calabria —apasionado de la música y teatro, además de bibliófilo que logró una de las mejores bibliotecas renacentistas de Europa en su Palacio Real de Valencia— , dedicaba Baltasar de Romaní su traducción de Ausias March; castellanizando en Osias Marco al poeta, y rechazando denominar romanç, algemía o llengua valenciana al idioma; aunque la frase en cuestión era opaca:

«de Osias Marco, cavallero valenciano, en verso limosin escritas» (Epístola de Baltasar de Romaní al Duque de Calabria, a. 1539)

Evidentemente se refería ‘al verso limosín’, generalmente de estructura amoldada al provenzal, con estrofas de ocho versos decasílabos y hemistiquios. De igual modo, Gil Polo llamaba versos provenzales o franceses a sus poemas en castellano:

«Las rimas hice a imitación de las que he leído en libros antiguos de poetas provenzales, y por eso les di este nombre. Los versos compuse a semejanza de los que en lengua francesa llaman heroicos, y así los nombré franceses» (Gil Polo: Diana enamorada, Epístola a los lectores, Valencia, 1564)

Efectivamente, en Diana enamorada los caballeros de la corte de Germana de Foix y el duque de Calabria se mezclan con las hermosas Nymphas del Turia y héroes como Néstor en las “rimas provenzales” (Lib. Quinto), y “versos provenzales”(Lib. Quarto), pero la lengua usada por Gil Polo no es la provenzal, sino la castellana.

Cantada por Gil Polo o Baltasar de Romaní, la nobleza valenciana alardeaba de poseer sangre goda, francesa o germánica en sus venas, sin gota de agarena o judía. Una serie de literatos, generalmente mediocres, se encargaba de elaborar prêt-à-porter —con sólo cambiar el nombre del mecenas de turno—, las ‘verdaderas historias’ de gloriosos antepasados, heroicos compañeros de armas de Carlomagno o del troyano Héctor. El genealogista, por supuesto, prefería hablar del limosín de las cristianísimas tierras de Francia, que no del ‘romanç o algemía’ valenciano, tiznado de infernal arábigo.

Cervantes parodió el fatuo afán por poseer un árbol genealógico que ahondara raíces en los paladines de la epopeya carolingia o artúrica; como fue el caso de los Centelles, condes de Oliva. En realidad, este linaje ya había demostrado heroismo en acciones como la conquista de Nápoles; pero deseaban más gloria añeja, deseo que cumplió con creces el anodino Nicolás Espinosa, autor de ‘La segunda parte de Orlando, con el verdadero svcesso de la famosa batalla de Roncesvalles, fin y muerte de los doze Pares de Francia: dirigida al muy Ilustre Señor Don Pedro de Centellas Conde de Oliva. En Anvers, M.D.LVII’

En Amberes, donde se editó en 1557, los europeos conocieron que el valenciano Pedro de Centelles descendía del «inmortal Cotaldo, hermano del Duque de Borgoña y primo natural de Carlomagno». La historia del héroe es una larguísima concatenación de batallas y aventuras prodigiosas que Nicolás Espinosa enmarca en mil lugares: Alemania, Inglaterra, Noruega, Francia, Grecia, Asia, Africa, etc.; pero aún es más apabullante la interminable lista de amigos y enemigos del borgoñón Cotaldo de Creon: el propio Carlomagno, el mago Merlín, Roldán, Bradamante, Sacripante de Circasia o el rey de Argel, a quien vence y mata en fiero desafío.

La hiperbólica creación literaria de Nicolás Espinosa —que Cervantes hubiera destinado a la hoguera—, está repleta de tropos laudatorios, ficciones, prosopopeyas y artificios al uso: Cotaldo es Marte, díos de la guerra; y el valenciano, limosino o lemosín. Los versos recuerdan al noble Baltasar de Romaní, traductor de Ausias March.

