TRES DIGNIDADES DEL LINAJE BORJA

De todos los linajes valencianos, el de los Borja ocupa un lugar preeminente dentro del Reino de Valencia por la influencia que ejercieron en la Historia de la Humanidad y especialmente en la Historia de la Iglesia en los siglos XV y XVI y por los juicios de valor sobre las controvertidas personalidades de algunos de los miembros de dicha familia. Esta dinastía valenciana dio a la Cristiandad dos papas -Calixto III y Alejandro VI-, un santo -San Francisco de Borja-, alrededor de una docena de cardenales y numerosos nombramientos políticos.

Algunos personajes históricos han sido maltratados injustamente por la Historia a lo largo de los siglos. Un ejemplo es la familia de los Borja. Las modernas investigaciones y las opiniones de grandes amigos coetáneos y admiradores de los dos Papas, -así como de Cesar y de Lucrecia Borja,- que fueron figuras eminentes del Renacimiento pueden servirnos para valorar con mayor rigor el papel que desempeñaron los Borja valencianos. Entre las personalidades que opinaron sobre la labor que desarrollaron mencionaremos a los humanistas Lorenzo Valla, Eneas Silvio y Maquiavelo, los pintores Pinturicchio y Leonardo da Vinci, los cardenales Bessarione y Farnese, -futuro Pablo III– o el mismo rey de Francia Luis XII. El Diplomatarium de los Borja, y otros estudios recientes, sin duda, nos han ayudarnos a conocer mejor los avatares religiosos, políticos, diplomáticos y culturales de este ilustrísimo linaje.

Al analizar la genealogía de la familia de los Borja tres son los miembros de la familia que han alcanzado mayor popularidad y notoriedad dentro de la historia de la Cristiandad: 

Dentro del mundo de la cultura, Alfonso de Borja fue considerado por Eneas Silvio como “un letrado excelentísimo”. De Rodrigo de Borja se destaca la grande labor de grande mecenas del Renacimiento italiano y sus devaneos amorosos, y de Francisco de Borja su santidad y su tarea de expansión de la Compañía de Jesús.

El 28 de octubre de 1510 nació en Gandía Francisco de Borja y Aragón, heredero directo del ducado, bisnieto de un papa de Roma y de un rey de España. Sus padres fueron Juan de Borja, III duque de Gandía y su madre Juana de Aragón y Gurrea. El linaje hizo que el joven caballero Borja fuera un personaje de rango en la Corte y en el ejército imperial de Carlos I. 

Cuando solamente tenía 10 años falleció su madre. El acontecimiento bélico de las Guerras de las Germanías hizo que se desplazara a Denia y desde su puerto se embarcó con su padre, el virrey de Valencia y otros nobles valencianos hacia la población de Peñíscola y proseguir camino de Zaragoza, donde fue acogido por el arzobispo de la ciudad, hermano de su madre, y consecuentemente tío suyo.

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Su esmerada y completa formación le facultó para ejercitarse como poeta -fue amigo del toledano Garcilaso de la Vega- y componer obras musicales -Una Misa polifónica y el Gran drama o Misterio de la Resurrección del Señor-.

En 1539 moría la emperatriz Isabel y fueron nombrados Francisco y Leonor, marqueses de Llombay, para presidir la comitiva de caballeros, damas, clérigos y servidores que llevarían el cadáver de la Reina desde la ciudad imperial de Toledo a la Capilla Real de la Catedral de Granada donde reposaban los Reyes Católicos. Este hecho luctuoso marcará su vida religiosa, aunque ya era hombre de profundos sentimientos espirituales.

A los 19 años Francisco de Borja se casó con la portuguesa Leonor de Castro. A los 29 murió la Reina y ese mismo año fue nombrado virrey de Cataluña, desarrollando una fecunda labor durante los cuatro años que permaneció en el cargo. Entre otros motivos, fue la muerte de su padre en 1542 en la ciudad de Gandía lo que influyó en que abandonara el cargo de virrey de Cataluña y regresara a la ciudad ducal. 

En 1546 moría su esposa, la duquesa de Gandía. Francisco de Borja contaba con 36 años y se encontraba en plena madurez humana, intelectual, política y espiritual.

