Derecha e izquierda: Dos idearios contrapuestos

En cualquier sociedad democrática, la preferencia de la mayoría de los ciudadanos se canaliza normalmente hacia los partidos políticos de derecha o de izquierda, en cuyos contrapuestos idearios ven representadas sus convicciones. Tan importante llega a ser este ideario, que ser de derecha o ser de izquierda define a las personas, marca sus diferencias, y puede producir incluso graves confrontaciones sociales, como ocurrió en la guerra civil española.

Afortunadamente hemos aprendido todos a ser tolerantes y ya nadie se enfrenta a nadie en esta dicotomía política, pero continúa siendo un referente esencial para determinar el distinto modelo de sociedad que unos y otros pretenden. Y esto nos obliga a hacernos una pregunta: ¿cuál es el ideario de la derecha y cuál es el de la izquierda?, ¿qué ideas fundamentales están en la base de estas dos visiones políticas que divide las opiniones, no sólo de los políticos profesionales, sino de la ciudadanía en su conjunto?. Es una pregunta ineludible por la importancia de la cuestión, naturalmente, pero también porque resulta necesario profundizarla y clarificarla ante el simplismo de las opiniones de la gente, muy aferrada a viejos estereotipos del pasado. La política y los políticos interesan a muy pocos, es cierto, pero lo que se deriva de determinadas políticas debieran de interesarnos a todos para saber a qué atenernos como ciudadanos.

Aunque siempre existen gentes que les gustan los fantasmas maniqueos, hoy ya no es posible presentar a la derecha como la clase capitalista, explotadora y dictatorial, ni a la izquierda como la clase incendiaria, revolucionaria y anarquista; la situación económica y social ha cambiado radicalmente, y las ideas de las dos actitudes políticas ya no van ni pueden ir por estos derroteros. Es cierto que la economía y lo social siguen siendo las cuestiones centrales de sus respectivas políticas, pero las diferencias son, en la práctica, cada vez más estrechas, y lo único factible es un reformismo de uno u otro signo. ¿ Cuál es, entonces, la diferencia que, a la altura de este tiempo, contrapone a la derecha y a la izquierda?. La respuesta es clara: no es propiamente ni la economía ni lo social, sino la distinta filosofía del mundo, del hombre y de la vida, o lo que es lo mismo, los distintos principios y valores en la visión de las cosas. La derecha cree en unos determinados valores, que considera fundamentales, y la izquierda cree en valores distintos, no menos fundamentales en su filosofía. La referencia ideológica sería ésta: a Platón se le podría considerar como el mejor representante de la filosofía de la derecha, mientras que Marx continúa siendo el pensador cuya doctrina es básica en la filosofía de la izquierda.

LO INDIVIDUAL Y LO COLECTIVO

La primera y más fundamental diferencia entre la derecha y la izquierda radica en el concepto y visión del hombre, muy distinta en sus respectivas filosofías. La derecha considera al individuo, no a la colectividad, en el centro de las valoraciones; la dimensión social y colectiva, por importante que ella sea, debe subordinarse a la persona individual y concreta, que es el sujeto y responsable último, para bien o para mal, de la vida humana en todos sus aspectos. Y de esta filosofía personalista derivan otros aspectos de su ideología, como son: la primacía de los derechos de la persona frente a la invasión de lo colectivo, la defensa de la familia como ámbito natural de la formación de lo humano, o la libertad de enseñanza frente a la tendencia monopolizadora del Estado. Esta valoración de lo individual por encima de lo colectivo, nos hace entender por qué el que la gente de derechas no confía en la masa, pero sí en el esfuerzo de cada persona; de la masa solo puede esperarse vulgaridad, irresponsabilidad y primitivismo, mientras que el individuo, y sólo el individuo, es capaz de calidad humana, de ideales de superación y de disciplina. En estas ideas se mueve, precisamente, el famoso ensayo de Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, tal vez el libro más representativo del ideario anticolectivista y elitista de la derecha liberal moderna.

