Nos situamos en la reacción del establishment occidental a la ordalía de los atentados contra Charlie Hebdo y el supermercado judío en enero de 2015 –un verdadero pulso civilizacional– que merece la sentencia bíblica: “Habéis sido pesados en la balanza, y se os ha encontrado livianos” (Dan. 5,27)
Ante esa reacción no tardaron en surgir voces que sugerían que “algo habremos hecho”. Willy Toledo apuntó que “más mata Occidente con sus bombardeos”. Una socióloga alemana entrevistada por TVE en prime time, el día de los atentados, explicó que la militancia islamista no es sino la expresión del sufrimiento de tantos jóvenes musulmanes europeos, abrumados por la pobreza y la islamofobia ambiental; Tony Barber, columnista del Financial Times, dijo que Charlie Hebdo había sido “estúpido al provocar a los musulmanes”. Voces católicas se negaron a sumarse al coro de “yo soy Charlie”, alegando las (muy ofensivas) viñetas blasfemas que el semanario solía disparar contra el cristianismo, pero olvidando que suscitar justo ahora –con los dibujantes recién asesinados, y precisamente por sus irreverencias– el debate sobre los límites de la libertad de expresión, rompe la cohesión de una sociedad occidental que debe hacer piña frente al enemigo común.
Francisco J. Contreras, en su conferencia titulada “Charlie Hebdo, el cristianismo y la identidad europea” decía: “… especialmente reveladora es la unánime inquietud de los medios y partidarios mainstream acerca de la “islamofobia”. A juzgar por la retorica oficial, la gran amenaza no es el Islam radical, sino las posibles reacciones xenófobas en la población europea. Como oportunamente ha indicado Ramón Pérez- Maura, un extraterrestre recién aterrizado concluiría más bien que, de haber algún problema de odio étnico en la Europa actual, es uno de signo judeofobo y cristófobo, y no islamólogo: se han sucedido en los últimos años atentados antisemitas con víctimas mortales, como los de Touluse o Amsterdam, profanaciones de cementerios judíos, así como actos de vandalismo (pintadas amenazantes, bombas caseras, intrusiones de las Femen, etc.) contra iglesias en toda Europa. Por cierto, casi todos los ataques antisemitas y una parte de los de signo anticristiano fueron cometidos por musulmanes. Por no hablar del genocidio en curso contra las comunidades cristianas de Siria e Iraq, o de las sevicias de Boko Haram en Nigeria o de Hamás en la franja de Gaza. También allí los perpetradores son todos de la misma religión. Y no es el cristianismo ni el judaísmo.”
“Islamofobia” sería imputar la responsabilidad de todo indistintamente a la masa de inmigrantes de origen islámico. Eso sería inaceptable: haría pagar a justos por pecadores, obviando la circunstancia de que muchos musulmanes rechazan sinceramente los crímenes yihadistas. Pero casi nadie propone hoy en Europa una demonización colectiva tan burda.
El porcentaje de población musulmana en Europa crece lenta pero inexorablemente, y en conjunto, no cabe decir que su integración haya sido un éxito: la desafección hacia los países de acogida es patente en muchos casos; se han creado guetos étnicos en los que se aplican los códigos de honor islámicos y la policía apenas osa entrar; y los estudios sociológicos revelan que una fracción (que algunos cifran hasta en un 15%) manifiestan simpatía hacia el yihadismo. Cientos de ellos han viajado a Siria e Irak para alistarse en las filas de Estado islámico.
“El islam radical ha declarado la guerra a Occidente, pero buena parte de Occidente no se da por aludido; para empezar porque no es consciente de “ser Occidente”. Decía Contreras en la conferencia citada: “...no tiene nada clara su propia identidad, y lleva décadas dedicado a negarla, licuarla, vaciarla de contenido. ……creo que es precisamente esa auto negación, uno de los factores que, lejos de alejar el choque de civilizaciones, ha contribuido, por el contrario, al fracaso europeo en la integración de la inmigración musulmana. Los recién llegados no encontraron en los países de acogida un “nosotros” vigoroso, una identidad colectiva atractiva en la que pidieran desear fusionarse. No han hallado una cultura floreciente a la que resultara ilusiónate incorporarse.”
El episodio de la omisión del cristianismo entre las raíces culturales de Europa por parte de la Constitución Europea de 2004 puede parecer desfasado, pero la omisión era síntoma de un síndrome más profundo cuyos síntomas permanecen en la actualidad.
