LA GRAN FABRICA DE IGNORANTES

Es evidente el interés por parte del gobierno de que la educación pública se convierta en una fábrica de ignorantes e iletrados. Si nadie sabe nada, nadie puede protestar. Se evitan conflictos. Es algo tan viejo como el sol.

Así que se dictan órdenes como la supresión de la asignatura de filosofía. Esto no es casual, la única asignatura capaz de enseñar a los alumnos que existen distintas formas y concepciones del mundo y de la vida es excluida así, por decreto, del mundo docente. No parece haber problema con la química o con la física, que solo son enseñanzas técnicas, pero si con la única asignatura que ayuda a pensar y reflexionar, quizás a imaginar que las cosas podrían ser de otra forma.

La supresión de las asignaturas de humanidades, incluso de las calificaciones numéricas y la fragmentación hasta el desconocimiento de la asignatura de historia; la no exigencia de ningún tipo de esfuerzo; la exclusión de cualquier método de memorización, la supresión de los números romanos, incluso de la siempre regla del tres, es solo más de lo mismo;  otra vuelta de tuerca en este camino hacía lograr un mundo de jóvenes sin conocimientos, sin orientación; de ignorantes pobres y fácilmente manipulables. Se persigue, con todo ello, una posterior inserción sumisa en el mercado laboral, después de haber sido convenientemente adoctrinados en unas supuestos “valores cívicos y éticos” diseñados por los mismos que les quieren ignorantes.

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Santiago Posteguillo lo tiene muy claro: “reducir las humanidades hace a la gente más manipulable, que es lo que busca el poder”. Recomienda leer lo máximo posible, solo así se puede ser exigente con quien nos gobierna. Considera que estamos generando cada vez seres menos inteligentes, sin ninguna capacidad de razonamiento, gente manipulable, incapaz para comprender sus derechos.

Todo esto no es nuevo, todos los gobernantes que lo han sido a lo largo de la historia, han tenido muy en cuenta el factor de la educación como determinante en cuanto a la existencia o no de problemas durante su gobierno. En 1623, Felipe IV dictó en España una orden, que en aquellos momentos se denominaba “pragmática”, según la cual se prohibía enseñar a leer y escribir en las zonas rurales.

La consecuencia era muy clara: el campo debía de convertirse en una fábrica de analfabetos. De esta forma, se idiotizaba a la población y se la convertía en mano de obra obediente a la explotación. Todos los gobernantes de cualquier época lo saben: un pueblo ignorante es fácil de manipular. Al contrario, otro instruido, educado y con criterio propio es difícil y complicado. O dicho de otra forma, cuanto más ignorante sea un pueblo, mayor probabilidad existe de que no proteste ante los desmanes de sus gobernantes, de forma que un gobierno tiránico y cruel pueda acometer sus abusos sin temer ningún tipo de respuesta ciudadana.

En otra época, en otras circunstancias, pero del mismo hecho,  se hablaba en la obra ‘La vida de un esclavo norteamericano contada por él mismo’, en los orígenes de USA, una de sus grandes obras literarias e históricas, uno de los personajes dice:

“Es peligroso enseñar a leer a un esclavo. Un negro no debería saber más que obedecer a su amo… hacer lo que le digan que haga. Hasta el mejor negro del mundo se estropeará con el estudio. No habrá modo de controlarle. Le incapacitará completamente para ser esclavo. Se volverá inmanejable y de ningún valor. En cuanto a él mismo, no le hará ningún bien. Le hará descontento y desgraciado”.

Modernamente, este antiguo método de sometimiento, la ignorancia, es también recogido por el decálogo de Noam Chomsky como la estrategia nº 7: “mantener al público en la ignorancia y la mediocridad. Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. Además insiste en este dato: “la calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.

Por tanto, la tesis que se sostiene en el presente artículo es que el globalismo, adopta este método, propiciando el analfabetismo como forma de un mejor control social, pues es evidente que en la medida en que los ciudadanos desconocen cosas, sean ignorantes, iletrados, e incluso, paletos, su capacidad para exigir responsabilidades y derechos decae, y las expectativas de que un gobierno deficiente discurra sin mayores problemas, sin ápice de contestación social, se incrementa exponencialmente.

De esta forma, nos encontramos continuamente con gobiernos desastrosos, sobre todo favorables a los dictados de un poder globalista que no se ve, pero que se le supone, dóciles a sus paradigmas, pero, ¡¡¡oh sorpresa!!!, libres de críticas y reacciones adversas o negativas, gracias a una población sumisa e ignorante, es más, se diría que feliz en su ineptitud, con generaciones de jóvenes que, pese a no tener nada, aparentan sentir que son afortunados.

Llegamos al resultado de que la democracia se ha convertido en la ineptocracia de Jean D’Ormesson, un sistema que él define como aquel en el que: “Los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse su sustento son regalados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y la riqueza de unos productores en número descendente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías, que sabe han fracasado allí donde se han aplicado, a unas personas que saben que son idiotas”.

 

Imagen de Carlos IV: Painting-Planet

  • José Manuel Millet Frasquet es abogado.