«Mira el Romaní como sostiene,

Aosias March fundado en Limosino»

(Espinosa: Orlando, Anvers, 1557)

En 1579, el portugués Jorge de Montemayor publicaba en Madrid las obras de «Ausias March, Cavallero Valenciano. Traducidas de lengua Lemosina en Castellano». El texto era precedido de aclaraciones del sacerdote madrileño Juan de Hoyo, especialista en jeroglíficos laudatorios, enigmas sacros, genealogías tragicómicas y apocalípticos epitafios. El buen cura, sin aportar fuente o autoridad, escribió su estrambótico parecer:

«el qual poeta español (Ausias March) escrivió en lengua Lemosina, que es lengua entre catalana y valenciana, o por mejor dezir, un mixto de catalana y algo de gallega y valenciana» (Parecer del Maestro Juan de Hoyo; en Obras de Ausias March, Madrid, 1579)

Lo mismo podía haber dado otra mezcla de lenguas. La rigurosidad idiomática del clero místico y caballeresco era sorprendente. Valga de ejemplo el juicio de fr. Luis de Granada sobre una traducción efectuaba por “un aragones o valenciano”:

«…trasladado en lengua toscana y castellana, y en ésta otras dos veces. De las cuales traslaciones la una es también antigua, y tan antigua, que apenas se entiende: y la otra es muy nueva, hecha por un aragonés ó valenciano, la cual no es menos escura y difícil que la pasada, así por la dificultad del libro como por los muchos vocablos que tiene peregrinos y extranjeros» (Granada, fray Luis de : Traducción de la Escala Espiritual, 1562)

No es ilógico que el vocablo lemosín arraigara entre diletantes de prosa y poesía laudatoria del Renacimiento. Así, el aragonés Jayme Guiral decía:

“No menos Ausias March el valenciano, / en lengua lemosina tal lumbre” (Guiral, J.: Soneto, 1579)

El denominación de ‘lemosín’ no sustituía a la de ‘valenciano’ o ‘lengua valenciana’, que era la usada por la Cancillería Real (Decretos sobre evangelización de moriscos) y la sociedad regnícola, desde la reina Germana al místico Jacme Montanyés. Lo que se pretendía era darle alcurnia al enlazarla con una lengua sin contaminación islámica, la épica lemosina de las tierras carolingias. Ser converso o descendiente de muladíes era nefasto para el prestigio de los caballeros valencianos de supuesta sangre nórdica.

El insulto más hiriente a un noble era dudar de su linaje y cognomen. Hasta era soportable la calificación de homosexual o impotente que, sin remilgos, se espetaban entre sí; pero no la de converso. En el propio Palacio Real de Valencia, según relata Luys Milán, se escuchaban los chispeantes diálogos entre la reina Germana y su dama Hieronyma, que ponían en solfa la virilidad de sus esposos, el Virrey duque de Calabría y el noble Ioan Fernández. Sin ofenderse, respondía Juan Fernandez: «Queste mal de ser estériles no está en nosotros, sino en las rabiosas» , en alusión a la reina y su amiga.

Al mismo Juan Fernández de Heredia, autor de coloquios que se representaban “delante la Reyna Germana y el Marques de Brandamburch” (sic), se le increpaba de cometer el acto nefando. Quien así lo decía voz en grito era el Marqués de Cenete, vencedor de agermanados y casi esposo de Lucrecia Borja:

«el Marqués de Cenete, yéndose paseando por una calle de Valencia, vio a una ventana a Juan Fernández de Heredia, con el cual burlaba mucho, y saludóle, motejándole de sodomita:—A la vuestra Sodoma.

Juan Fernández respondió motejándole de converso :—A la vuestra Guadalajara» (Meliá: Agudezas, 1890, p.310; en BNM, Ms. T..i8, s.XVI)

Estaba reciente el escándalo de Guadalajara, donde era público que muchas familias nobles y dignidades eclesiásticas descendían de conversos y muladíes. De ahí que el insulto de Guadalajara = sangre impura de infiel o converso, era más denigrante que el de sodomita. Cualquier indicio de antepasado infiel acarreaba desprestigio. No sabemos si Onofre Almudéver, inventor de ‘la patria lemosina’, lo tuvo con su apellido; ya que corría la insidia de que su origen estaba en los moriscos huidos del pueblo aragonés de Almodóvar.

