Becerro de las Merindades de Castilla

Seguramente no aportaré nada nuevo sobre este libro pues insignes investigadores lo han desmenuzado hasta extremos increíbles. No obstante, aunque solo sea por contribuir, modestamente, a su difusión y conocimiento me arriesgaré a escribir unas líneas sobre el mismo.

El título en sí mismo ya es llamativo: Becerro de las Behetrías.  No es el nombre original pues en su origen se denominó como Becerro de las Merindades de Castilla. Lo de becerro le viene dado por aquello de que está escrito sobre piel de becerro. Lo de behetrías ya es un poco más complejo.

La Real Academia Española (RAE) contempla el término behetría y en su segunda acepción dice:

“Antiguamente, población cuyos vecinos, como dueños absolutos de ella, podían recibir por señor a quien quisiesen.”

La posesión y usufructo de la  tierra, desde el punto de vista jurídico, en prácticamente toda la Edad Media, podía clasificarse en tres grandes grupos. De realengo, tierras pertenecientes a la corona. De solariego, bajo la tutela de un noble. De abadengo, vinculadas a un monasterio o a otra institución religiosa.

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Una cuarta vía es precisamente la que da título a este curioso libro: las tierras de behetría. Esta modalidad estuvo vigente en una parte del entonces reino de Castilla. En concreto las tierras al norte del río Duero, y no todas por supuesto. Como fácilmente se desprende de la definición de la RAE esta figura, básicamente, describe a  un grupo de hombres y mujeres libres que como propietarios de la tierra que circundaba, en mayor o menor extensión, el núcleo de población, tenían la facultad de elegir al señor bajo cuya protección querían acogerse. También se contemplaban las condiciones de esa cesión, parcial y limitada en el tiempo.

Cada una de estas behetrías tenía sus propias normas, privilegios, servidumbres y tributos.  Estos últimos unas los pagaban  en especie, otras en metálico e incluso algunas aportaban prestación personal. Parece ser que había un ligero desconcierto en cuanto a impuestos se refiere y, ya se sabe, en lo tocante a la recaudación  la diligencia es la principal virtud del recaudador.

El rey bajo cuyo amparo se gestó el Becerro es Pedro I, al que unos tildan de cruel y otros de justiciero. Personalmente, conociendo un poco su historia, no me opongo abiertamente a ninguno de los dos apelativos. Razones hay para defender ambas posturas. No voy a entrar a analizar las decisiones de este monarca. Tan solo apuntar que murió a manos de  su hermanastro Enrique, en el conocido asesinato de Montiel, y que este último accedió al trono con el nombre de Enrique II, al que el pueblo le añadió  “el de las Mercedes”, por las que concedió para lavar su origen espurio  y su indigno acceso al trono.

Parece ser que el  regicida Enrique, en su afán de venganza, borró el nombre de Pedro I del Becerro y puso el del padre de ambos, Alfonso XI, para que fuera este último quien pasara a la historia como impulsor del libro en cuestión y robarle protagonismo al hermanastro asesinado.

Otros autores de reconocido prestigio, sostienen que las primeras  pesquisas necesarias para la confección del manuscrito se iniciaron bajo el reinado de Alfonso XI, padre de Pedro I. En defensa de esta postura alegan menciones que se hacen en el texto al citado rey Alfonso. La muerte de este último propició que su hijo accediera al trono y continuara su labor de investigación sobre los bienes y derechos de las tierras de behetría.

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Creo que ha quedado claro el motivo por el que se confeccionó esta suerte de catastro, registro o simple enumeración tributaria. No podemos decir lo mismo respecto a su autoría intelectual pues, con la salvedad del intento de preterir al hermanastro muerto, no está claro bajo que reinado  se inició la recogida de datos.

Otra figura que inicialmente aparece en el referido libro es el de merindad que según la RAE es:

Distrito con una ciudad o villa importante que defendía y dirigía los intereses de los pueblos y caseríos sitos en su demarcación.”

Aunque aparentemente la figura es similar a la behetría existe una diferencia sustancial. En la merindad interviene directamente el poder regio a través de un merino, de ahí su nombre, mientras que la behetría, al menos en sus orígenes, era autónoma en la toma de decisiones. El merino era una especie de funcionario, con competencia en cuestiones de justicia dentro de su demarcación, que era nombrado por el rey y que contaba con su respaldo. En pocas palabras, los hombres de behetría eran más libres que los que pertenecían a una merindad.

Lo cierto es que cada territorio se regía por normas locales, bien fueran cartas pueblas, fueros breves o fueros extensos. Todo ello suponía una ardua labor cuando de recaudar impuestos se trataba. El rey mandó elaborar, como ya se ha apuntado, un inventario  en el que se hacía costar  la propiedad, a quien pertenecía, bajo que autoridad estaba y, lo más importante, los tributos reales que la gravaban.

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Es de suponer que cumplió la función para la que se diseñó pero, con el paso del tiempo, se ha convertido en una fuente de información de primer orden para los estudiosos de la nobleza  en esa época de la historia de España.

Sirva para hacernos una idea de la importancia del libro en cuestión el interés que la reina Isabel la Católica mostró por el mismo, pues mandó a su canciller “ que señalase en la Chancillería de Valladolid una sala especial para su sello y que dentro de ella conservase el libro Becerro bien aderezado”.

Más tarde Felipe II “manda que se saque  de él una copia auténtica y que se ponga en el archivo de Simancas a buen recaudo”. El original permanece en Valladolid durante casi cinco siglos.

En el prólogo de la edición, cuya imagen figura al inicio de estas líneas, se pone de manifiesto  lo que dice D. Pedro López de Ayala a propósito del Becerro: “Andaba siempre en la cámara del rey”. Otros estudiosos, como Salazar y Castro, afirman que “cuanto contiene es digno de indubitada fe.”

La edición a la que se hace referencia fue publicada en 1865, autorizada por la corona y dedicada a SAR el Príncipe de Asturias, futuro Alfonso XII. Es de agradecer el esfuerzo llevado a cabo con esta edición pues facilita en gran manera la lectura, no así la comprensión pues el lenguaje, propio de aquellos tiempos,  la dificulta para el lector actual.

Me gustaría terminar copiando textualmente las palabras  escritas por el editor, D. Fabián Hernández,  en su dedicatoria a S.A.R. El Serenísimo Señor Príncipe de Asturias: “Las páginas de nuestra historia tan llenas están de grandes acontecimientos llevados a cabo por nuestros antepasados, que los que han quedado en el olvido serían bastantes para dar esplendor a otras naciones “.

Nada que añadir, Señoría.

 

Imagen 1:  Behetrías de Castilla. Librería de Fabián Hernández. Imprenta de la Gaceta de Comercio. Prólogo del editor
Imágenes 3 y 4: Biblioteca Nacional de España

 

  • .Juan Manuel García Sánchez es Licenciado en Derecho.