La alusión de Giscard a nuestros sistemas “totalmente laicos” es del todo infundada. La constitución consuetudinaria británica es tan poco laica que la jefatura del Estado resulta coincidir con la de la Iglesia. La Constitución irlandesa se abre con una invocación a “la santísima Trinidad, de la Cual procede toda autoridad, y en la Cual deben inspirarse todos los actos de los hombres y de los estados”. La Constitución de la muy secularizada Dinamarca establece una religión oficial. “la Iglesia evangélica luterana es la Iglesia nacional danesa 2 (art.4). Lo mismo hace la de Grecia, que no olvida señalar que” el texto de las Sagradas Escrituras es inalterable” (art.3.3) .La Constitución alemana comienza con la frase: “Consciente de su responsabilidad ante Dios y los hombres (…) el pueblo alemán…”. La española recoge la declaración de Estado aconfesional (no laicista)
O sea: la cuestión religiosa recibe tratamientos muy diferentes en los diversos países europeos. La libertad religiosa es reconocida en todos, pero ello no obsta para que muchos confieran carácter oficial a una confesión. El estricto laicismo a la francesa es más bien la excepción que la regla. La Constitución Europea no se limitó a reproducir a nivel continental lo que ya era un hecho consumado a nivel nacional. Antes bien, la Constitución Europea optó deliberadamente por un modelo más bien minoritario de concebir la relación Estado-religión. (El laicismo a la francesa) y, en esa medida, declaró anticuado y superado el modelo “confesional” seguido por muchas otras Constituciones.
Hubiera cabido una solución integradora. Como indica Weiler, hubiera bastado con imitar la fórmula escogida por la Constitución polaca, cuyo preámbulo incluye la inspirada frase:
“Nosotros , la Nación polaca, todos los ciudadanos de la Republica , tanto aquellos que creen en Dios como fuente de verdad justicia , bien y belleza ,como aquellos que no comparten esta fe pero respetan esos valores universales derivándolos de otras fuentes , iguales en derechos y obligaciones frente al bien común…”
El texto polaco hace justicia a la realidad de las sociedades actuales: sociedades cosmovisionalmente plurales, en las que conviven creyentes con ateos. No establece jerarquías entre ellos, pone de manifiesto que ambos pueden concordar en torno a ciertos valores, aunque encuentren el fundamento de tales valores en fuentes distintas... Pero la Constitución Europea no quiso incluir una fórmula similar: prefirió declarar implícitamente que el futuro pertenece sólo a los ateos; prefirió tratar a los creyentes como ciudadanos de segunda, como el embarazoso estudio de un pasado destinado a ser superado.
El laicismo suele ser definido como “neutralidad cosmovisional del Estado “. El Estado suspende el juicio en materia metafísica, sin comprometerse con esta o aquella cosmovisión, ya que sus leyes van dirigidas a ciudadanos que profesan cosmovisiones diversas: cristianos, ateos, musulmanes,…Pero en la práctica, la “neutralidad” termina a menudo siendo aplicada como una ley del embudo. Cada vez que el creyente religioso aspira a ver reflejados sus valores u opiniones en las leyes, se le dice que “está imponiendo sus creencias a toda la sociedad” (nunca se le dice lo mismo al ateo cuando intenta que las leyes reflejen su visión de las cosas)
El constituyente europeo ha procedido en forma similar a la hora de escoger entre el modelo constitucional confesional y el laicista. Su “neutralidad “consiste, no en buscar una posible equidistancia a la polaca, sino en tirar uno de ellos a la basura.
¿Qué atracción puede ejercer una cultura tan tenue y auto negador sobre un recién llegado? Quien no se respeta a si mismo no puede inspirara respeto. Como decía Marcello Pera, para poder integrar a los inmigrantes es preciso poseer una identidad a la que éstos puedan incorporarse: “Integrar no es lo mismo que hospedar o agregar. Integrar es asumir que existe algo (...) a lo que atribuimos tanto valor que pedimos al que llega que lo respete, que lo aprecie, que lo comparta.”
Y añade Cristopher Caldwell: “Si Europa podrá, por primera vez en su historia, acomodar con éxito a minorías no europeas, dependerá de si nativos y recién llegados la perciben como una civilización floreciente o decadente” Y Jean Sevilla: “¿Qué modelo ofrecemos a los inmigrantes? ¿Cómo puede inspirar respeto una nación que ya no se ama a si misma, que ya no tiene niños, que se baña en el hedonismo?
La escritora germano-turca Neclá Kelek declaró: “Alguien me preguntó en cierta ocasión si consideraba a Alemania mi patria. Sólo pude decir que ni siquiera los alemanes (nativos) consideran a Alemania su patria. ¿Cómo se supone que podemos integrarnos en un lugar así?
Un proverbio árabe sostiene que “un camello que cae atrae a muchos salteadores”. Y de árabes se trata, precisamente. La gran cuestión es si esas decenas de millones de norteafricanos (cuyo porcentaje tenderá a crecer, pues los europeos nativos han dimitido de la procreación) perciben a Europa como una sociedad vigorosa, con fe en si misma, con una identidad susceptible de ser admirada e imitada, o como un camello renqueante que está en las ultimas. Máxime, porque esos inmigrantes tienen a su disposición una identidad civilizaciones “fuerte” –la islámica- que no es autocritica, ni dubitativa.
