El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quiere ser el árbitro mundial en todo. Como primera potencia, sería loable si el presidente fuera una persona cabal, prudente, sensata, pero no para de marear a los cinco continentes, y reiterando sus errores.
Es curiosa su personalidad. Hay quien defiende que es histriónico, es decir que tiene una excesivo afán de llamar la atención pero que sabe muy bien hacia dónde quiere ir. Otros piensan que es, lisa y llanamente, un farfollas o también llamado “fantasma”, es decir, con mucha apariencia pero con mínima entidad. Y algunos piensan que es un alocado gobernante.
Tras el ataque ruso del Domingo de Ramos con misiles en la ciudad ucraniana de Sumy, Con 35 muertos y un centenar de heridos, ha culpado de la guerra a Zelenski y a Biden de la guerra, diciendo que “hicieron un trabajo absolutamente horrible el permitir que comenzara esta farsa”, es decir, la guerra de Ucrania.
Lo que nos dice la historia y la mera sucesión de acontecimientos es que Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022, y que intentó matar a Zelenski, con la previsión de que, prácticamente en una semana, se haría con Ucrania.
Lo “horrible” en verdad es la invasión rusa. Sin embargo, Trump sigue disparando en otra dirección. En el programa electoral prometió acabar con esa guerra en 24 horas, y ya se ve el resultado. Sin embargo, algunos me comentan que lo tiene calculado: quiere que Europa cargue con la solución de Ucrania, porque a él le preocupa China, en lo económico y quién sabe si en lo bélico más adelante.
Ni Putin ni Trump han calibrado la capacidad de Ucrania para resistir. Uno no evaluó el alto coste que tendría en vidas y dinero, y el otro pensaba que la guerra se podía acabar cediendo a Rusia los territorios ucranianos ahora ocupados.
Desde luego, hay muchas teclas en la guerra que tenemos la sensación evidente de que se nos escapan. Los planes de Putin, lo que ahora se le pasa por la cabeza, lo que hay detrás de lo “amigos” que se manifiestan Putin y Trump, los planes de Trump para el nuevo orden mundial que quiere.
Todo apunta a que quiere ceñir el problema de Ucrania y Rusia a una cuestión “europea”, y que a quien teme realmente es a China. Y que en absoluto está dispuesto a que Estados Unidos sea el gendarme mundial, implicándose militarmente en conflictos que no le interesan.
Con todas sus convulsas decisiones, Trump está logrando que Europa se una un poco más, que asuma los problemas de seguridad y económicos con voz propia, aunque desde luego está lejos aquello de unos “Estados Unidos de Europa”.
La guerra en Ucrania, las deportaciones masivas inhumanas, Gaza, la guerra de los aranceles que ha comenzado y paralizado ante el pasmo mundial: son una retahíla de errores en los que, a veces, retrocede, pero reiterando sus errores. Algo hay de histriónico, pero también de farfollas, o como se le suele decir de “matón”.
La guerra de los aranceles no la entiende nadie, salvo los que asesoran a Trump, que tal vez se han plegado a los deseos alocados del presidente de proteger Estados Unidos y mejorar su economía. Sin pies ni cabeza. Lo que va a lograr es encarecer la vida en Estados Unidos.
Son auténticas locuras, que esperemos que su partido, el partido republicano, impida que prosperen, porque China se está frotando las manos. Ante un poder tan absoluto del presidente en Estados Unidos, habrá que ver si es posible ese freno, o seguirá con sus locuras. Locura, soberbia o megalomanía: al final conducen a casi lo mismo.
Hace dos meses, un amigo fue a Los Ángeles, para asistir a un congreso. Le pedí que, al margen del congreso, pidiera opiniones a los norteamericanos sobre la elección de Trump. Le sorprendió –y me sorprende – la contestación que obtuvo: “Algo había que hacer”. Pero están casi tan asombrados como yo de las locuras de Trump.
Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
Escribe, también, en su web personal.