La visión del hombre en la filosofía de la izquierda es justamente la opuesta: es lo colectivo y social, no el individuo, la base fundamental de la vida humana. Haciendo suya la tesis de Marx, la izquierda antepone la colectividad al individuo, cuya fisonomía humana depende directamente del tipo de sociedad en la que vive y se desarrolla: una sociedad justa produce personas justas, una sociedad clasista produce individuos insolidarios y violentos. Para cambiar al hombre, por tanto, es preciso cambiar la sociedad, y sobre este principio se sustenta su humanismo más o menos revolucionario. La izquierda siempre apela al “pueblo”, a las “clases populares”, a las “masas”, no a los individuos, y en ellas deposita su confianza y su fuerza. Y ello es así, porque la colectividad, por definición, es depositaria de los valores de humanidad, de solidaridad y de justicia, mientras que los individuos en sí mismos y separadamente, también por definición, buscan siempre sus intereses particulares y egoístas. Esta filosofía colectivista nos hace comprender por qué la izquierda mira siempre con recelo las iniciativas privadas, en la economía, en la educación o en la cultura, y por qué la formación en valores e ideales sociales, siempre bajo el control del poder público, sea el principio fundamental en la educación de las personas.

LA LIBERTAD Y LA IGUALDAD

En coherencia con su ideario personalista, la derecha moderna es liberal, esto es, antepone la libertad a la igualdad en el ámbito económico y social, dos ideales difíciles de armonizar en cualquier opción política. La libertad de hacer y de emprender de las personas, lleva, por lógica, a la libertad de hacer y de emprender en la economía, y a esto se le llama descriptivamente “economía de mercado“, o con ciertas connotaciones negativas, “capitalismo”. A parte del valor supremo de la libertad, el sistema económico capitalista se justifica más por sus resultados prácticos, que por sus principios. No suena bien decir que, en economía, perseguir el propio interés es la causa fundamental por la que se crea y distribuye riqueza, pero así es en realidad. Idealista en otros aspectos, la derecha es en este punto muy realista, porque los hechos parecen darle la razón: mientras que el comunismo ha demostrado ser un sistema social equivocado por su propio fracaso histórico, el capitalismo, con todos sus defectos, ha sido el sistema por el que las sociedades más avanzadas y modernas han alcanzado sus más altas cuotas de prosperidad y de reformas. En la sociedad liberal que defiende la derecha, el motor de la actividad económica corresponde a la iniciativa privada, no al Estado, cuya función es controlar esa actividad en vistas al bien común, pero no anularla .

Si la eficacia y los resultados prácticos es el gran argumento para la economía liberal de la derecha, que no se aparta del realismo, los valores de la justicia social y la ética igualitaria son el discurso de la izquierda, siempre idealista en cuestiones sociales y económicas. Aquí, en su discurso humanitario y ético, tiene una innegable ventaja la izquierda sobre la derecha, porque no hay mayor fuerza de propaganda y de captación que predicar la justicia y la igualdad, aunque sea una utopía. Y esta es la razón de que la izquierda siempre lleve la voz cantante de los ideales éticos y de la denuncia de las injusticias en las confrontaciones políticas. A pesar de que las cosas son hoy muy distintas a las del pasado, su herencia sindicalita y revolucionaria la impulsa a presentar a la empresa privada, precisamente por ser privada, como explotación legal del trabajador, y de ahí la facilidad en caer en la demagogia en su discurso político Y de nuevo asoma la herencia del marxismo: el camino para lograr la justicia en la igualdad, no es animar la iniciativa empresarial de los individuos, que por definición siempre busca su interés individual, sino la iniciativa, la gestión y el control del poder público, que también por definición, busca siempre el bien común.