Contreras decía: “El inmigrante tiene que decidir si es europeo antes (o, al menos, además) que musulmán. Europa compite con la umma por su lealtad. Europa que tiene que decidir si significa algo más que relativismo y vacuidad postmoderna”. Aportaba Contreras un dato en su conferencia: el 70 % de los inmigrantes turcos en Alemania están convencidos de que su religión es la única verdadera; sólo un 6% de los alemanes nativos creen lo mismo de la suya. El que quiera entender que entienda.
No es haciéndose cada vez más laicista, relativista, autocritica y postidentitaria como Europa conseguirá ganarse el respeto de los inmigrantes. Es exactamente al contrario.
Muchos gustan concebir Europa como la “anti-América”, cifrando el orgullo continental en distinguirse lo más posible de EEUU. Si los americanos son religiosas, los europeos somos ateos; si los americanos son militaristas, nosotros pacifistas; si los americanos son liberales, los europeos somos socialdemócratas; si los americanos son “maniqueos” (creen todavía en esos anticuados conceptos llamados “ bien” y “mal”), los europeos somos “ complejos” y pensamos que “todo tiene muchas cars”; si los americanos son puritanos , los europeos somos libertinos.
Así, Jürgen Habermas, admitiendo que Europa necesita elementos de identidad thick que vayan más allá de las consabidas alusiones thin a valores universales, los busca en referencias ideológicas típicamente izquierdistas: pacifismo, estado social, ecologismo… esta concepción sectaria de la europeidad (resumible en la ecuación “ser europeo es igual a ser de centro-izquierda) alanzó quizás su máximo predicamento durante los meses que precedieron y siguieron a la guerra de Iraq en 2003. Cuando el presidente ZP dijo en 2004 “volvemos al corazón de Europa”, entendía por “Europa” exactamente esto.
Existe una variante aun más discutible de la concepción anterior. Es la que cifra la quintaesencia de la europeidad en los “nuevos derechos” derivados de la revolución cultural de los 60: aborto, permisividad sexual, matrimonio gay, etc.
Cifrar la identidad europea en los “nuevos derechos” es disparatado. Implicaría que el alma de Europa se identifica con unos criterios ético-sexuales recientísimos (no tienen más de 30 años) y rechazados por un alto porcentaje de europeos (¡por no hablar de los emigrantes!). Si ser europeo significa aplaudir entusiastamente el matrimonio gay, entonces no lo fueron Shakespeare, ni Dante, ni Marx, ni Freud,…….Erasmo, Tomás Moro o Kant quedarían desplazados por Bibiana Aido como europeos arquetipos.
En su famosa obra ¿Qué es una nación? , Ernest Renan afirmó que la identidad nacional es jánica: mira simultáneamente hacia el pasado (conciencia de unas raíces comunes) y hacia el futuro (proyecto colectivo). “Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntos, querer hacerlas todavía: he que las condiciones esenciales para ser un pueblo”
La noción de dignidad humana –la idea según la cual la mera pertenencia a nuestra especie confiere al individuo ciertos derechos inalienables– encuentra una fundamentación insuperable en la creencia cristiana en la filiación divina. El homo sapiens no es el producto fortuito de una lotería cósmica carente de sentido, sino la criatura predilecta de un Dios amoroso. De ahí deriva su dignidad: de lo alto. Cualquier otra explicación convierte la dignidad, al final, en una auto sacralización voluntarista (“tenemos dignidad porque así lo hemos decidido”) y selectiva (“tiene dignidad sólo aquellos que decidamos que la tienen”. Por ejemplo, hemos decretado que los fetos y enfermos terminales carecen de ella. Sólo la religión confiere a la dignidad un fundamento sólido. Si el hombre es hijo de Dios –y no un capricho de la química del carbono– entonces es realmente sagrado; su dignidad es entonces objetiva, y no auto atribuida.
Así terminaba de manera resumida la conferencia de Francisco J. Contreras:” El cristianismo ha hecho posible el concepto de derechos humanos al proporcionar la idea de una dignidad inviolable del individuo. Pero también ha contribuido a ello de una segunda forma: poniendo las bases de la desacralización del poder y de la dualidad de ordenes (es decir, de la laicidad: “al césar, lo que es del césar”etc.) Israel surge en la Historia como una excepción dualista en un mundo de “monarquías sagradas 2 teocráticas, donde el rey es el dios (faraones egipcios) o habla con los dioses. En Israel –y después, en la cristiandad– el poder es desacralizado. Sólo Dios es Dios; el estado no es divino, ni el rey es un dios; el Estado es falible (y, por tanto, su autoridad debe ser sometida a control y limitación) El Estado no salva.”
“¡No hay nada más cristiano que la laicidad! (…) Son los regímenes anticristianos fundados sobre ideologías materialistas o paganas los que han desacralizado el Estado o han creado ideologías de Estado fanáticas “(Philippe Nemo)
Mª Ángeles Bou Escriche es madre de familia, Orientadora Familiar, Lda. en Ciencias Empresariales y profesora