Si Gorbachov implantó en la Unión Soviética una democracia imperfecta, Putin ha logrado reponer en Rusia una dictadura perfecta. Cabría añadir, una dictadura o un totalitarismo como lo ha conocido Rusia siempre a lo largo de su historia, tanto durante el período zarista como desde la implantación del comunismo hace ya más de un siglo.
No es prudente ni democrático especular sobre un resultado electoral cuando las urnas todavía no han cerrado y en Rusia no lo harán hasta hoy domingo día 17. Supone prejuzgar la intención de voto de la ciudadanía cosa que no es correcta y siempre da pie a sorpresas entre los analistas e incluso entre los encuestadores y si no que se lo pregunten a Tezanos. Sin embargo, en el caso de Rusia no es arriesgado aventurarse. Putin lleva al frente de Rusia 25 años, alternando con Medvedev durante algún tiempo entre mandar desde la jefatura del Estado o hacerlo desde la del gobierno.
En las últimas elecciones de 2018 venció por el amplio margen del 76%. Después de ellas decidió que el margen de tiempo al frente del Estado tendría un máximo de dos legislaturas de seis años cada una a contar desde la que comenzará en 2024, con lo que Putin que ahora cuenta con 71 años, podría mantenerse al frente de Rusia hasta 2036, es decir 37 años en total, mucho más que cualquiera de los dirigentes que ha tenido la URSS o Rusia desde 1917 incluidos Stalin, Breznev o Kruschev.
La Federación Rusa no parece sentirse a disgusto con lideres como Putin. El país apenas ha dejado espacio para la disidencia que ha tenido un destino trágico ya sea por recurso al envenenamiento, a la defenestración, al accidente aéreo o al congelamiento siberiano. La política de Putin apunta a recuperar la posición imperial que Rusia perdió durante los años dubitativos de Gorbachov que intentó aplicar en el país una economía de mercado combinada con una política comunista, un cocktail que está dando resultados satisfactorios en China pero que resultó explosivo en Rusia.
Es un gran país, Rusia, territorialmente hablando, pero carece de los restantes ingredientes que necesita una gran potencia: carece de una población suficiente (tan solo 130 millones de habitantes), su economía es también escasa (dos billones de dólares de PIB, poco más que España), no tiene una ideología exportable, ni una cultura, ni un nivel científico.
Si exceptuamos las armas nucleares, ni siquiera tiene un ejercito eficaz y la mejor prueba la tenemos en su incapacidad de derrotar a un país objetivamente inferior en población y número de soldados como es Ucrania. Se ha comparado a Rusia con una gasolinera con armas nucleares (Borrell dixit).
Desde la II Guerra Mundial, Rusia tuvo el orgullo de regir los destinos del planeta al alimón con los Estados Unidos. Al caer el comunismo, al derrumbarse también la URSS y el Pacto de Varsovia, la URSS perdió el 25 % de su territorio y el 50% de su población escapándosele el control directo de 14 naciones y el indirecto de los cinco vecinos desde Polonia a Bulgaria. El país entró en una depresión de la que Putin intentó sacarlo con incursiones en Georgia, en Moldavia, en Chechenia y desde 2014 y con renovada agresividad desde 2022, en Ucrania cuya entidad nacional pone en duda y cuyo control considera indispensable para mantener su condición imperial.
No cabe duda que Putin saldrá victorioso en el recuento de votos que se iniciará hoy. Sus tres rivales son lo bastante inocuos como lo prueba su mera presencia como candidatos. Si alguno de ellos hubiera tenido posibilidades reales, le hubiera aguardado un destino semejante al de Navalny.
Qué tiempos aquellos en la que la literatura, la música y la pintura europea se nutría de figuras como Chejov, Tolstoy, Dostoyevsky, Chaikovsky, Stravinsky, Rimski Korsakov, Chagall, Kandinsky.
Jorge Fuentes Monzonís-Vilallonga es Master en Ciencias Políticas y Económicas y Derecho.
Diploma de Altos Estudios Internacionales. Embajador de España en Bulgaria en 1993.
Primer Embajador de España en Macedonia en 1995.
Embajador de España en Bruselas WEU en 1997, entre otros cargos.