IV. Del Padrino de Copppola a la Madrina de Ozores y Lina Morgan

El remake es recurso propio de directores apresurados que, generalmente, producían cintas menores. Si El Padrino obtenía gran éxito de taquilla en 1972, el espabilado Mariano Ozores estrenaba La Madrina al año siguiente. Algo similar sucedía en el 1500 entre los inventores de mitos genealógicos, bien para enaltecer a los Centelles o, idiomáticamente, para ahuyentar fantasmas agarenos de la lengua valenciana. En este contexto surgieron atribuciones como las de Martín de Viçaina, que los catalanistas usan como argumento incontestable:

«en Orihuela e su tierra se ha guardado la lengua catalana: porque en tiempo de la conquista se pobló más de catalanes que de otras naciones, de los cuales heredaron la lengua» (Viciana: Crónica de Valencia, 1564)

Este comentario era un apresurado plagio de lo escrito por el exaltado catalán Muntaner en 1335, sustituyendo ‘cathalanesch’ por ‘catalán’. Aparte de copiar sin filtro, a Viciana no le gustaba la denominación de ‘romanç’, única usada en vida por Jacme I y su cancillería para referirse a la lengua hablada por valencianos, fueran mozárabes, judíos, moros convertidos o muladíes descendientes de iberorromanos. Siendo niño Muntaner, en su Cataluña natal, no conoció esta realidad que en el siglo siguiente modelaría a placer, exaltando a su tierra y transformando, por ejemplo, al pequeño ejército de saqueadores que recorría la indefensa Grecia del 1300, en la Gran Compañía Catalana en Grecia, aunque el sello de estos bárbaros en 1305 decía: “Felix Francorum exercitus in Romania Partibus”.

Viciana, partidario del Emperador en las Germanías, vio el asesinato de su progenitor por los agermanados; algo que marcaría su inclinación hacia la nobleza caballeresca y consiguiente alejamiento de la plebe. Viciana elaboró opiniones e historias en una atmósfera intelectual épica, donde la fantasía impedía el uso racional de datos y hechos. La adoración al Norte, territorio supuestamente impoluto de contaminación agarena, obligaba a crear una ficción heroica. Los nobles a los que Viciana dedicaba obras esperando favores, debían ser complacidos en su anhelo de estirpe gloriosa. Así, la Crónica donde figuraba la citada frase de Orihuela, la dedicó a Giner de Rabasá y Perelló, noble que lucía tres peras o ‘perellós’ en su adarga; pero a Viciana, factótum maquillador, le pareció más caballeresco modificar el linage Perelló en Perillós:

«Giner de Rabaça y Perillós, que fue corrompido por los vulgares que le nombran Perellós» (Viciana: Chrón. 1564)

Los ‘vulgares’, despreciada plebe, inframundo opuesto al de los héroes carolingios y artúricos que inspiraba a Viciana. En su personal apología de los ‘Perillós’, creó un árbol genealógico que se remontaría al Conde de Tolosa, uno de los nueve condes carolíngios que, por prestidigitación de cronista adulador, mutaría en los Nueve de la Fama catalanes.

En Europa corría la leyenda de los Nueve de la Fama, quintaesencia de la Caballería Andante convertida en canción de gesta por el lorenés Jacques de Longuyon (Voeux du Paon, a. 1312). Estos eran los esforzados héroes: Héctor de Troya, Alexandro Magno, Julio César, Josué, David, Judas Macabeo conquistador de Jerusalem, el rey Arturo, Carlomagno y Godofredo de Bouillón.

Las copias alteradas a gusto del amanuense o juglar se propagaron en los siglos XIV y XV, para deleite de cultivados como el Marqués de Santillana (a.1449). Transcurrido el tiempo, en 1564, un servil Martín de Viciana ofrecía el remake de la obra de Longuyon en su Chrónica: «por los años 732, Otger Golant Cataló, príncipe de Alemania al servicio de Don Pepino de Francia», entró con poderoso ejército para conquistar Cataluña: «trahia en su compañía por capitanes señalados assí en sangre y linages… nueve varones, por cuya fama y memoria como precedía les assentaremos».

Hábilmente, Viciana había convertido a los Nueve de la Fama en catalanes llegados mágicamente de Alemania o Francia: los Moncada, Guerau, Mataplana, Cervera, Cervelló…, que tendrían descendientes valencianos coetáneos de Martí de Viciana. Estos personajes ocupaban el lugar de los héroes de Longuyon: Julio César, Carlomagno, Héctor de Troya, el rey Arturo, etc. Otros historiadores, como Escolano, reproducirían la historieta de los Nueve de la Fama y del príncipe Cataló, fundador de Cataluña. No era extraño, por tanto, que en su exaltación del carolingio territorio, Viciana considerara lengua ‘catalana’ al romanç del 1238. No obstante, en la misma Crónica, en pasajes que no son vulgares remakes de Muntaner o Tomich, Viciana habla de la lengua valenciana sin complejos:

«de Valencia y el mas e mejor que se coge es en la conca de la çafor. Razon es que hagamos mencion de su manufactura e de la orden que se tiene en repararle. E porque ay algunos aparejos necessarios para el seruicio y exercicio del azucar, los quales tienen propios nombres en lengua Valenciana y no los tienen en lengua Castellana» (Viçiana: Chrón., 1564)

V. En 1574, Viciana la vuelve a liar

Transcurrida una década de la publicación de la Crónica, Viciana dedicaba su opúsculo Alabanzas de las Lenguas (a.1574) al Senado de Valencia. Estos escritores cambiaban hábilmente de discurso laudatorio, según la institución o personaje al que dirigían sus obras. Al no ser un noble a quien enlazar su origen a los Nueve de la Fama de Cataló, simplezas como la del catalán en Orihuela desaparecen de la prosa vicianesca; ofreciendo en su lugar otro planteamiento.

La limpieza de sangre de la lengua valenciana, exenta de contaminación islámica, tiene su paradigma en la argumentación de Viciana en 1574. La condición de notario del escritor, sobrino del bélico Rampston de Viciana, daba credibilidad a sus aseveraciones, pero mentía tanto como inventaba. La ortodoxia babélica regía su valoración idiomática:

«fue la primera (la hebrea), con la cual todas las gentes y naciones hablaron hasta el tiempo de la división, que nuestro Eterno Dios permitió en la fábrica de la Torre de Babilonia, que fueron divididas en setenta y dos lenguas» (Alabanzas ,1574)

Con similar rigor, Viciana construye un castillo de naipes para defender su lengua de la contaminación moruna:

«en la lengua valenciana, que por más que en Reyno de Valencia había dos tercios de agarenos que hablaban arábigo, y en esta Era hay un tercio de convertidos que hablan arábigo, jamás la lengua valenciana ha tomado ni usado de palabra alguna arábiga, antes por ser el arábigo tan enemigo del Christiano, le tiene por muy aborrecido”

La cristalina falsedad de Viciana, negando la existencia de un solo vocablo de raíz arábiga, nos hace comprendrer la motivación de cristianización y europeísmo que impulsó a llamar ‘limosín’ al valenciano. El noble Viciana pretendía la pureza de sangre idiomática mediante un origen nórdico:

«esta lengua (valenciana) formaron de lo mejor que había en la Limosina… entre las otras lenguas que los valencianos desecharon y aborrescieron, fue la lengua arábiga, por ser los enemigos de nuestra Sancta Religión Christiana… y con todo esto no se halla palabra arábiga mezclada con lengua valenciana, antes la reprochan y desechan con todo escarnio»

Había que rebatir y sepultar la aseveración de Roig, aquella innoble denominación de «romanç, algemía e parlería dels de Paterna, Torrent, Soterna». La inmaculada lengua valenciana era la lemosina traída de las tierras de Juana de Arco, Carlomagno y los Doce Pares de Francia. El mismo Viciana informaba del prístino origen:

«empero, como el Rey (Jacme I) y los de su Casa y Corte, y muchos de sus vassallos, hablaban Lengua de Provenza, con la cual tenemos escripto el libro de las Leyes Forales del Reino, y las obras de Ausias March (…) esta lengua formaron de lo mejor que había en la Limosina (…) y con todo esto no se halla palabra arábiga mezclada con la lengua valenciana»

Viciana no escribía para filólogos. Su versión legendaria del lemosín iba destinada a la nobleza que presumía de ancestros europeos, sin gota de sangre muladí. ¡Qué más pureza de origen se podía desear para el valenciano, si hasta Jacme I era francés!. El enredo creado hacia el 1540 había tenido éxito. Un siglo después, el ‘artiacá de Morvedre’ reivindicaba indolentemente la cuna francesa:

«esto es del Rey don Jayme de Aragón, y de San Pedro Nolasco, entrambos franceses, aquel en Mompeller de Francia, y este en la Casa de los Condes de Bles, de las más ilustres de aquel Reyno» (Batiste Ballester: Glorioso desempeño, Valencia, 1659, p.4)

El permanente contacto de los hombres de guerra valencianos con la nobleza europea en campañas bélicas era constante: el asalto a ‘Mastrique’ de los caballeros Ortiz de Elche, el control de Milán por los ‘sargentos valencianos’, los socorros a la Isla de Malta asediada por los turcos, etc. El ideal de guerrero místico que vence a sarrazenos y herejes tenía su modelo en el ecuestre Carlos V, vencedor en Mühlberg (a.1547) pintado por Tiziano con esplendorosa armadura y lanza; iconografía acorde con el medieval protocolo de armar caballeros del Reino de Valencia, siendo el rey o emperador quien otorgaba tal dignidad:

