LA PARADOJA del SIGLO XXI

Al parecer, por fin, en pleno siglo XXI, en lo que nos venden como la cumbre del desarrollo humano, debemos de aceptar que el progreso y “modernidad” consista, en el fondo, en la aplicación deshumanizada y total del principio de eficiencia económica, o dicho de otra forma, la codicia de los mercados. 

Porque al fin y al cabo, este principio, rector del mundo actual se concreta para los españoles en el hecho de que todo se produce más barato fuera de nuestras fronteras, amputando y cercenando así toda nuestra potencia creadora, impidiéndonos producir nada, dejándonos en la ruina. 

Esta realidad rompe aquella vieja doctrina, o ideal, reflejado en la teoría denominada “hipótesis de los mercados eficientes”, que se explicaba con fruición hace décadas en las universidades anglosajonas de mayor relumbre; y que, dolorosamente, finalmente, constatamos que conduce a la situación real e indeseable de someter a la población a la más descarnada especulación financiera internacional jamás conocida en la historia de la humanidad.

Este sometimiento a la tiranía de los intereses económicos de un globalismo impuesto, a la plutocracia de unas elites que detentan el poder, tiene para nosotros como consecuencia la miseria y para éstas, al contrario, unas elefantiásicas fortunas y extraordinarios niveles de vida, con jets privados, extravagantes yates de 500 millones de euros y mansiones de centenares de millones entre otras cosas, mientras la “masa sucia”, como ellos nos llaman, sonríe, impávida, feliz y engañada, en su postración, sufriendo lavados de cerebro diarios por parte de unos “mass media” propiedad de estos mismos magnates globalistas.

Que los caprichos de un mundo financiero internacional se hayan convertido en normas de conducta de obligado cumplimiento para todo político que tenga en algo su futuro, se preocupe de su presente, o tenga intenciones de medrar; o, para que lo entendamos, que las decisiones de financieros, en realidad tahúres tabernarios, que se presentan ante los medios de comunicación adecuadamente maquillados y disfrazados como “filántropos” sean hoy día consideradas como una especie de ley natural no escrita que todo el mundo debe de obedecer es, en realidad, un retroceso en la historia no menor de 150 años.  

Por qué esta situación acaba, inexorablemente, marginando a los ciudadanos, se produce una disociación, un divorcio entre el mundo financiero, que manda, y la economía real, que es la que vive el ciudadano, que finalmente es el que se queda sin trabajo, con su vida arruinada, sin futuro.

Es una realidad que todo estudioso conoce: el libre mercado solo es una entelequia. El libre mercado no existe; y los Tratados de Libre Comercio Internacional, ni son mercado, ni son comercio ni son libres, solo acaban beneficiando a unos pocos que consiguen con ello detentar todo el poder y dinero, consiguiendo monopolios. De forma que finalmente constatamos, día a día cómo el poder financiero, el dinero, es el primero de los poderes; como escapa al control democrático y como domina al poder político, despreciando a la economía real.  

Todo ello genera la necesidad urgente de dar más poder a la patria, quizá lo único que nos puede proteger de los abusos y arbitrios de los especuladores que actualmente dirigen nuestros destinos. De hecho, para ellos, nuestra nación, cualquier nación, entendida como obstáculo para sus negocios, es su enemiga, y por ello, no por casualidad, es constantemente atacada por estos intereses globalistas. 

Y no solo la patria, vemos que el mismo concepto de estado nación pretende ser sometido a implacable exterminio. Razón por la cual no sorprende que constantemente se promueva el abominar de la bandera, del himno, de las fronteras, de todo aquello que pueda ser un obstáculo para que el mundo no sea otra cosa que un patio de juegos al servicio de estas elites. 

En esta situación, lo menos que se puede decir, es que la mayoría de la clase política española lleva cuarenta años poniéndose de perfil ante esta situacion (Pp, Psoe, Podemos), o, directamente, ha aceptado y se ha plegado a este globalismo, con insultante obediencia, tomándolo como una especie de verdad revelada del evangelio, e imponiéndolo, silenciosamente, pero sin conmiseración alguna, a sus votantes; olvidando que les debía un mínimo de consideración y respeto, siquiera fuera por la inocente confianza demostrada al depositar su voto. 

Imagen: Peakpx.com, barraycoa.com / Verónica Rosique

  • José Manuel Millet Frasquet es abogado.