Hace unos años, un poco antes del comienzo de la guerra, comiendo en casa de un colega me llevé una desagradable sorpresa. Su mujer, rusa, en un momento de la conversación defendió a Putin, alegando: “¡Nos ha devuelto el orgullo de ser imperio!”. Me quedé de piedra, lo tengo grabado. Para mí fue un aviso de lo que una parte de los rusos pensaban y planeaban: la invasión de Ucrania, por desgracia, me confirmó ese temor.
Ucrania lleva tres años de sufrimiento máximo por la invasión rusa. Ahora que se están iniciando negociaciones de una posible paz es decisivo situarnos en la clave real de quién está sufriendo de verdad, y es Ucrania, con decenas de miles de muertos, un país destrozado, millones de ucranianos en el extranjero, una parte de su superficie tomada militarmente por Rusia.
Resulta paradójico que Estados Unidos y Rusia negocien la paz sin contar, de entrada, con Ucrania, país invadido. Suena a lo que suena: llegar a unos acuerdos sin Ucrania y ofrecerles una paz cocinada a sus espaldas y sin contar con Europa. Rusia y Trump alegan la falta de legitimidad democrática de Zelenski por no haber convocado elecciones.
Hay muchas incógnitas, y no es posible despejarlas en unas pocas líneas. También hay algunas certezas: Rusia invadió Ucrania porque sabía que Europa no está unida, y confiaba en conquistar Ucrania en unas semanas, eliminando a Zelenski.
El plan ruso no salió como Putin esperaba, porque Ucrania se ha defendido con uñas y dientes. A esa heroica resistencia le sucedió la ayuda económica y/o militar de los países europeos y Estados Unidos, porque tienen la convicción de que no pueden dejar caer Ucrania, pues sería el primer paso para invadir otros países.
Imposible saber los planes rusos. Esa invasión de 2022 no fue casual ni en su fecha ni en su ejecución.
Rusia sabe que en Europa hay desunión y descoordinación en política exterior. La invasión de Ucrania contaba con el pavor europeo a cualquier asomo de conflicto militar que implicase directamente a alguno de los países de Europa.
Ha bastado con mencionar la “tercera guerra mundial” para asustar y maniatar cualquier reacción sólida de Europa.
Trump prometió acabar pronto con la guerra entre Rusia y Ucrania, hablando de una “carnicería” que había que detener. Pero faltaba y falta saber cómo pensaba llegar a un acuerdo de paz, evitando que nadie pudiera hablar de victoria ni de humillación.
Un final de guerra que humille a Ucrania no será un final estable. No cuadra con el sufrimiento ucraniano admitir lo que con las armas han defendido. Y encima Rusia avisando de que no es suficiente con que se renuncie a integrar a Ucrania en la OTAN. Ceder los territorios ocupados a Rusia no puede ser el precio de la paz, ni tampoco garantizar económicamente la reconstrucción de Ucrania ¡que está arrasada!
La potencia militar es Rusia, frente a una heroica e inferior Ucrania. Pero Rusia es la agresora. Sufrir con Ucrania es clave para acertar en la solución. No es banal evocar las concesiones del mundo a Hitler, para evitar la locura incipiente de un dictador.
La propuesta de Zelenski de que Europa cree su ejército, y coordine sus fuerzas y recursos, se va abriendo paso. Mientras, los posibles pactos económicos –expresos y tácitos– ocupan un lugar nada desdeñable.
Es evidente que los tableros internacionales de esta guerra plantean muchos enigmas. Nos invade una clara sensación de que nos faltan datos, planes en ciernes y movimientos del ajedrez político y militar. Muchas incógnitas, junto al dolor por el sufrimiento de los ucranianos, que se merecen una paz digna.
Foto del Banco de Imágenes de la guerra de Ucrania
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.