“Privilegio de armatura militar del señor don Felipe I de Valencia y segundo de Castilla (…) Don Felipe por la gracia de Dios… nuestro amado Pedro Carbonell , vecino de nuestra ciudad de Orihuela del dicho Reyno de Valencia… te conducimos a la Iglesia Mayor de Monzón, donde celebramos Cortes Generales… y teniendo en nuestras propias manos una Espada desnuda, tocando en ella tu cabeza, según costumbre para armar caballeros… sea permitido usar Espada, Espuela y demás ornatos dorados y quanto corresponde a la dignidad de la Caballería Militar” (AHO, R. 17.724 Disersorum Valentiae, año 1585, f.2)

En el siglo XVI, el alimento intelectual más consumido por los pocos que sabían leer era la literatura caballeresca; no sólo el selecto Tirant lo Blanch, sino las mil aventuras disparatadas de Floriano, el Caballero Zifar, Polismán, Lidamarte, Amadís de Gaula, Palmerín, etc.

La nobleza valenciana del siglo XVI, embriagada por la inmensidad territorial y las hazañas militares del Imperio Español del que se sentían y eran protagonistas, crearon una realidad virtual donde —siguiendo el ejemplo antes citado—, aquel fiero borgoñón Cotaldo, primo de Carlomagno y antepasado de los Centelles de Oliva del 1500, gozaba de Valencia y «de la fértil ribera desseada / del sacro Turia, y gesto alabastrino / de mil myrtos y flores rodeada, /… una ninfa d’aquellas de belleza, / que hasta hoy de nadie fue mirada, /… a su Cotaldo» (La segvnda parte de Orlando, f.177v)

La dedicatoria de Nicolás Espinosa al Conde de Oliva Pedro de Centelles, refleja su principal propósito: cantar al «imortal Cotaldo de Creon, antiguo tronco de V.S… cuyas muy Ilustres (manos) por más de mil vezes beso».

Pocos ridiculizaban, como Cervantes en el Quijote, la sustitución de la realidad por la fantasía caballeresca. Sucedía todo lo contrario. Los cortesanos de Germana de Foix y del duque de Calabria estaba encantados con este tipo de literatura, al ser integrados ellos mismos en la epopeya carolingia o artúrica. Así, junto al héroe Cotaldo, en las estrofas encontramos a los Gilabert, Fenollet, Juan Fernández de Heredia, Juan Aguilón, el poeta Manuel Ferrando, el preceptor Honorato Iuan y muchos, muchos Centelles; siempre añorando el pretérido dorado del pueblo valenciano:

«el cielo por gran dicha le ha prestado /

al muy dichoso pueblo Valenciano,

por trasunto de Palas y de Marte, / señoril valor, de gracia y arte (…)

qu’el Valenciano pueblo volverá en la edad dorada» (ib.f.26)

Todo, desde Cotaldo al lemosín, eran artificios literarios y realidades virtuales de un universo donde los caballeros valencianos se sentían paladines de leyenda en lucha contra ‘sarracinos’. El valenciano Nicolas Espinosa insistía en el ‘verdadero’ parentesco del héroe carolingio Cotaldo y Pere de Centelles, conde de Oliva:

«También quiero cantar aquella empresa

d’aquel Cotaldo vuestro valeroso,

que vino de Germania con gran priesa

a tierras baxo el monte tan fragoso:

y en fieros sarracinos hizo presa,

ensalçando su brazo poderoso,

esparciendo en España las Centellas,

siendo vos, mi señor, la cumbre dellas»

Todo concordaba. Los Centelles pertenecían al «tronco del borgoñón Cotaldo», de la Borgoña del germánico Imperio de Carlomagno; la lengua valenciana era hija del limosín de los guerreros del corazón de la Francia carolingia y —como pregonaba Martín de Viciana—, los caballeros del Reino blasonaban de poseer una lengua exenta de contaminación islámica. Retroactivamente, la denominación de lemosín fue endosada a toda obra que rebosara arcaismos, desde los Furs a las poesías de Ausias March:

«que Ausias March pueda gozarse. / La empresa fue d’ingenio al mundo

raro, / qual le pedía la aspereça fiera / de la escabrosa lengua lemosina»

(Jorge de Montemayor, 1560)

Coetáneamente a las fantasias literarias del estrato caballeresco y sus poetas aduladores, la denominación de la lengua mantenía la normalidad. Así, el toledano Hernán Nuñez, catedrático de Griego y Retórica de la Universidad de Salamanca, hacia el 1550 recopiló proverbios en portugués, francés, italiano y valenciano; acompañados de su correspondiente traducción al español:

«A gayola feyta, e a pega morta. El portugués. La jaula hecha, la picaza muerta.

