Es ahora noticia que Dani Rodrik es el nuevo premio Princesa de Asturias. No Daniel, no, Dani. Es nuestro amigo y le queremos, por eso le llamamos Dani. Yo mismo no le conocía, pero llamándole Dani… es ya casi como si nos hubiéramos criado juntos. Dani es conocido como el autor del trilema, una especie de dilema triple, pues siendo profesor de una insigne universidad inglesa, no podía devanarse los sesos solo con dilemas, como el común de los mortales, tenía que ser un tri…lema.
Bien, en este trilema, inventado por Dani, existen tres cuestiones claves, a saber:
1.- La globalización.
2.- La democracia
3.- La soberanía nacional.
Según la tesis sostenida por este pensador, un país tiene que elegir, no se pueden tener las tres (lo siento), de forma que, como si de un juego se tratara, hay que elegir y desprenderse de una.
Entiendo que el juego puede parecer a simple vista a algunos algo así como ese que todos conocemos, en el que el organizador siempre dice lo mismo, después de mover los cubiletes:“¿dónde está la bolita?”; y seguidamente, indefectiblemente, perdemos los cincuenta euros apostados.
Bien, ya en serio, si hay que elegir dos, según dicha formulación… procedamos a jugar, veamos. ¿Puede existir la democracia y la soberanía nacional?. La respuesta entiendo que es afirmativa, con matices, claro, pues no hay nada perfecto, pero en principio pueden coexistir ambos conceptos pues no son, a priori, intrínsecamente antagónicos, e incluso diría que ambos, juntos, emanan ciertas vibraciones deseables.
Por otra parte, siendo absolutamente antagónicos la globalización y la soberanía nacional, dado que, como todo el mundo comprende son términos irreconciliables, quizás la duda surge sólo si, siguiendo el juego, planteamos si puede existir la globalización y la democracia, suprimiendo en este caso la soberanía. Sin embargo, también aquí, la respuesta es no, y me explico.
Si tomamos como cierta la principal consecuencia de la globalización, es decir, que el 1% de la población se enriquece y el 99% se empobrece, tenemos una sociedad en la que mejor antes que después unos pocos van a detentar todo el poder económico y disfrutar del festín, frente a la mayoría, que necesariamente se va a mover entre la precariedad o la pobreza, dependiendo de sus muy particulares y personales capacidades de supervivencia.
Básicamente, en esto consiste el neoliberalismo, y, como se sabe, y esta sí es una Ley Natural, es posible que cuatro detenten todo el poder económico, pero no es posible que esto ocurra y que además haya democracia. Y ello, por unas elementales leyes del dinero que entiendo no hace falta explicar demasiado, si acaso, citamos brevemente a un autor norteamericano:
“El dinero es el mayor determinante de la influencia y del éxito político.
El dinero determina qué candidatos estarán en condiciones de impulsar campañas efectivas e influencia cuales candidatos ganarán los puestos electivos.
El dinero también determina los parámetros del debate público: qué cuestiones se pondrán sobre el tapete, en qué marco aparecerán, y cómo se diseñará la legislación.
El dinero permite que ricos y poderosos grupos de interés influencien las elecciones y dominen el proceso legislativo.”
Marty Jezer, "Money in Elections", artículo del Washington Times, 2005.
Como dice Marty Jezer, quien tiene el dinero controla los medios de comunicación, evidentemente, para que se diga aquello que les interesa, al mismo tiempo que se oculta cualquier hecho inconveniente; además, con dinero se puede elegir a unos políticos que interesen, simplemente financiando sus costosas campañas electorales, así de fácil; o llenarles los bolsillos a una serie de intelectuales para revestir de artificiosos argumentos un edificio en la realidad podrido en su base…¿hace falta que siga?.
Esta simple exposición basta para no tomar como buena una hipótesis que parece, a simple vista, como demasiado acaramelada y excesivamente complaciente con el actual establishment como para resultar convincente y real a la mayoría de los ciudadanos.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que Rodrik está equivocado. Es más, diría que su planteamiento peca, ciertamente, de falaz, en medio de esa suavidad engañosa en la que se mueve, entendiendo como falaz un argumento que, si bien a primera vista parece válido, en realidad no lo es. Y en este sentido, recordemos también que este tipo de argumentos se suelen utilizar para manipular, disuadir, persuadir…¿de qué?. Pues de varias cosas, se nos ocurren dos, por ejemplo:
1.- La de que la globalización es una opción que puede ser o no elegida por los estados; bien, nos gustaría que ello fuera posible, encontrándonos en un país al que le va bastante mal con este sistema, aunque el que suscribe tiene sus dudas cuando ningún partido del espectro político se ha opuesto aún a ella de una forma clara, antes al contrario, se la da por hecho, como ineludible, no se cuestiona y no forma parte del debate político.
2.- Que todo ello, es decir, la globalización, la democracia, la soberanía nacional, no deje de ser una discusión trivial en un estado de cosas en el que la realidad es que el poder manda y dispone.
En cuanto a la segunda de estas ideas, el entender que la globalización no es más que una simple construcción intelectual, abstracta y fútil, es ya, mucho nos tememos, un argumento falsario y pecaminoso. Porque finalmente parece quererse dar a entender que los conceptos que se manejan podrían ser, poco menos, que productos de supermercado. Pues si podemos adquirir los que queramos, es como si estuviéramos de compras, esto es lo que parece, según Dani; y aunque lo intentamos, no podemos ya evitar imaginarle en situación, una tarde cualquiera de sábado, deambulando por el super, con un carrito por los stands, cogiendo productos... “¿queremos un poco de soberanía nacional esta semana?, no que no queda bien, preferimos más globalización, a los chicos les encanta…o quizás necesitemos para el miércoles un poco de democracia, que vienen invitados… si por favor, póngame dos kilos”.
Bromas aparte, lo cierto es que sería estupendo que todo se redujera a unas disquisiciones teóricas mientras tomamos el té, relajados, que todo fuera tan artificial, tan teórico, tan intelectual, tan liviano, tan trivial, tan encantador; que las necesidades de la vida y la salvaje lucha económica a la que asistimos a diario se redujeran a eso, a esa simple compra de un plácido sábado tarde, en el súper. Y la realidad es que esta debe de ser una de esas cosas que tiene lo de ser profesor de Universidad. Uno forma parte de los “educados”, y vive en una estupenda nube, con su aura de intelectual, se convierte en una de las vacas sagradas del sistema, convenientemente alejado de la vida real; inatacable, inmaculado; un paraíso compuesto por pagas seguras todos los meses, vacaciones periódicas, extras de navidad, halagos, mimos, prestigio académico, conversaciones de nivel; educación hasta para levantarse por las mañanas; mientras le rodean una plaga de alumnas veinteañeras sin duda deslumbradas por tal despliegue de brillantez intelectual, vestidas con sus minis imposibles a cuadros escoceses y sus tops ceñidos, y demasiado dispuestas a comportarse, llegado el fatal momento, como “grupis” del profesor, en innecesarias y fanáticas demostraciones de admiración y lealtad, ay! sin límites; en fin, un todo que genera un envidiable oasis de turbadoras situaciones placenteras que dan como resultado el que vemos: unas hipótesis tan famosas como falsas, y tan agradables como ilusorias e irreales. Como un apetitoso helado de suflé de nata. Claro que, si luego, van… y te dan el Princesa de Asturias…