LA CARABELA SAN LESMES

Alcanzado el hito histórico de la primera vuelta al mundo por la expedición Magallanes-Elcano, recordemos que la razón principal para iniciar esa aventura fue el descubrir una ruta alternativa al Moluco  que no colisionase con la portuguesa, la monarquía hispánica considera necesario, para afianzar otro camino a las deseadas especias, armar una nueva escuadra, más potente y numerosa, que permitiera consolidar nuestra permanencia en aquellas islas y facilitar un comercio, muy lucrativo, de manera regular. 

 La armada en cuestión se forma y abastece en La Coruña, año 1525. La idea era constituir una de casa de contratación,  similar a la de Sevilla que era la encargada de llevar los asuntos de Indias, pero en este caso la misión sería gestionar todo lo relacionado con las islas de la especiería. Para mandar la expedición se elige a Loaisa y  de segundo a Elcano. La realidad es que, de común acuerdo, Loaisa delega las cuestiones de navegación en Elcano, por razones obvias. El primero no era navegante y el segundo conocía de primera mano las derrotas a seguir. 

De las naves que inician la travesía, que eran siete, únicamente vamos a mencionar las directamente relacionadas con esta historia. La Victoria, la nao capitana,  con Loaisa al frente.  Elcano manda la Santi Spiritus y Francisco de Hoces la carabela San Lesmes, nuestra protagonista. Para no hacer tediosa la exposición vamos a obviar los preliminares y la travesía del océano Atlántico que, aun teniendo su interés, no aportan demasiado al objetivo de estas líneas, que no es otro que tratar de explicar las vicisitudes extraordinarias que el destino le tenía reservado nuestra carabela. 

Nos situamos en el estrecho de Magallanes. Verano austral, mes de enero,  de 1526. La flota sufre un enorme temporal que capea como puede. De hecho la nave Santi Spiritus es arrojada por el viento y las olas contra las rocas del estrecho y naufraga.  La San Lesmes retrocede a mar abierto y navega hacia el sur. Se cree que llegó a alcanzar los 55º de latitud sur. Nunca antes nadie había alcanzado esa latitud. Es en esta suerte de deriva cuando llega al “acabamiento de la tierra”, hoy cabo de Hornos. Por primera vez un barco surca el mar de Hoces, como se le bautizó en homenaje a su capitán. Este mar actualmente se conoce como el paso de Drake, corsario inglés que pasó por allí cincuenta años más tarde, gracias a los derroteros españoles que cayeron en sus manos.

A pesar de lo mal que lo habían pasado en el peligroso estrecho la expedición   no cejó  en su empeño. Por el camino recogieron, lo que pudieron,  de los restos de la Santi Spiritus y embarcaron una parte significativa del personal que se había salvado. Tornaron a mar abierto, hacia el Atlántico, para reparar los destrozos que, el estrecho y el mal tiempo, habían causado a los barcos y fondearon en la entrada del rio Gallegos, en la costa de la actual Argentina. 

 Por fin los supervivientes consiguen superar el estrecho de Magallanes y alcanzar el océano Pacífico, que en este caso no hizo honor a su nombre. Se encuentran con la perdida carabela que los esperaba a la salida, tal y como habían acordado en caso de extravío.  El día primero de junio de 1526 el mal tiempo se cierne, nuevamente,  sobre los sufridos expedicionarios. Es tal el vendaval que dispersa a todas las naves. Precisamente es en este momento cuando se inicia, supuestamente,  la extraordinaria singladura de la carabela San Lesmes.

Del resto de las naves que llegaron al Pacífico tenemos puntual noticia de sus vicisitudes gracias a las preciadas notas del joven  Andrés de  Urdaneta, pasados los años el descubridor del tornaviaje, que formaba parte de la marinería. Es nuestra carabela la que desaparece sin dejar rastro. A partir de este momento todo intento de averiguar su destino se mueve en el terreno de lo conjetural.  Simplemente se le dio por naufragada como a tantas otras.