Aida te ti que te aidaro, aunque mi. El italiano. Ayúdate tu, que te ayudaré yo también.

Al serviteur, de morseau dhonneur. El francés. Al servidor, el bocado de honor.

Figa verdal, y moça de hostal palpan(t) se madura. El valenciano. Higo verde y moça de mesón,

pellizcando maduran» (f. 49v)

Aunque el valenciano era comprensible para los castellanos, hubo quien lo consideró difícil de entender. Es el caso de Ambrosio de Salazar (Murcia, 1575), gramático que publicó en Rouen el ‘Espexo’ o ‘Miroir general de la Gramaire en dialogues’, dedicado al ‘Cristianissimo Rey de Francia’. El texto, bilingüe a dos columnas, seguía el modelo de Juan de Valdes. Así, durante el paseo matinal, los dialogantes comentan:

«Guillermo.—En Picardía se habla de una manera, en Normandía de otra; en Bretaña ya sabe quanto es defficil, en Gascuña como gente que están a la raya de España de manera que tira como al catalán, en Provença, Languedoc y en otras, se habla muy al contrario de lo que se habla en el corazón de Francia.

Alonso.—No es de espantar lo que dize , pues es aun peor en España, por que en Valencia se habla una lengua muy extraña, y aunque están tan a la raya del Reyno de Murcia, con todo esso no se entienden los unos a los otros» (Salazar, A.: Espexo general de Gramática en diálogos, Rouen, año 1614, p.50)

Las opiniones de los ficticios Guillermo y Alonso sólo expresaban la del gramático murciano Ambrosio de Salazar, que claramente asociaba el catalán a las lenguas galorrománicas; mientras que el valenciano, que él conocia por vecindad, le parecía ininteligible. El mismo Salazar, en el prólogo del ‘Espexo’, enumera una serie de lenguas, diferenciando entre árabe y morisco. Y aquí enlazamos con aquel ‘romanç, algemia e parleria” del Espill de Roig y los medievales Furs, palabra que perduró en la fosilizada prosa cancilleresca. Por ejemplo, en las Cortes del año 1626 se reproduce la vetusta orden de Jacme I, respetada por Pere IV, de usar el romanç:

«ordenat en latí per lo senyor rey en Corts personalment en la Ciutat de Valencia… empero si algú voldrá saber les dites coses ordenades e dictades en Romanç, que sia fet… qui les voldrá en Latí, que les haja dictades en Latí, e qui les voldrá dictadees en Romanç, les haja en Romanç… Non Petrus, deo gratia Rex Aragonum, Valenctiae, Maioricarum… any 1362» (ACA, Corts R. de Valencia, any 1626, Leg. 1372)

En la sociedad caballeresca, donde el lemosín era eufemismo indicativo de pureza de sangre idiomática, los muladíes y cristianos nuevos seguían hablando el romanç d’algemía usado por Roig en 1460. Así, siguiendo la documentación aportada por García Oliver (2003), en procesos referentes a la Vall d’Alfandec y Valldigna hallamos a un tal Azmet Mondet condenado en 1525 a azotes por emborracharse, alborotar con sus amigos e ir por la calle “en un porró de vi” . En la frase observamos la prep. ‘en’ (cast. ‘con’, cat. ‘amb’); y el sust. “porró”, presente en el Espill: “en un porró / aygua beureu” (Roig, 1460), un mozarabismo valenciano transmitido al castellano y catalán (DECLLC, VI, p.713). Significativa es la tensa conversación entre el vigilante de la huerta y el morisco Mahomat Çapir:

«Guardia.-¡Bell costal d’herba portes!

Çapir .-¡Hoc, en fatiga de vostra ánima!

Guardia.-La fatiga será vostra , que vos la parareu.

Çapir.-¡La bagassa que… gos fotut!»

