La historia de Castilla y León primero y de España después está llena de reinas. No obstante la gran mayoría de estas reinas lo han sido por razón de matrimonio con el rey de turno. Esta modalidad es la que se conoce como reina consorte. A sensu contrario son pocas las que han sido reinas titulares, también llamadas reinas propietarias, en base a que eran ellas las receptoras directas del derecho a reinar.
Una de las primeras en recibir la corona por derecho propio fue, probablemente, Doña Sancha de León, hija de Alfonso V y hermana de Bermudo III, ambos reyes de León. Al morir este último sin descendencia la corona leonesa pasó a su hermana Sancha. Bien es verdad que hay dudas sobre si fue reina efectiva o solo nominal. Me explico. Doña Sancha estaba casada con Fernando I de Castilla y, en aquellos lejanos tiempos, la mujer tenía sus derechos supeditados a la tutela del esposo. Es por ello que Fernando I se hizo con la corona de León con inusual diligencia, en contra del criterio de buena parte de la nobleza leonesa que lo tildó de usurpador. Si fue reina lo fue de manera efímera.
La que sin duda fue reina propietaria fue Urraca de León y de Castilla, hija de Alfonso VI. En esta sede ya hemos hablado de ella al tratar el nombre de Urraca como nombre ilustre y en consecuencia no me voy a extender más pues sería reiterar lo ya dicho.
Doña Berenguela de Castilla, en este momento Castilla y León estaban separados, era hija de Alfonso VIII el de las Navas. También fue reina pues su hermano Enrique I, en minoría de edad pero ya rey, murió al caerle una teja mientras jugaba en Palencia. De manera similar a Sancha de León su reinado fue breve pues abdicó en su hijo Fernando III el Santo.
El salto temporal que hemos de dar para encontrarnos con la siguiente es significativo. Hablamos de Isabel I de Castilla, la Católica. Nada que no se haya dicho sobre ella podemos añadir salvo que accedió al trono de aquella manera, recordemos a la infanta Juana, conocida como la Beltraneja, hija del rey Enrique IV el Impotente, que, supuestamente, era la legítima heredera. Pero esa es otra historia. En lo que nos ocupa ahora no cabe duda de que fue reina, y que reina, por derecho propio.
Juana I de Castilla, hija de Fernando el Católico y de Isabel la Católica. Era la cuarta en el orden sucesorio. Difícil predecir su llegada al trono. Tenía por delante a su hermano el príncipe Juan, a su hermana Isabel, a su sobrino Miguel, hijo de su hermana Isabel y del rey de Portugal Manuel el Afortunado. Todos ellos murieron y le dejaron el camino expedito al trono. Fue reina titular pero hizo dejación de funciones, o cedió la gobernación de sus reinos a su esposo Felipe I el Hermoso. A la muerte del esposo tomó el relevo su padre, Fernando el Católico, que ejerció de gobernador de Castilla. Muerto este su hijo Carlos I se hizo con las riendas del poder relegando a su madre al ostracismo.
Nuevo salto temporal. Isabel II es reina propietaria. Era una niña cuando quedó vacante la corona por la muerte de su padre Fernando VII el Deseado, como diría aquel “manda huevos con el apelativo”. Más adelante trataremos este reinado con singular atención ya que su madre, Cristina de Borbón Dos Sicilias, además de reina fue regente.
Lo dicho hasta aquí tiene por objeto poner de manifiesto que son muy pocas las reinas que han accedido al trono por derecho propio. El resto han sido reinas por razón del matrimonio, lo que no quiere decir que hayan sido intrascendentes. Algunas han desempeñado, con mejor o peor fortuna, cargos importantes para estos reinos. En concreto vamos a hablar de algunas de ellas, a mi juicio las más destacadas, que además de reinas han sido regentes.