A destacar que la nao Victoria, en la que viajan Loaisa, Elcano y Urdaneta, como nombres más señeros, será la única en alcanzar, en deplorables condiciones, la meta fijada. Buena prueba de la crítica situación   es que en esta travesía murieron el propio Loaisa y unos días más tarde Elcano. El Mar del Sur, como inicialmente fue bautizado, no consintió que el intrépido navegante lo humillara por segunda vez. 

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Corría el año 1567 cuando el irrefrenable impulso descubridor de los españoles armó una nueva flota. Visto el desastre de la de Loaisa al partir de La Coruña esta vez se decidió que saliera de Lima, lo que acortaba significativamente la distancia y esquivaba el temido estrecho de Magallanes. La misión era explorar el inmenso océano y encontrar unas imaginarias islas llenas de riquezas, similares a  las del rey Salomón. 

Este viaje, ignorado por la mayoría de españoles  como tantas otras cosas de nuestra historia, es importante pues puso en el mapa islas hasta entonces desconocidas para las civilizaciones continentales. La isla Santa Isabel, el archipiélago de las Salomón, Guadalcanal,  las Marshall, la isla de Wake. La mención a este viaje, que poco tiene que ver con la San Lesmes, se justifica por dos razones. La primera es rendir cumplido homenaje a unos hombres que vencieron la incertidumbre con un arrojo sin límites y una capacidad de sufrimiento difícil de igualar. La segunda, y esta si enlaza con nuestra particular historia, es que describen que encontraron en esas islas algunas gentes de tez blanca y pelo rubio. 

Insiste España en explorar el gran océano. Al fin y al cabo estaba en la parte asignada a España por el  tratado de Tordesillas y el  comercio con aquella parte del mundo prometía aportar grandes beneficios económicos. Pedro Fernández de Quirós sale de Callao,   en diciembre de 1605, con dos naves e inicia un viaje en el que cartografía buena parte de lo que hoy es la Polinesia.  En la isla de Hao establecen contacto con los naturales de dicha isla. Su sorpresa es mayúscula cuando ven que sus barcos tienen una construcción similar a la que se practica en Castilla. Lo afirma un piloto al que hemos de suponerle conocimientos suficientes para desempeñar un cargo tan importante en un viaje de esas características.

Pasados los años un explorador francés, Bougainville, se adentra en el Pacífico. Era el año 1768 y, como no,  acaba llegando a las mismas islas que los españoles, solo que unos siglos más tarde. También ellos describen que pareciera que había dos razas bien distintas en las islas. Una de ellas de piel blanca y pelo claro que bien pudieran pasar por europeas. 

El capitán James Cook, ese mismo año de 1768, inicia un viaje alrededor del mundo pero, algo que no es muy conocido o que se obvia con evidente mala intención,  basándose en datos de los navegantes españoles que le habían precedido. Tales datos habían llegado a poder del Almirantazgo tras el saqueo de Manila por los ingleses, donde se custodiaban celosamente como documentos de alto valor. Al margen de todo ello lo cierto es que el navegante inglés llegó a Nueva Zelanda y a Australia gracias a esas anotaciones. En sus diarios se hace constar que hay gentes de piel blanca y pelo rubio hasta el punto que pudieran pasar por ingleses.

Lo dicho de estas últimas expediciones, en relación con la San Lesmes, no pasarían de ser  simples reflexiones sin una explicación coherente. Nos estamos refiriendo a esas gentes de piel blanca y pelo claro que parecieran fuera de lugar y a una tecnología naval sospechosamente parecida a la castellana. 

El hecho que resulta determinante para poder atisbar siquiera el posible destino de nuestra carabela se produce en el año 1929. En ese año Francia decide armar un barco, al mando de Francois Hervé, con la misión de levantar cartas náuticas, más fiables que las que ya tenía, de la Polinesia francesa. En concreto cuando estaban en el atolón de Amanu, siguiendo las indicaciones de un natural de las islas, descubrieron cuatro cañones de hierro fundido semienterrados en el coral. Si esto ya era sorprendente el montón  de piedras  adyacente, y que de ningún modo eran originarias de la isla, los dejó confundidos. 

