EL IMPERIO ESPAÑOL A JUICIO

Son numerosos los imperios que la Humanidad ha generado y soportado, dependiendo del papel que los pueblos hayan jugado en él. A modo de resumen citaré los más significativos para no caer en una tediosa enumeración, que no es el motivo de estas líneas.  Imperio Mongol, Ruso, Francés, Portugués,  Británico, Romano, Macedonio, Japonés, Otomano además del Califato Omeya y el Abasí.  Mención aparte merece el Imperio Español por ser el sujeto pasivo en el  juicio del que vamos a hablar.

No espere el lector primicias sobre el tema en cuestión pues autores solventes lo han tratado de manera magistral y son numerosos los artículos publicados ahondando en el fondo del asunto.[i][ii] Se preguntarán, no sin razón, a cuento de que vienen entonces estas líneas. Pues bien la  única finalidad es divulgar, una vez más, el juicio al que se sometió, voluntariamente,   el Imperio Español en lo más álgido de la conquista del Nuevo Mundo al objeto de determinar si dicha conquista era justa. Es un caso único en la historia. 

Bajo el reinado de Carlos I, cuando tenía en su mano todas las cartas para triunfar, cuando todos los vientos soplaban a su favor, como así se demostró con posterioridad, paralizó todas las operaciones hasta que expertos en derecho y teología determinaran si tales acciones estaban respaldadas por las leyes entonces vigentes. No recurramos al presentismo, tan en boga actualmente, que pretende juzgar los hechos del pasado a la luz de las normas y principios que operan en la actualidad. 

Este juicio es el que se conoce como la Controversia de Valladolid. Se celebró en dicha ciudad, entre los años 1550 y 1551, en concreto en el convento de San Gregorio. Los protagonistas fueron Ginés de Sepúlveda y fray Bartolomé de las Casas, quienes defendieron posturas antagónicas en muchas cuestiones de fondo. El jurado lo componían figuras señeras en derecho y teología como Domingo de Soto, Melchor Cano, Carranza, Pedro Ponce de León, el doctor Anaya, los licenciados Mercado, Pedraza y Gasca. 

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Muchas eran las cuestiones a debatir pero las de mayor trascendencia fueron:

¿Es legítimo el dominio español sobre los nuevos territorios?
¿Es legítimo el uso de la fuerza en la evangelización?
¿Cuál es la naturaleza de los indios?

Como puede apreciarse los asuntos a tratar tienen gran calado y sus conclusiones iban a tener repercusión en los temas de la conquista y en la forma de gestionar los asuntos de las Indias.

La licitud del dominio español venia respaldado por las Bulas Alejandrinas que, como es fácil deducir, las dictó el Papa Alejandro VI y donaban, al amparo de lo que se conocía como donación pontificia, las nuevas tierras a los Reyes Católicos  con la condición de que se evangelizara a los nativos.

El Tratado de Tordesillas dividió la Tierra en dos mitades, fijándose  para ello un meridiano imaginario,  asignando una parte a Portugal y otra a España. Tal es así que, por aquel entonces, se comentaba que el rey Francisco I de Francia reclamó  al Papa, retóricamente claro,   le mostrara la cláusula del testamento del padre Adán donde se decía que la tierra debía  ser heredada únicamente  por portugueses y españoles.   

La licitud del  uso de la fuerza la defendió Sepúlveda apoyándose en el argumento de que los indios tenían costumbres salvajes, los sacrificios humanos, contrarias al derecho natural y a la religión católica. Era necesario reconducirlos hacia los valores del cristianismo y la civilización occidental   entonces imperantes en Europa. La corona, sabiendo de tales actos, no podía permanecer impasible, o  mirar  hacia otro lado, eludiendo su responsabilidad.

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De Las Casas por el contrario sostuvo que el uso de la fuerza era contrario a las leyes de Dios. No era de recibo que, al socaire de la evangelización, se esclavizara y maltratara a los indios abusando de su ignorancia y buena fe. Sus argumentos, perfectamente válidos, se vieron  debilitados por las exageraciones del buen fraile que maximiza cifras y refiere hechos sin poder señalar a ningún autor en concreto. Es lo que se ha dado en llamar exageración “lascasiana”.

El mito del buen salvaje tiene su origen en nuestro fraile. Nada más lejos de la realidad. Los caníbales del Caribe, los aztecas en Méjico, los incas en Perú sostenían guerras entre sí en las que sucumbían un buen número de contrincantes y no sucumbían  más por la precariedad de su armamento. El ansia de poder y dominio va implícito a la condición humana, por más que nos quieran vender que los indios no hacían otra cosa que pasear por la playa y disfrutar de sus hamacas.

