Geopolítica de la diplomacia:de la clásica a la digital (II)

La diplomacia coercitiva

«Se puede hacer mucho con la diplomacia, pero desde luego se puede hacer mucho más si la diplomacia está respaldada por la imparcialidad y la fuerza».

Kofi Annan. Ex secretario general de Naciones Unidas.

Es opinión generalizada que para que la diplomacia puede ejercer con eficacia su función básica de conseguir ventajas para su país, es imprescindible que cuente con el respaldo de una fuerza, de un instrumento coercitivo, cuya mera amenaza, por distante que sea y por nula que sea su mención directa durante las negociaciones, le dé credibilidad, prestigio y poder de convencimiento.

De este modo reflexiona el diplomático belga Jacques De Launay en La diplomacia secreta durante las dos guerras mundiales, quien mantiene que «no se negocia con garantía de éxito sino a partir de una posición de fuerza, dado que toda tentativa de ese género puede ser, con derecho y con razón, interpretada por el enemigo como un signo de debilidad»5. También Federico I de Prusia estaba convencido de que «la diplomacia deber estar respaldada por la fuerza».

5 Launay, Jacques De. La diplomacia secreta durante las dos guerras mundiales. Belacqva. Barcelona. 2005.

Esta forma del ejercicio de la función diplomática es lo que se denomina «diplomacia coercitiva», fórmula empleada con profusión a lo largo de la historia, y que consiste en sentarse a una mesa de negociación apoyándose en una creíble capacidad militar, de modo que se ejerza la suficiente presión ante la contraparte para que esta modifique sus actitudes u objetivos. De este modo, la diplomacia y la fuerza se funden en una única premisa, pudiendo ser esta última empleada meramente como elemento disuasivo – amenaza más o menos abierta de su empleo- o incluso llegando a usarse de modo limitado en tiempo y espacio contra objetivos muy concretos. Por definirla de una forma breve, se podría decir que la diplomacia coercitiva es una forma particular de diplomacia que se apoya en la amenaza o el empleo restringido de medidas impositivas, normalmente de carácter militar. Así lo entiende Henry Kissinger en Diplomacia, para quien «en el mundo de la diplomacia un arma cargada es, a menudo, más persuasiva que un informe jurídico»6.

6 Kissinger, Henry. Diplomacia. Ediciones B. Barcelona. 1996.

La diplomacia, por muy hábiles negociadores que sean sus integrantes, se suele amparar en esa potencialidad disuasoria para conseguir sus fines de forma más eficaz. Hay que decir que la coacción puede también ejercerse –y de hecho así sucede cada vez con mayor frecuencia- en la aplicación de medidas económicas –sanciones, embargos, congelación de activos, expulsión de organismos internacionales,…-, pues al fin y a la postre el objetivo no difiere en cuanto a potenciar la negociación clásica con acciones «agresivas» que pueden ser vistas por el que las sufre como altamente perjudiciales parasus intereses. Incluso, en el momento actual de auge de las redes sociales, la amenaza puede provenir de una campaña de desprestigio que perjudique o impida inversiones extranjeras.

Esta forma de diplomacia, que algunos denominan como «diplomacia de la violencia» cuando la amenaza del empleo de las capacidades militares se realiza de un modo claramente manifiesto, está dirigida principalmente a modificar comportamientos y actitudes, habituando a ser altamente eficaz. El principio en que se basa es en mostrar a la otra parte la disposición de aplicar medidas más contundentes en caso de fallar las negociaciones. Por ello, es fundamental que el mensaje se traslade con toda su intensidad.

Obviamente, la eficacia de la diplomacia coercitiva está relacionado con la mentalidad de a quién va dirigida, pues, según los casos –a tenor de la idiosincrasia del pueblo al que se representa y de las características propias de los dirigentes responsables de adoptar la decisión- este procedimiento puede funcionar o, por el contrario, convertirse en contraproducente, generando tan solo un incremento de la tensión o incuso conduciendo a un enfrentamiento directo. De este modo, para ser aplicada con ciertas garantías de éxito hay que comprender la determinación, motivación y tolerancia al riesgo con la que va a reaccionar el adversario.