Ya abandonado el cargo de Virrey decidió vivir en Gandía. En esta ciudad acrecentó sus inquietudes religiosas y cumplía con los deberes que ligaban a un linaje a unos súbditos y a una tierra. 

Siendo ya el IV duque de Gandía, a la muerte de su padre aseguró la continuidad de todos los miembros que habían servido a su progenitor; reedificó el Hospital de los pobres y peregrinos; se preocupó por la situación de los moriscos y por los peligros que suponían las incursiones berberiscas; erigió en Llombay un convento de dominicos, y fundó en Gandía el Colegio de la Compañía en 1546. Fue el primero del mundo que obtuvo la denominación de Universidad por privilegio del papa Pablo III y del emperador Carlos I de España.

Después de asistir a las Cortes celebradas en Monzón convocadas por el Emperador, a las que acudió como uno de los grandes consejeros del heredero, el futuro Felipe II, al regresar escribió una íntima misiva a Ignacio de Loyola en la que le comunicaba la decisión más trascendental de su vida: la intención de ingresar en la Compañía de Jesús (1547). La respuesta no se hizo esperar y el fundador de la Compañía en una bellísima carta le recomendaba, entre otros asuntos, que realizara el doctorado en teología. 

En 1550 dejó el palacio ducal y su ciudad y se dirigió a Roma acompañado de su segundo hijo, don Juan de Borja, nueve jesuitas del colegio de Gandía y un grupo de caballeros y servidores. La partida ha sido inmortalizada por Goya en un gran lienzo que se puede contemplar en la Catedral de Valencia.

Abrazada la profesión religiosa, después de los estudios pertinentes, realizó la primera misa cantada. El pontífice Julio III concedió jubileo plenario a los fieles asistentes.

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Posteriormente comenzará un largo camino de predicaciones, de catequesis y de extender y consolidar la Compañía por todo el territorio peninsular, parte de Europa y por las tierras de Ultramar. Ignacio de Loyola le nombrará Comisario General de la Compañía para España y las Indias, con la función de vigilar y acrecentar la espiritualidad individual y colectiva de los jesuitas y potenciar la fundación de Colegios y las Misiones. 

Francisco de Borja y Aragón había pasado de virrey a jesuita y se había doctorado en Teología.

En 1571 la embajada papal entraba en Cataluña. En nombre de Felipe II le recibió el legado don Fernando de Borja, sexto hijo del III General de la Orden de los jesuitas que llevaba una carta personal del Monarca, datada en el Escorial. De Barcelona se dirigió a Valencia. Aquí le esperaba una impresionante comitiva de caballeros del Reino al frente de la cual cabalgaba don Carlos de Borja, V duque de Gandía, que bajó del caballo, se arrodilló en tierra y besó la mano de su padre. Después descansó en el colegio de la Compañía. Posteriormente vino a visitarlo don Juan de Ribera, Patriarca, Arzobispo y Virrey de Valencia que le rogó que predicara en la Catedral Valentina.

Las negociaciones para formar la Liga Santa, constituida por España, Estados Pontificios y la República de Venecia derrotarán a los turcos en la batalla naval de Lepanto el año 1571.

El 30 de septiembre de 1572 expiró. Estaba a punto de cumplir los 62 años. Fue enterrado en “Il Gesú”, iglesia madre de la Compañía de Jesús, al lado del fundador y primer General de la Orden, San Ignacio de Loyola y del segundo General el teólogo padre Laínez. Fue beatificado en 1624 por el Papa Urbano VIII y canonizado en 1671 por Clemente X. 

Sorprende a los estudiosos de la figura de Francisco de Borja la prolífica y preclara descendencia de personalidades ilustres del Santo Duque.

La Historia guardia memoria del universal e ilustre linaje de los Borja valencianos que proporcionaron a la Humanidad numerosas personalidades de la vida religiosa, social y nobiliaria, ostentaron dignidades y desempeñaron altos cargos de rango político, diplomático o militar y algunas de ellas fueron distinguidas celebridades del mundo de la cultura o mecenas renacentistas.

  • José Vicente Gómez Bayarri es Licenciado en Filosofía y Letras, Doctor en Historia, 
    Catedrático de Geografía e Historia, Académico de número de la RACV y Medalla de 
    Plata de la Ciudad de Valencia.