Sobre la naturaleza de los indios hubo más consenso. Nadie discutió sobre su condición humana y en consecuencia sobre su derecho a ser merecedores de los derechos inherentes a la misma. Buena prueba de ello son las Leyes de Burgos, las leyes de Valladolid o las Nuevas Leyes de Indias. En ellas se hace constar, blanco sobre negro, el trato que se ha de dar a los indios y que no difiere mucho de los que tiene un español, con las lógicas excepciones.

Con ser importante todo lo anterior lo que más me llama la atención es el hecho, insólito en la historia de la Humanidad, de que un imperio, en el apogeo de su expansión, se plantee la legitimidad de sus acciones y vele porque los derechos de los conquistados sean respetados. Una herramienta útil en estos casos es recurrir a la historia comparada y ver que hicieron los pueblos, o las naciones, que tuvieron que gestionar una situación similar. 

Teólogos y juristas españoles  de aquella época son los creadores del derecho internacional y alumbraron el verdadero embrión de los derechos humanos. Los mismos derechos humanos de los que tanto nos enorgullecemos actualmente y que presumimos de haberlos parido en el siglo XX.  El padre Montesinos y su sermón de Adviento, el padre Suarez, Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, la Controversia de Valladolid, la Escuela de Salamanca y tantos otros se enfrentaron al poder establecido, cuando esto podía tener consecuencias nada agradables para los interesados, para defender esos  derechos de los indios.

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Ninguno de los imperios citados anteriormente se planteó semejante cuestión. Ninguno, salvo Alejandro Magno y el Imperio Español, promovió el mestizaje como forma de integración. El Imperio Inglés se hartó de fundar clubs, con el solo propósito de exportar su forma de vida allí por donde iban, y de mantener a sus nacionales a salvo de cualquier intento de confraternización con los locales. Los colonos anglosajones en Norteamérica, pues así se autodenominan en clara oposición a los españoles que eran “conquistadores”, se afanaron en expoliar las tierras  a los indios, y a masacrarlos,   y nunca se plantearon, o no hay constancia de ello, si era legal o no.  

Aquella España tildada por muchos como oscura, atrasada, hipnotizada por la religión tuvo las agallas, por decirlo finamente, los medios y los conocimientos para lanzarse a descubrir nuevas tierras, circunnavegar la Tierra por primera vez,  ser los primeros occidentales en avistar el océano Pacífico, ser los primeros europeos en ver el Cañón del Colorado y las grandes praderas, sentar las bases para la primera globalización, llevar a término  el tornaviaje entre Manila y Acapulco, crear la primera moneda aceptada a nivel mundial el real de a ocho,  fundar en aquellas tierras ciudades y  universidades, crear hospitales con acceso para los locales  y vías de comunicación,  liderar la más altruista de las operaciones sanitarias la operación Balmis mientras el resto de las naciones europeas se miraban el ombligo pagadas de sí mismas.

Esa nación, sin cuya participación en tan grandes hechos, sin cuya generosidad y justicia, sin cuyas aportaciones científicas, sin cuyo acervo cultural  no se entendería la historia de la Humanidad, ve ahora como, sin ninguna justificación salvo su particular y malsano criterio, se acota su historia ciñéndola a unos tiempos concretos, reinterpretándola en beneficio de sus particulares intereses   y, simultáneamente, pretendiendo, y sospecho que consiguiendo,  difuminar  el  espíritu de pueblo orgulloso de sus logros pasados y presentes y de paso  hipotecar su futuro. 

¡Ay España! Ya no sangras por tus viejas heridas pero mueres lentamente. Primero víctima  de una clase política sin la más mínima visión de Estado, cicatera en patriotismo,  bandolera del poder. Segundo, y no menos importante, víctima de un pueblo indolente y desidioso que asiste desnortado  a la destrucción de la casa común. Parece mentira que seamos herederos de aquellos otros pueblos que, antaño, tantas veces  derramaron generosamente su sangre por defenderte.

Imagen 1: Wikipedia


 

[i] LA CONTROVERSIA DE VALLADOLID DE 1550: ¿SON LOS INDIOS DEL NUEVO MUNDO, HOMBRES CON ALMA COMO LOS CONQUISTADORES?
Mª del Camino Vidal Fueyo
Profesora Titular de Derecho Constitucional
Universidad de Burgos

[ii]  La controversia de Valladolid: España y el análisis de la legitimidad de la conquista de América. Ana Manero Salvador. Revista Electrónica Iberoamericana.

  • .Juan Manuel García Sánchez es Licenciado en Derecho.