Extrajeron uno de los cañones y, después de las pertinentes pesquisas, llegaron a la conclusión que era un cañón de fundición del siglo XVI, seguramente fabricado en Europa en aquella época. Las piedras bien podían ser el lastre de un barco. Con estos datos se pude especular que un barco, navegando por una zona harto peligrosa por sus arrecifes, encallara y para reflotarlo se vieran obligados a arrojar por la borda todo aquello que fuera pesado y prescindible. Los cañones y el lastre serian lo primero en abandonar. 

En el siglo  en el que se fija la antigüedad de los cañones, aunque parezca presuntuoso, solo barcos españoles se adentraron por esas latitudes. Del único que no tenemos constancia cierta de su naufragio por aquellas fechas es de la San Lesmes. Autores como el propio Hervé, el investigador australiano Robert Langdon, que fue el primero en intuir la epopeya de la carabela, y, recientemente, Luis Gorrochategui que en su excelente libro “La carabela San Lesmes. El viaje más épico de la historia”,  sostienen teorías similares sobre la supervivencia de nuestra heroína.

 No es descabellado aventurar que la San Lesmes, después de su pérdida de contacto con el resto de las naves, continuara su singladura, maltrecha y sobrecargada, a través del inmenso océano.  A medida que avanzaba aprovechando los vientos propicios se iba encontrando con atolones, más o menos habitables. Su tripulación famélica, sedienta y agotada no resistió la tentación, favorecida por los mandos que veían aliviar la difícil situación, de quedarse a vivir en unas islas en las que eran bien recibidos y en las que la supervivencia estaba asegurada. 

Avalan esta hipótesis el hallazgo de los citados cañones, la existencia de gentes de piel clara y pelo rubio o rojizo, la sorprendente construcción naval, el diseño de las velas así como las historias ancestrales que en algunas islas se conservan, como parte del acervo cultural, sobre la aparición de un gran barco y su tripulación que aportaron conocimientos a sus predecesores. Sus dioses son muy similares a los nuestros,  incluso se habla de la creación del hombre y la mujer en términos coincidentes con la religión cristiana. Demasiadas coincidencias para ser fruto de la casualidad. 

Una parada obligada en la isla de Raiatea les permitiría  la reparación o la construcción  de un nuevo barco. Los más atrevidos, entre ellos Robert Langdon, afirman que la San Lesmes, o quizás una nueva nave construida por sus tripulantes, en su afán de regresar a España por el Índico, arribó a las costas de Australia y bordeándola  llegó a Nueva Zelanda. Desde Raiatea  los descendientes de nuestros paisanos se extenderían por Tahití y otra parte se asentaría en Nueva Zelanda, posiblemente en la isla norte. La tradición maorí conserva historias sobre su origen que lo  sitúa en gentes venidas  de la isla de Raiatea.

Esta historia que,  al menos en parte puede ser fruto de la especulación, nos plantea  serias dudas sobre su fiabilidad. No obstante la pericia, el afán de supervivencia, la capacidad de sufrimiento a la que estaban acostumbrados aquellos hombres y porque no la suerte, bien pudieran haber hecho posible que, en el siglo XVI, un grupo de españoles se asentaran, sucesivamente, en aquellas lejanas y desconocidas islas aportando sus conocimientos, su cultura,  su religión y su genética.

Como español que soy, a riesgo de ser criticado, seguramente con razón, me inclino a creer que nuestra carabela y su tripulación surcaron en solitario el océano Pacífico e iniciaron un fructífero  mestizaje con las gentes del lugar, tarea para la que estamos naturalmente dispuestos, tal y como se puso de manifiesto en otras partes del, entonces, incipiente imperio español. 

 

BIBLIOGRAFÍA

Luis Gorrochategui. La carabela San Lesmes. El viaje más épico de la historia. Crítica 2022
Ignacio Del Pozo Gutiérrez. Francisco de Hoces, el cabo de Hornos y la carabela perdida.

  • .Juan Manuel García Sánchez es Licenciado en Derecho.