La primera, y seguramente la más sobresaliente en estos menesteres de la regencia, es María de Molina. Fue esposa de Sancho IV el Bravo, hijo de Alfonso X el Sabio. Aquel que disputó el trono a sus sobrinos los Infantes de la Cerda al entrar en conflicto el derecho a aplicar. Por una parte el viejo derecho castellano, que daba la razón a Sancho, y el nuevo derecho reflejado en las Siete Partidas, que apoyaba los intereses de los citados infantes. Bien es verdad que las Siete Partidas, aunque ya publicadas, no entraron en vigor hasta muchos años después.
El rey Sancho IV murió joven, incluso para aquella época. Nuestra reina queda viuda con un hijo de nueve años. Es Fernando IV el Emplazado, menor de edad a todas luces. Su madre, mujer de mucho carácter, toma la decisión de gobernar el reino como regente. Ya se pueden imaginar, no lo tuvo nada fácil, en aquellos tiempos en los que la nobleza acumulaba poder, tierras y disputaban con la corona la permanencia de sus privilegios. En un difícil equilibrio de cesiones por ambas partes consiguió mantener la corona para su hijo.
Si la nobleza cuestionaba a la reina la Iglesia persiguió a la mujer y anuló su matrimonio. Razones de parentesco, tan socorridas ellas cuando interesaba. Es más el Papa puso a ambos cónyuges en entredicho, situación canónica muy temida entonces pues impedía el acceso a los sacramentos y la sepultura eclesiástica, al negarse reiteradas veces a deshacer el vínculo. Con independencia de la censura papal, la principal consecuencia de esta anulación es que el hijo y heredero pasaba a ser ilegítimo y su posición como heredero quedaba muy debilitada. María de Molina se puso a la tarea y, a base de dinero, consiguió que la Santa Sede revirtiera la situación devolviendo la legitimidad al heredero.
Ya tenemos a Fernando IV en el trono. La reina pasa a un segundo plano sin abandonar por completo las tareas de gobierno. Lo que menos se podía esperar nuestra protagonista es que el rey moriría muy joven. Cuenta la leyenda que, en el pueblo de Martos, el rey celebró un juicio a resultas del cual condenó a muerte a dos hermanos. Estos, antes de morir, emplazaron al rey a comparecer ante el Tribunal de Dios en el plazo de treinta días.
En efecto el rey muere, sino dentro del plazo si muy próximo a la maldición. Su muerte fue un tanto misteriosa y ello ayudó a consolidar la eficacia de la maldición. Tal es así que, como se ha dicho, pasó a la historia como el Emplazado. Nuevamente se abre la cuestión sucesoria al quedar vacante el trono y nuevamente es un niño, esta vez de un año.
La abuela, María de Molina, con una edad avanzada, ha de iniciar una nueva etapa como regente. No se amedrenta ante el desafío y entrega la corona a su nieto Alfonso XI. Esta mujer hubo de lidiar en dos ocasiones con situaciones similares y en ambos casos logró sus objetivos. Es de admirar como supeditó su vida y su bienestar por el bien de su hijo primero y de su nieto después.
Mariana de Austria esposa de Felipe IV y madre de Carlos II, el último de los Austrias. Sobrina carnal de su marido Felipe IV. Inicialmente su destino era ser la esposa del Príncipe de Asturias Baltasar Carlos, heredero de nuestro rey. Su prematura muerte dejó a Mariana de Austria, como suele decirse coloquialmente, compuesta y sin novio. Para solventar situación tan incómoda, y como parece ser no había más mujeres en el mundo Felipe IV, ya viudo y sin hijo varón para sucederle, la elige como esposa.
Sustituyeron al hijo por el padre, que recordemos era su tío carnal, con toda naturalidad. Se entiende que las cuestiones genéticas en aquella época eran absolutamente desconocidas. No obstante el instinto, la moral y el Derecho Canónico rechazaban estas uniones consanguíneas. Pensemos que el rey tenía cuarenta y cuatro años y la joven prometida quince en el momento de los esponsales.
