BATALLA DE SIMANCAS

Esta querida tierra, y no digo España porque en el año 939 no existía como tal, era, desde el punto de vista político,  un mosaico de reinos, condados e incluso podía presumir de califato. Cada cual perseguía sus propias metas sin tener demasiado en cuenta  los intereses ajenos. No digamos en cuanto al aspecto religioso pues la oferta era envidiable para los exquisitos en la materia. Sin grandes esfuerzos se podía rezar en una catedral,  en una sinagoga o en una mezquita según sus preferencias personales.

La razón por la que me he detenido en el año 939 está fundada en que, precisamente en ese año, tuvo lugar un hecho muy relevante, y afortunado,  para lo que hoy denominamos cultura occidental y para los cristianos en general. Por el contrario fue gravoso  para el Islam, al menos en la península Ibérica.

Si obviáramos la pista del año bien podría pensarse que el hecho en cuestión sería la batalla de las Navas de Tolosa,  año 1212,  pues sin duda cumple sobradamente con las premisas expuestas. En efecto esta batalla tuvo enorme trascendencia en el devenir inmediato de la Reconquista y en el futuro más lejano de España y de Europa.

Es una batalla, sin duda  más desconocida si cabe que la de las Navas, y que  sin embargo fue el primer aldabonazo serio que dieron los ejércitos cristianos a las tropas agarenas. Es la batalla de Simancas, nombre que recibe por desarrollarse en las  inmediaciones de la población vallisoletana situada en el margen derecho del rio Pisuerga.

Protagonistas.

Ramiro II de León.

Fue un rey que dio gran impulso a la reconquista. A destacar la alianza con el jefe árabe de Zaragoza, importantísima plaza hasta entonces fiel al califato cordobés. De hecho fue una de las causas que dieron pie a la gran ofensiva de Abderramán III contra los reinos cristianos y que desembocaría en el encuentro de Simancas.

Gozaba de cierta preminencia entre los reyes cristianos y fue el líder, tanto en los preparativos como en la batalla en sí misma. 

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García Sánchez I.

Este rey pamplonés era hijo de la reina Toda. La mención no es gratuita pues esta señora extendió su sangre por prácticamente todos los centros de poder de los reinos cristianos, mediante una inteligente y concienzuda política matrimonial de sus hijas, algunas de las cuales llegaron a casarse  hasta tres veces, después de enviudar claro.

Lo más llamativo es que el califa protagonista en esta batalla, Abderramán III, era sobrino de Doña Toda ya que la madre de esta, Oneca,  fue cautiva en Córdoba  y favorita de Abderramán II, ambos abuelos del califa cordobés. Como puede apreciarse la señora era muy liberal en cuanto a relaciones se refiere.

No restemos protagonismo al rey que fue quien participó, bajo la dirección del rey leonés Ramiro II, en la batalla en cuestión. Por una vez limaron asperezas algunos líderes cristianos y se avinieron a unir sus fuerzas, para combatir al poder musulmán que los venía azotando de manera inmisericorde.

Fernán González.

Conde castellano, desde el punto de vista formal. En realidad gozaba de las prerrogativas propias de un rey. Era súbdito del monarca leonés pero disfrutaba de una amplia autonomía que no dudaba en poner de manifiesto siempre que podía. Hacía la guerra por su cuenta e incluso pactó con el enemigo sin que en ello mediara su rey natural.

La causa de ese desapego con la corte leonesa radicaba en que el condado castellano era el más castigado por las aceifas moras. Como el rey leonés tenía otros frentes, y otros problemas que atender, no acudía con la diligencia debida  a socorrer a sus súbditos castellanos, lo que les proporcionaba a estos últimos  la oportuna excusa para actuar bajo su libre albedrío.

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Abderramán III.

Primer califa cordobés. Sus predecesores, y el mismo durante un tiempo, habían ostentado el título de emires. En enero del año 929 se autoproclama califa lo que suponía la total independencia del califato de Bagdad. Hasta ese momento tanto en el  aspecto militar como en el  político gozaba de  poder absoluto. Al erigirse en califa se convertía en el máximo representante espiritual para los musulmanes, lo que implicaba entrar en conflicto con su  homólogo  abasí.

Dotó de gran esplendor a Córdoba y por extensión a todo  Al-Andalus.  Como ya se ha dicho ejerció un poder absoluto si ningún tipo de cortapisas. Aun así, según  se desprenden de sus confesiones personales, no alcanzó la felicidad duradera que cabría esperar.  

"He reinado más de cincuenta años, en victoria o paz. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce".

De sus palabras se desprende que ese sentimiento, muchas veces esquivo y siempre efímero, al que llamamos felicidad no hizo excepciones con quien, aparentemente, todo lo tenía. Quizás exigimos a  ese sentimiento prestaciones presentes cuando, en la mayoría de los  casos,  solo son fruto de la esperanza.  