Moriscos, cristianos viejos y nuevos compartían hasta el fuego del hogar en el 1500, como muestra la reunión de Maimó con su madre y la hija del cristiano Jeromi, prometida al ‘foraster Francesc Lleó’; mientras ‘dos mores de Gandia’ cantan y la cristiana Damiata cose junto a una hermana del morisco Maimó.

La superficialidad de creencias islámicas se manifiesta por las noticias sobre moriscos bebedores y prostitutas agarenas dispuestas a copular con creyentes o infieles. En 1525, unos moriscos recién bautizados tras la guerra de las Germanías son recriminados por su embriaguez; a lo que responden con sentido del humor que, al ser ahora cristianos, quieren gozar como ellos: «ques volíen alegrar de tot lo que los cristians se podíen alegrar».

Con lengua valenciana viperina, las moriscas se insultaban igual que ardorosas féminas de sainete de Bernat y Baldoví. Una tal Pasla murmura que la hermana del Zenequí «ha parit un bort»; mientras que la discusión sobre el turno del horno, «li volia llevar la tanda de enfornar y… li llevá la pala de les mans», acaba en improperios:

«Puta, bagassa, que tots los fills que tenía no eren de son marit, y que lo dit marit no tenía parts de home» (ARV, Clero, Llibre de Justicia, II, 828, 13 de joliol 1598)

Otra morisca propagaba un bulo similar: «Sara, la viuda de Saat Alcaix participava dels dos géneros, ço es, de masculí e femení» (ARV, Clero, II, 808, 6 de març 1570)

El sexo no distinguía islámicos de cristianos, aunque en el 1500 nadie sabía con certeza qué creencia era la de su vecino en la intimidad. En el Llibre de Justicia del ARV se lee que Yucef Florí ha de pagar cierta cantidad «per emprenyar una dona en Favara» (25 de juny 1506). Otros preferían a un «bugarró, un jove casi femení»; mientras que jugar «en el carrer a pilota» era del gusto de moros y cristianos.

La morfosintaxis y léxico de los moriscos presagiaba el valenciano moderno, hoy prohibido. En la noticia sobre la viuda de Adnaxe, que vive en “sa miserabilitat e pobrea” (15 / VII /1510), observamos la terminació –ea de sustantivo abstracto (bellea, altea, sencillea, noblea…); y los cardinales valencianos figuran en el romanç morisco de Abdelazís Ambedua: “huyt bous… ne volen vendre”; o de Azmet Ziguell: “cinc parells de pollastres en un perpellet chiquet” (31 d’agost 1481). La clásica –ch-no faltaba en la morfología: “los chics se fan grans ” (25 d’agost, any 1481).

La ‘alna’, unidad de medida valenciana, era usada por cristianos nuevos y muladíes: «servit per la viuda dos alnes pera lo fill de Azmet Amer, moço del dit son pare, de drap blau pera un sayo» (ARV, Clero II, 815, Llibre de Justicia, 12 de deembre 1505).

En los topónimos se mantiene la grafía en -y-: «mora viuda o fadrina, si será de la dita Foya de Cimat… anar a la foya de Cimat»; así como la norma sintáctica de anteponer la prep. ‘en’ a topónimos: “en Benifayró”, “en Berberia”, “molts moros en Granada” (ARV, Bal., nº 1.151, f. 409). El léxico mantenía su singularidad en voces como ‘fadrina’, equivalente al castellano y catalán ‘soltera’.

Respecto al término ‘romaç’ de Roig y la documentación del siglo XIII, hemos visto que padeció la competencia con el eufemismo caballeresco ‘limosín’ a partir del siglo XVI; pero la voz ha sufrido múltiples agresiones a gusto de literatos e investigadores en tiempos cercanos. Por ejemplo, el hispanista francés Pierre Guichard (Isère, a.1939) en ensayo sobre el valenciano “château de Perpunchent”, habla del pacto entre Jacme I y Al-Azraq:

«En 1244 ou 1245… un traité es signé entre le roi Jacques Ier et un chef musulman de la región de Denia. Le texte arabe original et sa traduction en aragoneis» (Guichard: Du hisn musulman… 1982, p.449)

El hispanista, arbitrariamente, asocia la Corona de Aragón a un supuesto idioma nacional en el siglo XIII, el aragonés. También el nombre correcto de idioma valenciano ha sido sustituido frecuentemente por el de catalán en el siglo XX. En un opúsculo sobre los Sermones de St. Vicent Ferrer y el Espill de Roig, el investigador J. Chabás denunciaba manipulación del expansionismo norteño. Tras comentar la edición de los Sermons de Sent Vicent realizada por «mi tío, el canónigo e historiador Chabás», protestaba:

