Por Belén Cortés, la educadora social asesinada por unos menores tutelados en Badajoz, hagamos un esfuerzo de reflexión. Nos atraen más los impulsos y las emociones, pero es sano pensar un poco, y más ante esta tragedia, que es una punta del iceberg.
Los educadores sociales han expresado que los niños y adolescentes son cada vez más conflictivos a edades más tempranas. Trabajan con miedo, mucho miedo. Los pisos tutelados de menores son un foco frecuente de tensiones, violencia psíquica o/y física hacia los cuidadores. Lo sabíamos.
El psicólogo Javier Urra, primer Defensor del menor de la Comunidad de Madrid, ha dado en el clavo, con una simple pregunta: “¿Por qué tenemos tantos chicos problemáticos?”, y ha afirmado que “hay una patología social que golpea a muchos jóvenes por circunstancias y por entornos”. Propone como solución la educación.
El padre de uno de los menores ha reconocido que vivió una separación traumática con su exmujer, con denuncias de violencia de género y problemas con las drogas. Un matrimonio roto, una familia rota. También el otro menor sufrió un divorcio traumático.
En una sociedad que es tan fácil aportar datos –económicos, climatológicos, deportivos, etc.-, a nadie se le escapa que no se informa de asuntos o porcentajes que suscitan cierto remordimiento moral, o podrían suscitar replanteamientos profundos.
Uno de esos asuntos es la relación entre matrimonios rotos y efectos en los hijos menores. Numerosos estudios confirman, más en el caso de divorcios traumáticos, el gran sufrimiento de los hijos. Los hijos de padres divorciados arrojan las mayores tasas de delincuencia juvenil, de fracaso escolar y de problemas psiquiátricos antes de los 18 años, como aportó el Foro Español de la Familia en 2012, y basta ver la realidad actual para temer datos peores.
En 2012 se obtuvo el dato de que el 25% de los hijos de divorciados no terminaban el colegio, frente al 10% de hijos de matrimonios estables.; el 60% requerían tratamiento psicológico frente al 30%; el 50% de hijos divorciados tenían problemas de alcohol y drogas antes de los 15 años. No he encontrado datos más recientes, pero no es arriesgado aventurar que serán incluso más graves: o no, porque no se dan datos.
Acabamos de conocer un dato preocupante: en 2024 se presentaron 95.650 demandas de disolución matrimonial, lo que supone un incremento del 3,6% con respecto a 2023, debido a las demandas de divorcio.
A eso hay que sumar el dato evidente de que, desde hace unos años, muchos optan por convivir sin casarse: en 2022, por primera vez, en España los nacimientos extramatrimoniales –sin matrimonio civil ni religioso- son mayoría (el 50,1% del total de los nacidos ese año).
¿Cómo está afectando esta convivencia de hombre y mujer sin vínculo matrimonial, o mera relación, su estabilidad o ruptura, y la debida educación de los padres a esos hijos? Nos podemos tapar los ojos, pero por Belén, por los menores, por todos, hay que abrirlos.
Reconocer la responsabilidad, o una buena parte de la responsabilidad, no suele ser un punto fuerte. Ante esta realidad, los padres divorciados lo achacan a la conflictiva personalidad del hijo, a los profesores, a amigos y hasta a las redes sociales. Despejando balones.
Lograr un matrimonio estable es tarea de dos. Cuando se plantea una disolución, todos tenemos amigos o conocidos que han expresado que tienen muy presentes a los hijos menores, que lo aceptarán, que se volcarán… ¿Verdad que nos suena?
En familias estables y equilibradas, con paz y cariño, suelen crecer los menores normalmente. ¿Seremos capaces de reconocerlo, de pensar más en los hijos cuando los matrimonios pasan dificultades, y ver en las fracturas matrimoniales un habitual foco originario de quiebras psicológicas y morales en los hijos, y hasta replantearse la disolución por el bien de los hijos?
¿Por qué aumenta la violencia en los jóvenes? Porque la familia no educa bien, accediendo a peticiones y caprichos materiales –móvil, salidas nocturnas, posturas, vocabulario, dinero fácil– que convierten a los menores en peleles sin voluntad ni fuerzas.
La violencia se abre paso ante tanto descontrol, como satisfacción primaria de insatisfacciones mucho más profundas. El “no” a un joven puede educar mucho, en un clima de afecto y autoridad razonables. Y luego los padres culpan ¡a los profesores!
En la familia está la raíz y la solución. Admitirlo cuesta, en vez de mostrar dolor e impotencia ante un asesinato y una realidad con frecuencia violenta, y no es algo que se resuelva en un día. Pero ¿y si nos ponemos en marcha, tras reflexionar un poco ante tan grande y grave cuestión? Están en juego los hijos, la sociedad, y hasta los padres. En definitiva, más paz y felicidad en todos.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.