La Mare de Deu dels Desamparats: Patrona militar del Reino

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Pocas personas recuerdan, al atravesar el umbral de la Basílica, que se hallan en un monumento proyectado en tiempos difíciles para nuestros antepasados, y que sus sillares expresan gratitud a la Virgen por su protección en la epidemia de 1648 y la victoria del Reino de Valencia en la “guerra dels Segadors”. Esto último sucedió en 1650, cuando injustamente fue atacado el Maes­trazgo por franceses y catalanes. La agresividad enemiga se había incremen­tado ante la debilidad de las tropas enviadas por Felipe IV. Para hacernos una idea de la calamitosa actuación de estas fuerzas, sólo en el cruce del Ebro -11 de septiembre de 1650- se “ahogaron 50 soldados reales y 80 de infantería, que fueron llevados a un remolino” (Conquista de Cataluña, Barcelona, 1652, p. 15). Los catalanes, envalentonados, pensaban que el Reino de Valencia era presa fácil y que no ofrecería resistencia. Pero se equivocaron. Según Bartolomé Villalba, coetáneo de la guerra, los preparativos militares comenzaron “antes de ganarse Tortosa, sacando a la Vir­gen de los Desamparados con real aparato de su Capilla”. Previamente se prepararon “ora­dores que la aclamen”, siguiendo un ceremo­nial similar al actual. El narrador recuerda el combate y las arengas empleadas: “No te­máis, ilustres valencianos, tenemos por bla­són a la Madre de los Desamparados.” Los tercios del Reino, después de vencer en el Ebro, querían seguir combatiendo “con voz de entrar en Barcelona” (Villalba, B.: Acción de gracias a N. S. de los Desamparados. Va­lencia, 1650. p. 21). Dos días después de regresar el ejército, el 11 de diciembre de 1650. se celebró en la catedral una “acción de gracias a la imagen de los Desamparados por la restauración (conquista) de Tortosa. y a cuya protección reconoce el triunfo de sus armas“. El espec­táculo fue impresionante: “Sacan a N. S. de los Desamparados de su capilla de la Seo. La leal ciudad con bizarría saca sus banderas (…) se canta la victoria y para que en nombre de la Reyna de los Desamparados el Reyno de Va­lencia se diga el vencedor”, (p. 22) Inmediatamente se puso en marcha el pro­yecto de la Basílica que, pensado en años anteriores, estaba paralizado; así, en 1652, se “comenzaron a abrir las zanjas para los fun­damentos”. Este triunfo sobre Cataluña y Francia, bajo la protección de la Virgen de los Desamparados, hizo que su imagen fuera bla­són habitual en los hechos de armas del Rei­no, como sucedió en la guerra de Sucesión y en la contienda contra Napoleón.

Obviamente, allí donde habían valencianos se extendía el culto a la Mare dels Desampa­ráts, como sucedió en el Hospital Real de la Corona de Aragón a principios del siglo XVII, cuando Madrid recobró la capitalidad del im­perio y las naciones se preocuparon de cons­truir hospitales para los súbditos que cayeran enfermos en su estancia cortesana. El Hospital de la Corona se inauguró en 1617, aunque el lugar -donado por el cata­lán Gaspar Pons en la zona más insalubre y abandonada de las afueras de Madrid-; sólo era adecuado para roedores y batracios; los hilillos verdosos que caracoleaban entre hierbajos no eran precisamente de agua mineral. En consecuencia, la esperada revaluación del terreno no fructificó, a pesar de la ayuda eco­nómica de Felipe III y “la nobleza de la Coro­na que residía en Madrid” (González, G.: Tea­tro de las Grandezas; Madrid, 1623, p, 307). Los enfermos, en lugar tan pestilente, falle­cían. Según el valenciano Samper, la zona “no era a propósito para los enfermos, porque los aires no llegan puros como a otras partes, y está tan apartado del comercio y concurso de la corte” (Samper, Hipólito: Gratulación a N. S. de los Desamparados; Madrid 1686).

Otro valenciano -el poderoso Crespí de Valldaura- tuvo que remediar la situación y en 1658 colocaba la primera piedra del nuevo Hospital de la Corona, “junto a la plazuela de Antón Martín”, según leemos en su intere­sante manuscrito autógrafo (Bib. Nac. de Madrid. Ms. 5742). Al acto asistieron otros representantes del Reino, como el conde de Albatera y caballeros de Montesa. Lógica­mente, la imagen de la Mare dels Desampa­rats fue situada como protectora de los enfer­mos regnícolas. Sin embargo, “la Virgen de los Desampara­dos no estaba de escultura, como su original, sino de lienzo”, hecho que disgustaba a Hi­pólito Samper. administrador del hospital, pues Aragón y Cataluña tenían allí esculturas de sus patronas: las vírgenes del Pilar y Mont­serrat, respectivamente. Aunque pronto se re­medió la situación:

“En 1685, Antonio Folch, protector de este Real Hospital, agradecido de la salud que recibió de su protectora, la Virgen de los Desamparados, resolvió hacerla de escultura; porque estando en este templo las tres titula­res de su Corona (Desamparados, Pilar y Montserrat), sólo en la nuestra se echaba de menos esta circunstancia. Quitóse el antiguo lienzo y se colocó el Divino simulacro, a 9 de febrero de 1686. Ya Madrid no tiene que envidiar a Valencia; ya nuestra imperial Corte ha conseguido igualdades” (Samper: Gratu­lación).

Por cierto, en los escritos relacionados con la Mare dels Desamparats se respetaba escru­pulosamente nuestra singularidad idiomática, incluso en los concursos poéticos: “cartel de desafío literario (…) que la lengua sea valen­ciana, castellana o latina” (Torre. F.: Fiestas de la Virgen de los Desamparados. Valencia, 1667, pp. 33 y 44). Eran tiempos en que los valencianos no dudaban de sí mismos.

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  • Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.