Al margen de estas cuestiones lo cierto es que tuvieron varios hijos, algunos nacidos muertos, otros murieron al poco de nacer y tres salieron adelante. Entre estos últimos está Carlos II el Hechizado que, como ya se ha dicho, fue el último soberano de la casa de Austria. Este rey subió al trono a la edad de cuatro años. Es su madre Doña Mariana la que ejerce de regente hasta que el monarca adquiere la mayoría de edad. Dada la precaria salud del titular su madre, de manera más o menos discreta, sigue influyendo en las decisiones de su hijo.
La vida de nuestra reina no fue fácil pues hubo de sufrir importantes pérdidas personales, como la de su hija Margarita María que murió siendo emperatriz en Viena, además de los abortos y tempranas muertes de varios hijos. Sus súbditos tampoco ayudaron a la regente pues le negaron su apoyo y no dudaron en intentar desprestigiarla.
Uno de sus más acérrimos rivales fue Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV y de la actriz Inés Calderón, conocida como la Calderona. Eran muchos los partidarios del bastardo que azuzaba contra la reina a miembros de la corte valiéndose de insidias y difamaciones. A pesar de todo consiguió que su hijo accediera al trono y, en contra de lo que se cree, la económica de España estaba saneada y era solvente.
María Cristina de Borbón Dos Sicilias, una regente muy particular. Cuarta esposa de Fernando VII, el Deseado. Este rey, de infausto recuerdo en la historia de España, había tenido previamente tres esposas, entre ellas una prima y una sobrina. Ninguna de ellas le proporcionó la deseada descendencia. Como no había escarmentado lo suficiente la siguiente elegida también era sobrina carnal, María Cristina de Borbón Dos Sicilias.
Entre que ella era una mujer joven, el rey un viejo prematuro con serias malformaciones en su miembro viril las relaciones íntimas no debieron ser muy gratificantes, al menos para la reina. A pesar de los pesares la reina le dio dos hijas sanas. La primera de ellas, María Isabel Luisa de Borbón y Borbón que, después de aprobar y derogar sucesivamente la Pragmática Sanción, accedería al trono con el nombre de Isabel II. Todo ello, por supuesto, mediando una larga contienda entre los partidarios de Isabel y los de Carlos María Isidro, hermano del difunto rey y aspirante al trono.
Nuestra reina lo fue a la temprana edad de tres años. Es fácil colegir que hubo de proveerse la manera de gobernar España hasta que adquiriera la mayoría de edad. La forma tradicional era la regencia y para desempeñarla se optó por su madre, la reina María Cristina. La situación de España y su condición de mujer, una vez más, no se lo pusieron fácil. No obstante, dejando el poder ejecutivo en manos solventes, pudo salir casi airosa.
Fue el darle prioridad a sus sentimientos lo que le acarrearía más disgustos. Al quedar viuda, todavía en edad de merecer y dado su carácter apasionado, se enamoró, por decirlo finamente, de uno de los oficiales de su escolta, en concreto de Fernando Muñoz. La regente se insinuaba de manera descarada pero el destinatario de tales gestos no se daba por aludido. Un día en el que María Cristina realizaba un viaje sufrió un pequeño accidente y comenzó a sangrar por la nariz. Solícito Fernando Muñoz, que por supuesto iba de escolta, le ofreció su pañuelo y la regente lo cogió y utilizó. Solventado el incidente le devolvió el pañuelo a su dueño y este, antes de guardarlo, lo besó en claro gesto de galantería. No necesitó más pistas María Cristina.
Se casaron en secreto y tuvieron nada menos que ocho hijos. Se decía por los mentideros de Madrid que estaba casada en secreto y embarazada en público, pues a pesar de los esfuerzos por disimular los naturales efectos de la preñez esta no pasaba desapercibida. Con ocasión de uno de sus embarazos se puso de parto a las doce de la mañana y después de alumbrar, a la cinco de la tarde estaba en las Cortes para un acto oficial. Eso es amor propio.