Por otro lado, la experiencia demuestra que no es siempre fácil y rentable mantener la diplomacia coercitiva en el tiempo, pues el adversario puede resultar políticamente fortalecido de incrementarse el apoyo popular a su gobierno ante la presión ejercida desde el exterior. Así mismo, la parte que ejerce la diplomacia coercitiva, de dilatarse esta en el tiempo y ante la falta de resultados tangibles, puede ver mermados los apoyos de su propia población e incluso los de países aliados. En caso extremo, el país que la ha puesto en marcha puede perder credibilidad si no consigue los efectos perseguidos, lo que resultaría muy perjudicial para la realización de actividades futuras.

Como ejemplos históricos se acostumbra a poner dos, uno en el que la diplomacia coercitiva funcionó y otro en el que fue un completo fracaso. Se entiende como exitoso el empleo de esta diplomacia por parte del presidente estadounidense John F. Kennedy durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1962. En ese contexto, que podría haber desembocado en una guerra abierta entre EE. UU. y la URSS, Kennedy, ante la decisión soviética de instalar misiles balísticos en la isla caribeña, impuso un bloqueo naval masivo y amenazó con una operación para destruir los misiles ya instalados en Cuba. La presión ejercida dio los frutos perseguidos y Nikita Kruschev terminó por retirar los misiles desplegados en la isla.

Pero también se pone como ejemplo negativo el de la primera guerra del Golfo, cuando la diplomacia coercitiva no consiguió hacer que Saddam Hussein decidiera voluntariamente retirarse de Kuwait. En este caso, ni las sanciones económicas ni la amenaza de emplear la fuerza militar para revertir la situación surtieron efecto ante la determinación de Saddam. Algo que podría haberse previsto dado que el dirigente iraquí tampoco había reaccionado durante los años anteriores cuando EE. UU. había lanzado sobre su territorio ataques aéreos y misiles de crucero para intentar frenar las agresiones contra los kurdos iraquíes, impidiendo igualmente las inspecciones de sus arsenales. Es más, un desafiante y decidido Saddam aprendió a predecir las acciones de Washington y a asumir los limitados riesgos de los ataques.

En el contexto actual, la misma influencia puede efectuarse por parte de la diplomacia con la amenaza de la aplicación de medidas ofensivas de corte económico, que según los casos pueden superar en eficacia a las meramente militares, aunque en ocasiones se realizan en paralelo. Un ejemplo de ello es cuando China y Japón recrudecen su eterno enfrentamiento por las islas Senkaku o Diaoyutai que ambos reconocen como suyas, dando lugar a incidentes menores –como puede ser la retención de un barco pesquero chino por parte de Tokio-. Es este caso, la primera medida que adopta Pekín es cortar el suministro de tierras raras a Japón7, el cual las precisa imperiosamente para su industria. En este sentido abundan Lorot y Thual en La géopolitique, para quienes EE. UU. practica una «diplomacia económica» ofensiva en la que utiliza todos los instrumentos de la persuasión económica disponibles8.

7 China cuenta con inmensos depósitos de tierras raras, que en buena parte son adquiridas por Japón.
8 Lorot, Pascal; Thual, François. La géopolitique. Montchrestein. París. 2002.

En el marco de la diplomacia coercitiva se podría incluir a la denominada «diplomacia de la cañoneras», ampliamente empleada por las grandes potencias imperialistas y colonialistas en el siglo XIX y principios del XX. Consistía en emplear una fuerza naval limitada para amenazar a un país más débil con su empleo, o incluso haciendo un uso restringido, con la finalidad de que el amenazado –dirigentes y poblaciones- cediera a los intereses de la potencia actuante, una vez que las negociaciones, claramente beneficiosas para el poderoso, habían fracasado. Normalmente con la presencia de una o varias cañoneras –los buques de guerra más comunes de la época- era suficiente, aunque en ocasiones se llegaban a efectuar bombardeos. El término se sigue empleando como sinónimo de demostración de fuerza para conseguir objetivos geopolíticos.

Pero como la diplomacia es sinónimo de prudencia, es conveniente recordar las sabias palabras de François de Callières recogidas en De la manière de négocier avec les souverains, quien aconsejaba que «todo príncipe cristiano debe tener por máxima principal no emplear la vía de las armas para sostener o hacer valer sus derechos, que tras haber intentado con la razón y la persuasión9». Tampoco está de más apuntar que Rafael Sánchez Ferlosio, en Sobre la guerra, entiende que «un capítulo esencial del arte de la diplomacia es saber aquilatar las condiciones de un ultimátum en la medida justa para que desborde el límite de lo que puede soportar la soberbia del contrario»10.

9 François de Callières, op. cit. 
10 Sánchez Ferlosio, Rafael. Sobre la guerra. 2008

 

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