La batalla.

Curiosamente las fuentes más abundantes y fiables de que disponemos son las proporcionadas por el enemigo. Con todo son escasas y habrá que tomarlas con cierta prevención ya que no disponemos de otras que nos puedan servir para contrastar. Para empezar hay dudas sobre el día exacto en el que tuvo lugar el inicio de las hostilidades. Los estudiosos dan por bueno el 1 de agosto del año 939 y parece ser que duro cinco días.

El objetivo realmente no era Simancas sino Zamora, por aquel entonces núcleo principal de la frontera cristiana del Duero, pero el rey Ramiro y sus aliados pretendían frenar el avance y así desgastar al enemigo antes de que llegara a las murallas zamoranas.

Tan determinante como la batalla son  los hechos acaecidos con anterioridad. El día diecinueve de julio se produjo un eclipse de sol que en aquellos tiempos impresionó sobremanera a los contendientes. Para unos era señal de buenos augurios. Para otros era el fin del mundo. El eclipse tuvo lugar sobre las 7:00 horas y duro aproximadamente dos horas. La luna ocultó durante ese tiempo el 90% del disco solar.

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No fue solamente el eclipse. También se vio un cometa durante ocho días surcando los cielos. Por si esto no fuera bastante la temperatura alcanzó unos niveles nunca vistos y un aire abrasador castigó a hombres y bestias. Se produjeron extraños incendios en Zamora, Castrogeriz y Carrión de los Condes, provocados, pudiera  ser, por fragmentos desprendidos del cometa. Es fácil imaginar cómo pudo afectar esta concurrencia de hechos insólitos a aquellas gentes temerosas de su fe.  

 Lo  curioso  es que la batalla en sí misma no fue decisiva. Las bajas por ambos bandos fueron cuantiosas. Ambos bandos se desgastaron casi por igual. No obstante esta circunstancia en principio favorecía al bando musulmán pues era más numeroso que el cristiano, fuentes musulmanas hablan de 100.000 soldados, lo que le permitiría enjugar mejor sus pérdidas.  A pesar de esa supuesta ventaja el califa, no se sabe con certeza la causa, posiblemente descoordinación en el mando,  decidió iniciar una  retirada ordenada.

A pesar del quebranto sufrido por parte cristiana la actitud del enemigo le permitió  dar un nuevo impulso  al ataque iniciándose una feroz persecución. Es precisamente en esta fase cuando las tropas agarenas hubieron de soportar los peores momentos. En un lugar por determinar geográficamente, aunque los estudiosos lo sitúan en las inmediaciones de Atienza, y que los musulmanes le dan el nombre de barranco de la Alhándega, las tropas de Abderramán III fueron severamente diezmadas por la caballería pesada cristiana.

El desastre fue de tal calibre que el propio califa corrió serio peligro hasta el punto que hubo de abandonar la suntuosa tienda que le cobijaba, su estandarte, su armadura, o cota de malla de  oro, y, lo más importante, su preciado Corán. Este último fue objeto de reparto, a modo de premio, entre los jefes cristianos siéndoles  adjudicadas incluso hojas sueltas. En las negociaciones que se iniciaron con posterioridad a la batalla el Sagrado Libro ocupó un lugar destacado. Tal es así que  el rey Ramiro II, como gesto de buena voluntad, ordenó se  recuperaran  las hojas sueltas con la finalidad de que Abderramán III completara el codiciado libro en una suerte de entrega por fascículos.

Esta batalla permitió a los reinos cristianos  disfrutar de un periodo de cierta calma y consolidar una nueva línea de frontera al sur del rio Duero. Se repoblaron enclaves como Salamanca y Ledesma. Solo la aparición, unos años más tarde, de Almanzor, el gran azote de los reinos cristianos, alteraría ese difícil equilibrio obtenido tras la batalla de Simancas y la emboscada de la Alhándega. No se pueden disociar ambos hechos pues  ambos son deudores el uno del otro. La batalla por sí sola no hubiera  sido determinante. La emboscada no hubiera sido posible sin el desgaste de la batalla y la obligada retirada.

Como puede apreciarse, ya desde antiguo,  queda demostrado  que juntos podemos hacer grandes cosas. Parece ser que no hemos aprendido nada al respecto. Los musulmanes fueron grandes mientras permanecieron unidos. Los reinos cristianos lograron victorias cuando aunaron esfuerzos. Nosotros, actualmente, en un alarde de miopía política estamos perfeccionando las taifas con un empeño digno de mejores causas. ¡Así nos va!

 

Imagen 1: Ramiro II Catedral de Compostela. Wikipedia
Imagen 2: Península Ibérica en 910. Wikipedia
Imagen 3: Posible itinerario de retirada de Abderramán III

 

  • .Juan Manuel García Sánchez es Licenciado en Derecho.