Una de la coplillas que circulaba por la corte decía:
Dicen los liberales
Que la reina no paria
Y ha parido más muñoces
Que liberales había
Al margen de su situación personal, nada edificante, su regencia fue convulsa y llena de sobresaltos. Cansada de pelear y por la natural querencia de una madre hacia sus hijos, estos residían en Paris, abandonó el suelo patrio y se fue con su amado, ahora Duque de Riansares, a Paris. No volvería a España hasta la mayoría de edad de Isabel II, concedida a la impropia edad de trece años, a la que había dejado en manos de Espartero.
María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa de Alfonso XII, en principio fue un matrimonio de estado, como tantos otros, que finalmente terminó siendo, al menos para ella, una unión por amor. Si fue correspondido, o no, por el rey es bastante dudoso pues los amoríos e infidelidades del monarca casan mal con sentimiento tan noble y generoso.
La reina cumplió su cometido y dio dos hijas al rey que aseguraban la continuidad monárquica. La muerte cobra su peaje en la persona del rey y se plantea una nueva situación, inédita en España. El trono queda vacante y la reina está embarazada de tres meses. La disyuntiva que se plantea es si encumbrar al trono a la mayor de las infantas o esperar a ver el resultado del embarazo. Se elige la última opción y el resultado es que, a su debido tiempo, nace un niño que, curiosamente, desde el momento de su nacimiento ya es rey. Es Alfonso XIII.
Se le atribuyen a Cánovas, insigne político de la época, las siguientes palabras: Es la menor cantidad de rey que podemos tener pero es un rey al fin y al cabo. Durante la prolongada regencia, buena parte de ella, se alternaron en el gobierno de la nación D. Antonio Cánovas del Castillo y D. Práxedes Mateo Sagasta. Personalmente creo que eran dos grandes estadistas con ideas políticas diametralmente opuestas pero con un sentido de estado que ya quisieran los actuales. Bajo sus mandatos se aprobó nuestro Código Civil, aún vigente la mayoría de su articulado después de casi ciento cincuenta años.
Al inicio de la regencia María Cristina era vista por el pueblo con cierta reserva ya que era una extranjera con poco carisma. Fue con el pasar del tiempo cuando sus súbditos empezaron a comprenderla y a admirarla. Las causas de este cambio de actitud estriban en el buen hacer de la soberana que demostró responsabilidad y entrega en cada uno de sus cometidos. En tono irónico la llamaban Doña Virtudes o más llanamente la virtudes.
Desempeñó el cargo con solvencia hasta la mayoría de edad de su hijo y, aunque en un segundo plano, fue valiosa y leal consejera hasta su muerte. Sus exequias dieron lugar a una gran demostración de dolor por parte del pueblo que, con ese instinto natural del que gozan los españoles, percibía la pérdida de una dirigente leal a España y honrada en todos los aspectos. Cosa poco frecuente en nuestros dirigentes, especialmente los actuales.
Sirvan estas pinceladas de historia como homenaje a todas las mujeres, que sin ser reinas, ejercieron de madres, no hay título más alto, y sirvieron a España con su quehacer diario. Tareas, desvelos, amor sin medida, sacrificio sin condiciones son algunas de las facetas de esas mujeres, que no han dejado rastro en la historia, pero que su pérdida causó un dolor sin límites en sus seres amados.
Con ser rico el castellano, en toda su evolución, no ha sido capaz de aglutinar en una sola palabra, hasta donde mi escasa erudición alcanza, el cúmulo de sentimientos que una madre vuelca sin medida en sus hijos.
Madre.
“Una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir.” (Miguel Delibes, Señora de rojo sobre fondo gris).
Era otra su destinataria pero se ajusta a mis intereses.
Imagen: Wikipedia, You Tube