«se difundían (los sermones) al aire libre y en valenciano, y no en catalán, como se dice en reciente opúsculo de una Biblioteca catalana» (Chabás, J.: Las costumbres y la medicina entre los siglos XV-XVIII, 1955)

VI. El delicado valenciano en un país de «castellanos arrogantes y catalanes bandoleros»

Resumiendo: el limosín o lemosín surge hacia el 1530 como eufemismo de nobleza de sangre idiomática para el valenciano; siendo artífices del nuevo semantismo el círculo de prosistas y poetas que surgieron en la Corte de Germana de Foix y otras similares, como la de los Centelles de Oliva, que deseaban emparentar con héroes carolingios. Mediante artificios literarios, la lengua valenciana era la de Gascuña, Limoges y Provenza; ficción que significaba la unidad idiomática entre gascón, limosín, provenzal, catalán y valenciano, que así quedaba exento de impurezas infieles o agarenas.

Quedan, en la selva de obras y autores sin contaminación estrafalariamente épica, referencias al valenciano. Así, en el corazón de Occitania, en la ciudad de Toulouse, Alexandro de Luna publicaba ‘Ramillete de flores poéticas’ (Tolosa, 1620), un tratado para que los franceses pudieran “pronunciar, escribir y leer bien la lengua española”.

La incertidumbre sobre quién era Alexandro de Luna hace más interesante la obra. Él afirmaba ser ‘médico de Toledo’; pero, ¿qué impulsaba a un galeno a emigrar a Francia hacia el 1600, y dedicarse a la enseñanza del español?. La sospecha de que fuera morisco converso o criptojudío son razonables. Otros de igual apellido se habían integrado en la sociedad española; p.ej., el también médico morisco Miguel de Luna (Granada, 1545).

El enigmático Alexandro poseía un conocimiento amplio de los españoles y su historia, inspirándose en algún caso en la aragonesa Crónica de los Conqueridores de Fernández de Heredia (no confundir con el jovial homónimo de la Corte de Germana de Foix). La conexión de Luna con la heterodoxa Academia de los Philaretes de Tolosa (cuya símbolo era la Flor de Baara, propia de alquimistas árabes y judíos) aumenta la posibilidad de que fuera huido de la Inquisición, usando nombre y apellido ficticios.

Se ha especulado que fuera el mismísimo Juan de Luna, traductor de español de familia judeoconversa toledana. Emigró a Francia en 1612 y acabó de pastor protestante en Londres. Entre otras obras, sería autor de la Segunda Parte del Lazarillo (París, 1620). Lo evidente es que nuestro Alexandro de Luna, aparte de conocer secretos de las damas tolosanas, conocía los tópicos sobre sus compatriotas; incluidos los portugueses, al ser Portugal parte del Imperio Español en 1620:

«castellanos, arrogantes; andaluces, fanfarrones; portugueses, enamoradizos; gallegos, ladrones; asturianos, mentirosos; aragoneses, traidores; catalanes, bandoleros; valencianos, delicados; vizcainos, cortos» (Ramillete, 1620)

Se supone que el autor nació hacia el 1560, lo que hace comprensible que llame ‘delicados’ a los valencianos renacentistas. El recuerdo de la fascinante Corte de Germana de Foix y los Centelles, con sus caballeros ‘lemosines’ adoradores de mitos carolingios, había sido el asombro de otros territorios peninsulares. Delicado o fino era calificativo acorde con la realidad cultural recordada por Alexandro de Luna. El texto también reflejaba, de una manera realista e imparcial, las lenguas de España que conocía este profesor de español en Toulouse:

«en España… hay muchas y varias lenguas, como son, la Gallega, la Portuguesa, la Vizcayna, la Asturiana, la Catalana, la Valenciana, la Castellana; y esta vltima por Antonomasia, y por mas vniversal se llama lengua Española» (Ib.)

Aquí, en la prosa de Alexandro de Luna, no hay filigranas genealógicas ni literarias para ensalzar a los Perelló o Centelles; tampoco para limpiar de impurezas agarenas a ningún idioma. Además, en las entrañas de Occitania, ¿no hubiera sido ridículo llamar lemosina a la lengua valenciana?.

  • Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.