LOS VALORES PERMANENTES Y EL CAMBIO

A la gente de derechas se la suele llamar “ conservadora” –muchas veces, y como insulto, “reaccionaria”–, y aunque sea un término malintencionado en labios de su adversario político, tiene su fundamento. Por sentimiento y por convencimiento, la gente de derechas es amante de la tradición en las costumbres, en la moral y en religión, y ante el panorama desolador de tantos y tantos valores que se están destruyendo en la sociedad moderna por el vendaval del cambio, defiende lo permanente, o mejor dicho, de lo que debería ser permanente. Porque no todo debe cambiar: los principios morales en el comportamiento, la dignidad de la persona o la estabilidad de la familia, por ejemplo, constituyen la columna vertebral de una sociedad sana, y bajo ningún concepto se deberían destruir. Pero son malos tiempos para la “derecha doctrinaria”, como hoy se dice. Las personas con esta clase de convicciones son las menos en una sociedad instalada en el materialismo y cuyos criterios de comportamiento es la conveniencia subjetiva, no los principios morales. Es perfectamente comprensible, por tanto, que el hombre de derechas se sienta a disgusto en esta sociedad, sea más fácil al lamento que a la esperanza, y tenga sentimientos de rechazo ante tantos cambios; defensor de causas perdidas, su actitud es la del testigo de lo que debería ser, y que no es.

La ideología de la izquierda es justamente la contraria, pues uno de sus signos de identidad más característicos es oponerse a lo establecido y propugnar el cambio, al que siempre considera como progreso. Tan identificada está con esta filosofía, que el calificativo “progresista”, infaliblemente repetido en su discurso, lo considera como propio y de uso exclusivo, otra herencia de la doctrina marxista. La ruptura con lo establecido y el cambio de estructuras es, en efecto, lo propio de la revolución marxista, y la izquierda democrática no consigue desprenderse en su subconsciente de este ideal, a pesar de su inviabilidad. Está convencida, por otra parte, de que el sentido de la historia va también en esa dirección, y todo cuanto es un cambio profundo y revolucionario, por el hecho mismo de serlo, es un “progreso” hacia la sociedad igualitaria del futuro; una tesis, por supuesto, sumamente discutible, pero la izquierda siempre ha sido y es mucho más hábil dialécticamente que la derecha. Y también más agresiva y eficaz en su propaganda. Cuando un ideario político se presenta, siempre y en todas partes, como el ideario de la modernidad y del progreso, lleva las de ganar dialécticamente, ya que el adversario político, por acertado que sea su programa, será calificado como “conservador” y “reaccionario”, dos términos que suenan muy mal en estos tiempos.

ÉTICA PERSONAL Y ÉTICA SOCIAL

Las diferencias de fondo entre derecha e izquierda se extienden también a la ética, un ámbito de gran importancia para entender sus respectivos idearios y al que quizá no se le presta suficiente atención. En la línea de su filosofía personalista, el hombre de derechas suele fijarse más en la ética individual, valorando la virtud y las buenas costumbres de cada persona, que en la ética de justicia y solidaridad con el prójimo en su vertiente social. Ideales típicos de su ética son, por ejemplo, el trabajo profesional bien hecho, el sentido del deber, la dignidad y respeto en las maneras, y el rechazo de la libertad sexual, considerada hasta no hace mucho tiempo sinónimo de inmoralidad. Conviene recordar que la ética enseñada tradicionalmente por la Iglesia tenía, más o menos, este perfil, con cierto olvido de las obligaciones sociales de los católicos. Este último aspecto, el de la moralidad sexual, tiene sus más firmes defensores, no en la derecha liberal, sino en la derecha ideológica, que siempre ha considerado la libertad de costumbres como un signo inequívoco de decadencia humana. En su visión ética, el vicio debe de estar reducido en lo posible al ámbito de la privacidad, y es deber del poder público velar por la moralidad pública y reprimir los escándalos, por parecidas razones a las que le asisten para fomentar la buena educación en los ciudadanos.

No es éste, por supuesto, el ideario de la izquierda, ya que la valoración ética fundamental y prácticamente única se centra en la justicia social, sin prestar atención al comportamiento íntimo de las personas; porque lo importante, lo verdaderamente ético en una persona, es que tenga sentimiento solidarios con los hombres luchando por su redención social, no la conducta privada que ella tenga. Así se explica que la izquierda, tan radicalmente puritana en cuestiones sociales, sea la más liberal en cuestiones sexuales, elevando la libertad sexual, el aborto o la homosexualidad a la categoría de derecho. La influencia de Rousseau, por una parte, y de Marx, por la otra, es muy clara en este ideario. La izquierda sigue la doctrina roussoniana de que el hombre es bueno por naturaleza; lo que le hace ser egoísta es la propia sociedad, que necesita ser transformada. Y algo parecido sostiene la doctrina marxista al afirmar que todos los males del hombre, incluidos los morales, derivan de un único mal fundamental, que es la propiedad privada y las estructuras sociales injustas. Un reduccionismo ético muy poco convincente, es cierto, pero que se ha impuesto en el sentir de nuestra sociedad, ya que son muchos los que piensan que el único pecado a condenar es el egoísmo social y la injusticia, quedando todo lo demás a la libre opinión de cada persona.

RELIGIÓN SÍ, RELIGIÓN NO

Es ineludible aludir a la religión, y de un modo especial a la religión católica, como un punto importante a la hora de analizar las ideologías de la derecha y de la izquierda, por más que muchos católicos, hoy en día, rehuyan hacer esta valoración por temor a que se confunda la religión y la política. Aunque ha habido regímenes políticos de derecha profundamente anticatólicos, como fue el nazismo, se puede afirmar que la ideología de la derecha siempre ha considerado al catolicismo como la doctrina que coincide básicamente con sus propios valores y con su visión de la sociedad, del hombre y de la vida. No en vano, todavía hoy, el término “católico” viene a ser sinónimo “de derechas”, y no digamos en el pasado. Y hay muchas razones para esa identificación. Los valores trascendentes de la persona, los principios permanentes de la ética, o el amor y respeto a la tradición, por ejemplo, son puntos fundamentales del catolicismo que también encontramos en la ideología de la derecha. El hombre de derechas rechaza el ateísmo y el laicismo con tanta o mayor fuerza con que rechaza el comunismo, y uno de los rasgos de su fisonomía es su gran aprecio hacia la religión. Y se ha de decir la verdad: la Iglesia Católica tiene hoy pocos defensores lamentablemente, pero los pocos que tiene hay que ir a buscarlos en la gente de derecha, no en otra parte.

Al católico consciente de su fe, debería serle imposible aceptar la ideología de la izquierda por el tema de la religión, precisamente, porque es una ideología esencialmente anticlerical y anticatólica, digan lo que digan los que se aprovechan de la confusión. Es verdad que la política tiene su propio ámbito y la religión tiene el suyo, pero no es menos verdad que tanto la política como la religión parten de una determinada visión del hombre, de la sociedad y de la vida que pueden resultar incompatibles, como es el tema que nos ocupa. La confusión que hoy tienen bastantes católicos proviene de que, en su opción política, dan toda la importancia a la cuestión social y ninguna a la cuestión de ideas y valores, lo que es un tremendo error. Y basta para convencernos de ello la actitud de la izquierda con respecto a la Iglesia Católica. A pesar de que la doctrina social de la Iglesia es muy avanzada, y su compromiso a la causa de los más pobres y desheredados ejemplar, continúa siendo el blanco de desconfianzas injustificadas y acusaciones sin sentido. Y es que la izquierda no ha logrado -¿pero lo logrará algún día?- superar el prejuicio profundamente anticlerical y antirreligioso que la ha marcado desde su mismo origen, y que por desgracia continúa siendo una de sus principales actitudes a través del tiempo.

  • Isaac Riera Fernández es sacerdote Misionero del Sagrado Corazón, licenciado en filosofía por la Univ. Gregoriana de Roma, doctor en filosofía por la Univ. de Valencia y escritor.